viernes, 27 de noviembre de 2009

¿POR QUÉ DECIMOS QUE EL JUDAÍSMO MESIÁNICO ES CRISTIANISMO? Tercer y última parte

3. La autoridad de las Escrituras

Tal vez a muchos les sorprenda, pero el concepto de “Biblia” no es igual para el judaísmo que para el cristianismo (y no me estoy refiriendo a que los segundos consideran al Nuevo Testamento como Escritura Sagrada; ese detalle sólo alteraría el número de libros, pero no el concepto de Colección Oficialmente Reconocida como Texto Sagrado).
Para el judaísmo tradicional, el proceso de escritura de textos vinculados con lo Sagrado representa un proceso de 30 siglos, desde que Moisés entregó la Torá hasta la redacción del Shulján Aruj, de Yosef Caro (1557).
Podemos dividir los textos elaborados en ese período en diferentes secciones o etapas:
1. Torá: son los cinco libros de Moisés, y la base de todo. Desde la perspectiva tradicional, no son libros ideados por Moisés, sino la misma Palabra Divina entregada por Moisés al pueblo de Israel.
2. Neviim: son los libros de los Profetas de la Biblia Hebrea, pero no tienen el mismo rango de autoridad que la Torá, porque son textos divinamente inspirados, pero no Palabra de D-os directa.
3. Ketuviim: (literalmente, Escritos) son el resto de la literatura de la Biblia Hebrea, que incluye lo mismo la literatura Sapiencial que al libro de Daniel (no considerado como profético por el judaísmo).
Hasta este punto llega la Biblia Hebrea, conocida como Tanaj por las iniciales de cada sección (Torá-Neviim-Ketuvim). Según la tradición judía más purista, los textos que conforman el Tanaj estuvieron concluidos hacia el siglo IV AEC. Sin embargo, hoy se acepta que algunos libros son más tardíos (Daniel, Esther, Kohelet o Eclesiastés y el Cantar de los Cantares), y el Tanaj sólo estuvo completo hasta el siglo II AEC, aunque definitivamente integrado hasta finales del siglo I EC (fue hacia el año 90 que se aceptó la inclusión de Esther y el Cantar de los Cantares).
A partir del siglo III AEC se desarrollaron dos vertientes diferentes de escritura en el judaísmo (si hubo más, no existen evidencias documentales): la Farisea y la Esenia-Qumranita. De la primera surgió lo que hoy conocemos como Talmud; de la segunda, los llamados Rollos del Mar Muerto.
Estos últimos textos, recuperados en las zonas aledañas a Qumrán, son el registro de las creencias y expectativas, así como del modo en el que interpretaban los textos de la Torá y de los Profetas, de una secta que desapareció en el marco de la guerra contra Roma (66-73 EC). Por ello, tenemos dos grandes dificultades para poder aclarar el contenido y significado de esta colección de casi 1000 libros diferentes, muchos de ellos desconocidos hasta el siglo XX: en primer lugar, la mayoría sólo nos ha llegado en un estado fragmentario y deteriorado; en segundo, el hecho de que no hubiese continuidad para la secta Esenia impidió que se conservasen —por lo menos de modo parcial— sus doctrinas y sus técnicas de interpretación.
El único tipo de judaísmo que sobrevivió intacto a la guerra contra Roma fue el de los Fariseos, y por ello todas las siguientes etapas de escritura están vinculadas con ellos, y con sus herederos directos: los rabinos.
Las siguientes dos etapas de elaboración de textos sagrados inician en el Fariseísmo, y se concluyen en el llamado Judaísmo Rabínico:
4. La Mishná. Concluida a finales del siglo II EC por el Rabino Yehudah el Príncipe, está compuesta por seis tratados que tratan todos los aspectos de la vida judía, y recopila las enseñanzas de las dos primeras series de maestros posteriores a los textos bíblicos: los Zugot y los Tanaim (literalmente, los “pares” y los “repetidores”).
5. La Guemará. Hay dos versiones: la de Jerusalén (concluida a mediados del siglo IV EC) y la de Babilonia (concluida a finales del siglo V), y la más completa es esta última. Es una vasta explicación de la Mishná, y recopila las enseñanzas de los Amorim (literalmente, los “comentaristas”). Muy factiblemente, la estructura final del Talmud Babilónico fue definida por los Saboraim (literalmente, los “pensantes” o “ponderantes”), cuya labor se extendió hasta los primeros años del siglo VII EC.
Estas dos colecciones —Mishná y Guemará— conforman el Talmud, texto básico de estudio en el judaísmo. Pese a su relevancia social y cultural, es obvio que el Talmud no está considerado en el mismo nivel de autoridad que el Tanaj en general, y menos aún que la Torá en particular. Sin embargo, su gran valor estriba en que es la compilación que entrena al estudioso para abordar todos los aspectos posibles de la Biblia a la hora de confrontarlos con la vida cotidiana.
El Talmud no establece criterios definidos respecto a nada. Incluso, lo más frecuente es que exponga los argumentos de todas las tendencias, por contradictorias que sean. Por lo tanto, resulta muy difícil establecer una reglamentación clara a partir de todo el Talmud. En consecuencia, las siguientes generaciones de sabios judíos se dedicaron a organizar la información allí conservada, para ir planteando perspectiva pragmáticas sobre la cotidianeidad. Las siguientes generaciones de sabios fueron:
6. Geonim (plural de Gaón, literalmente “esplendor”). Fueron los primeros maestros en empezar a sistematizar la información talmúdica, principalmente haciendo uso de las llamadas “responsa” (explicaciones redactadas como preguntas-respuestas). El más célebre fue Saadia Gaón, y uno de sus textos más conocidos es el tratado filosófico Emunot V’Dayot. La época de los Geonim se extendió hasta la primera mitad del siglo XI.
7. Rishonim (literalmente, los “primeros”). Estos autores fueron los grandes codificadores de las normas talmúdicas, y el más destacado de ellos fue Maimónides (sus obras cumbre son el Mishné Torá —posterior base para el Shulján Aruj—, y la Guía de Perplejos). Otros Rishonim destacados fueron Yehudah Halevi, Isaac Abravanel, Najmánides y Rashi. La época de los Rishonim terminó hacia finales del siglo XV.
El Shulján Aruj se escribió en 1557, y con él se logró la codificación por excelencia de las normas del judaísmo tradicional. Para el judaísmo ultraortodoxo, no hay más que agregar después del Shulján Aruj.
Yosef Caro, su autor, fue de la primera generación de los llamados Ajaronim (literalmente, los “últimos”), que incluye a los grandes sabios del judaísmo desde el Shulján Aruj hasta nuestros días. Aunque en esta etapa surgieron grandes movimientos cono el jasidismo, y destacados sabios como Isaac Luria, Moshe Isserles, Najmán de Breslav o el Gaón de Vilna, no se produjo una obra de legislación de la magnitud del Shulján Aruj, por lo que muchos consideran que con ese texto quedó completado el complejo proceso de organizar la información que se origina en la Torá, y que pasa por los Profetas, los Escritos, la Mishná, la Guemará, y las múltiples obras de los codificadores.
Podemos ver una clara evolución en el concepto de escritura: el principio —la Torá— es asumida como revelación directa de D-os. Luego, los Profetas y los Escritos vienen a ser el complemento de esa revelación, aunque nunca en su mismo nivel. Luego, la época talmúdica va a ser la etapa de la interpretación de esa revelación. Por lo mismo, tampoco puede considerarse en el mismo nivel, aunque viene a ser el parámetro obligado para poder acercarse a la revelación. Los resultados obtenidos en el Talmud son vastísimos, y ello obligó al pueblo judío a organizar la información. Por lo mismo, era inevitable que las siguientes generaciones se dedicasen a la codificación y legislación, y esa fue la actividad principal durante prácticamente toda la Edad Media.
Como ya hemos dicho, el texto climático de esa perspectiva codificadora y legislativa es el Shulján Aruj, y se pretende que desde entonces no se ha escrito algo del mismo nivel. Naturalmente, las transformaciones sociales y culturales que se han vivido en los últimos dos siglos van a obligar a todas las religiones —no sólo al judaísmo— a replantearse muchos temas que en otros tiempos eran inimaginables, así que podemos suponer que ya se reconocerá la importancia de otros textos posteriores al Shulján Aruj.
Lo que se debe recalcar es el concepto de Escritura Sagrada del judaísmo: la Torá ocupa un lugar incomparable. Nada, ni siquiera el resto de la misma Biblia, tiene el nivel de autoridad que los Libros de Moisés. Nada que no esté expuesto en la Torá es obligatorio de ser creído por ningún judío.
Desde esta lógica, todo lo que está fuera de la Torá no ha sido más que —finalmente— comentario. Por lo mismo, no existe problema real en las contradicciones (reales o aparentes) que puedan aparecer en la Biblia, el Talmud, o los escritos posteriores. En tanto comentario, surgen de la cotidianeidad e inquietudes de sus autores, y dado que las circunstancias pueden cambiar, es obvio que las conclusiones también pueden cambiar, incuso radicalmente.
Al revisar el concepto cristiano de “Escritura Sagrada”, podemos encontrar muchas similitudes en cuanto al interminable proceso de seguir escribiendo, por la simple y permanente necesidad de seguir explicando. Sin embargo, hay una diferencia sustancia que tiene que ver con el concepto de Revelación.
Para el cristianismo, hay dos tipos de Revelación: la Revelación Natural, que es la dada por la misma naturaleza —el ser humano incluido—, y que nos ofrece la prueba de la existencia de D-os, así como la base para pretender una vida individual y colectiva correcta y provechosa. Pero, por encima, está la Revelación Especial, dada en un momento definido de la Historia, a un grupo bien definido también, y en la que se ha expuesto la Voluntad de D-os respecto al Hombre, así como el más importante contenido: el Camino de Salvación.
El meollo del asunto es lo que en cristiano se denomina Historia de la Salvación, cuyos elementos, procesos y exigencias están expuestos en la Revelación Especial, misma que ha quedado codificada en la Biblia (Antiguo y Nuevo Testamento).
En términos generales, hay dos formas de enfocar la Historia de la Salvación, y las versiones más depuradas de una y de otra las podemos hallar en Catolicismo y Protestantismo.
Para el Catolicismo, la Revelación Especial sólo puede ser entendida por medio del Magisterio de la Iglesia, cuyos pilares son el Papa (en tanto es sucesor de Pedro) y los Obispos (en tanto son sucesores de los demás apóstoles). Aunque la idea es radicalmente diferente a la judía, en la práctica hay una cierta similitud: existe un Texto Sagrado (Antiguo y Nuevo Testamento), y para entenderlos es esencial la labor que ha hecho la Iglesia desde que se escribió el último libro sagrado (tradicionalmente, el Apocalipsis de Juan). Por ello, podemos identificar etapas muy similares a las que vimos en relación al judaísmo:
1. La Revelación dada al pueblo judío, misma que incluye a la Biblia Hebrea, más siete libros adicionales (conocidos como Deuterocanónicos, o erróneamente, Apócrifos).
2. Jesús de Nazareth como eje de transformación de esa Revelación: lo anterior, anunciaba lo que vendría; lo posterior, habrá de explicarlo.
3. La Revelación dada a los Apóstoles, misma que constituye el Nuevo Testamento.
4. La labor de explicación del corpus bíblico, llevada a cabo por los Padres de la Iglesia (la etapa se identifica como Patrología), desde Clemente de Roma hasta San Agustín de Hipona (siglos I al V). Se trata de una labor similar a la de los Zugot, Tanaim, Amorim y Saboraim en el judaísmo.
5. La labor de legislación, iniciada con el Concilio de Nicea (325), y que se extiende hasta la actualidad, habiendo tenido su último gran evento en el Concilio Vaticano II (1962-1965).
Pero existe otro gran perfil en el desarrollo del pensamiento cristiano, y es la evolución de la Teología. A diferencia del judaísmo, cuyo gran tema de discusión es el modo correcto de actuar, el cristianismo siempre ha puesto un énfasis contundente en la discusión sobre el modo correcto de creer. Por ello, la Teología ha sido una fuente de debates, creatividad y, lamentablemente, conflictos, que han dejado una profunda huella en la cultura cristiana (no sólo en la religión). Por ello, vale la pena que mencionemos varias etapas destacadas de la evolución de la Teología Cristiana, a partir del final de la época Patrística.
5. El Escolasticismo. Sistema básico de la Teología en la Edad Media (siglos VI al XV), tuvo sus más grandes exponentes en Abelardo, Anselmo y —especialmente— Tomás de Aquino.
6. Reforma y Contrarreforma. Como consecuencia del cisma Protestante (a partir del siglo XVI), en el Norte de Europa comenzó a desarrollarse una nueva forma de Escolasticismo, esta vez dentro del entorno de las Iglesias Luteranas y Calvinistas primero, y más adelante también en la Anglicana. En el Sur, donde predominó el Catolicismo, se desarrolló la llamada Contrareforma, que tuvo su mayor evento en el Concilio de Trento (1545-1563), cuyo objetivo inicial fue reintegrar a la “comunión con Roma” a los protestantes. Las grandes marcas de ambos movimientos fueron el racionalismo para la Teología Protestantes, y el misticismo para la Teología Católica.
7. Modernismo: Liberales y Evangélicos. A partir del siglo XVIII, la influencia del modernismo empezó a causar fuertes cambios en la Teología, especialmente en el contexto protestante. Eso provocó dos tendencias antagónicas: por un lado, una Teología Liberal que pretendió reforzar el perfil racional del cristianismo, y que por lo mismo cargó directamente contra los grandes dogmas. Su exponente más importante fue Frederich Schleiermacher (1768-1834). En el otro extremo, se desarrolló un tipo de cristianismo enfocado a la prioridad de la “experiencia evangélica” (la presencia de Cristo morando en el corazón del verdadero creyente). Su primer gran promotor fue el sacerdote anglicano John Wesley (1703-1791). Las consecuencias de cada movimiento siguen vigentes hoy en día: por parte del Liberalismo, se consolidó la llamada Crítica Bíblica, disciplina que ha hecho aportaciones fundamentales para reconstruir el proceso de conformación de los textos bíblicos. Por parte del movimiento Evangélico, han surgido los diversos movimientos carismáticos (el más importante, la Iglesia Pentecostal o Asambleas de D-os), pero también los Fundamentalismo cristianos más extremos (especialmente en el Sur de los Estados Unidos).
8. Las Teología de Ruptura. El siglo XIX marcó la consolidación de los Estados Unidos como nación, y en el nivel religioso, produjo las dos Iglesias más característicamente estadounidenses: los Mormones y los Testigos de Jehová. Desde ninguna perspectiva se podría considerar que sus planteamientos teológicos son parte de la continuidad evolutiva de la Teología Cristiana (salvo por algunas similitudes de los Testigos de Jehová con el Arrianismo del siglo IV), por lo que es más fácil definirlos como rupturas. El hecho es tan evidente que ninguna Iglesia Protestante (contexto en el que surgieron ambas Iglesias) considera a Mormones o Testigos de Jehová como verdaderos cristianos. A partir de allí, es muy frecuente que surjan grupos, sectas o movimientos independientes y confrontados con cualquier modo de cristianismo organizado, y en la actualidad se pueden contabilizar en miles.
9. Las Teologías de la Liberación. Desde el siglo XIX, la experiencia de la esclavitud de los afroamericanos produjo los primeros intentos de una Teología crítica al sistema. Pero el gran auge vino en los años 60s y 70s en América Latina, bajo la influencia de la ideología marxista. Sus principales exponentes son Leonardo Boff, Jon Sobrino y Gustavo Gutiérrez. Este movimiento ha sido recurrentemente censurado desde el Vaticano, y ha resultado profundamente incómodo para la mayoría de las Iglesias Protestantes y Evangélicas.
Concentrándonos en el universo Católico, el meollo de su idea es que la Revelación Especial ya está dada, pero que su explicación corresponde a la Iglesia debidamente autorizada, misma que tiene su cabeza en el Obispo de Roma.
El Protestantismo, y detrás de él los movimientos Evangélicos, sostienen otra postura: la Revelación Especial se interpreta a sí misma, y está completa como para que el verdadero creyente encuentre en ella lo que necesita para la salvación de su alma.
Esta diferencia ha marcado la gran diferencia de énfasis en ambas tradiciones: para el Catolicismo, lo fundamental es la experiencia comunitaria, cuyo mayor momento es la Eucaristía (el momento en el que los creyentes participan del pan y el vino consagrados como cuerpo y sangre de Jesucristo). Para el Protestantismo, en cambio, lo fundamental es la experiencia interior y el propio examen de conciencia, teniendo más relevancia en el culto público el momento de predicación de la Palabra (el sermón).
También hay, implícita, una diferencia de concepto en cuanto a lo que es la “Palabra de D-os”.
Católicos y Protestantes coinciden en que la Palabra de D-os está contenida en la Biblia (Antiguo y Nuevo Testamento). Sin embargo, la idea de cómo se conformó dicha Revelación es diferente.
La creencia Católica implica que fue la Iglesia quien produjo el Nuevo Testamento, y no al revés. La creencia Protestante implica que fue la Revelación (posteriormente codificada en el Nuevo Testamento) la que originó a la Iglesia.
Detallemos ambas ideas: sobre la base del Antiguo Testamento y el ministerio de Jesús, D-os inspiró a los apóstoles para que escribieran evangelios, epístolas y otros tipos de textos. Esta literatura floreció a finales del siglo I, y fue muy abundante. Sin embargo, no todo lo escrito fue realmente “Palabra de D-os”. Hasta el siglo IV, se juntaron cientos de textos y fue la Iglesia (en los Concilios de Nicea, Roma, Hipona y Cartago) la que tuvo que verificar cuáles textos eran divinamente inspirados (sólo 27), y cuáles eran sólo para la edificación del cristiano (los demás). Por lo tanto, el inicio de la autoridad interpretativa de la Iglesia comienza con la definición del Nuevo Testamento.
Esta es la perspectiva católica.
El otro punto de vista difiere por completo: desde un principio, la vida de las diversas comunidades cristianas giró en torno a la Revelación dada por D-os a los apóstoles, que desde un principio supieron cuáles de sus textos eran divinamente inspirados, gracias a lo cual las diversas comunidades que los fueron recibiendo los fueron conservando. Lo único que sucedió en los Concilios del siglo IV fue que estos textos fueron puestos en una sola colección. La idea subyacente es que la Palabra de D-os es eterna, y por ello, el Nuevo Testamento también. En consecuencia, fue la Iglesia la que surgió como consecuencia de la predicación basada en las enseñanzas cuyo fundamento eran los textos divinamente inspirados. La Iglesia, en consecuencia, no tuvo realmente que decidir qué tenía que ir o no en el Nuevo Testamento, sino sólo dejarse llevar por la Voluntad de D-os, que desde un principio había dejado en claro cuáles eran los textos inspirados.

¿Cuáles son las diferencias entre ambas posturas y la de la tradición judía?
En muchos aspectos, la idea Católica es bastante similar a la del Judaísmo Rabínico: la comunidad de fe (judía o cristiana) ha sido la responsable de definir los límites del Texto Sagrado. Sin embargo, hay dos diferencias insalvables: para el judaísmo, los Textos Sagrados tienen jerarquías, siendo la base de todo la Torá. Ningún otro texto está en ese mismo nivel, porque la Torá es Palabra de D-os. Lo demás, sólo inspiración, y hay una diferencia clara entre una cosa y otra. Para el Catolicismo no: Palabra de D-os e Inspiración Divina es lo mismo, por lo que toda la Biblia (Antiguo y Nuevo Testamento) tienen el mismo valor (si bien el Nuevo Testamento es prioritario, porque es —según la Teología Católica— el texto que aclara el correcto sentido del Antiguo). La otra diferencia es que el Catolicismo apela a un monopolio de la interpretación del Texto Sagrado, apelando con ello a que sólo hay una lectura correcta del mismo. El judaísmo no; por el contrario: a lo largo de los siglos, ha reforzado la idea de que la lectura del Texto Sagrado es inagotable e ilimitable.
Por su parte, las diferencias entre la perspectiva Protestante y la del Judaísmo son más profundas, iniciando por el hecho de que para el Protestantismo, la Revelación se interpreta a sí misma, y no requiere de ningún tipo de comentario. En cambio, el Judaísmo —especialmente el Rabínico— sostiene que para entender el verdadero sentido de la Torá debe tenerse como punto de referencia los comentarios de los sabios de la antigüedad. Esto, por dos razones:
1. Estamos muy lejos de la época en la que Moisés dio la Torá. Muchas palabras o frases se olvidaron, o cambiaron su sentido. Por lo tanto, resultan indispensables los comentarios de los sabios de la antigüedad para poder comprender el sentido de un texto antiguo, por claro que parezca. El Protestantismo rechaza esta idea: la Revelación ha sido dada de tal modo que todo creyente puede accesar a ella, independientemente de la época y el lugar (el trasfondo es que para el Judaísmo la Revelación es la Torá, y lo demás es comentario; para el Protestantismo, la Revelación se extiende hasta el Nuevo Testamento).
2. El idioma hebreo es muy diferente al griego (base de las Escrituras Cristianas). Al igual que otras lenguas semíticas (como el árabe), se escribe sin vocales. Parece un detalle superficial, pero tiene implicaciones psicológicas muy fuertes: un idioma que se escribe sin vocales no está diseñado para contener información precisa. El proceso de lectura es, en realidad, un proceso de reconstrucción del texto, y con ello, de reconstrucción de las ideas presentes en el texto. Cuando en la lectura bíblica se llega a un punto donde hay dos lecturas posibles (o más), por distintas que sean, la tradición Judía dice que las dos (o las que sean) son válidas, y deben estudiarse. En cambio, el griego es un idioma preciso, cuyas reglas gramaticales son vastas y suficientes para que los conceptos queden bien definidos (no en balde, fue el idioma que produjo la filosofía más completa de la antigüedad). Esa es la diferencia entre el acercamiento Judío y el acercamiento Protestante a la Biblia: el Judío asume (por simple programación neurolingüística ancestral) que el texto es el punto de partida desde el que tiene que reconstruir; el Protestante asume que el texto está terminado, por lo que lo único válido para interpretar el texto, es el propio texto. Digamos que la lectura judía es una espiral hacia afuera. La protestante, una espiral hacia adentro.
Eso explica, en gran medida, la diferencia de conceptos entre Judíos y Cristianos (no sólo Protestantes) sobre los límites de la Palabra de D-os. Para el judaísmo, sólo es la Torá. Cierto: la Torá no habla de TODOS LOS TEMAS DE MODO EXPLÍCITO (por ejemplo, como organizar una sinagoga), y por ello la espiral es hacia afuera. En cambio, para el cristianismo es indispensable poner en el mismo nivel de la Torá al resto de la “revelación”, porque de lo contrario no se podría sustentar ninguna perspectiva cristiana.
Esto lo podemos ver en hecho irrefutable: la gran mayoría de las supuestas “profecías mesiánicas” están ubicadas en los libros de los Profetas, no en la Torá. Se requiere, entonces, que dichos libros tengan el mismo rango que la Torá para que puedan sustentar la identidad mesiánica de Jesús.
Podría argumentarse que, en realidad, las posturas del Judaísmo y del Protestantismo son iguales: parten de la Torá, y hacen uso del comentario para entender su verdadero sentido. El punto —dirían los protestantes— es que el Judaísmo se extiende innecesariamente en comentarios elaborados durante casi dos mil años. En cambio, el cristianismo sólo se extiende en los “comentarios” que, en realidad, también son Palabra de D-os.
Pero hay un modo de corroborar que las perspectivas son mucho más complejas —y diferentes— que eso: el resultado. Si el resultado es diferente, es porque el proceso para llegar al mismo fue diferente.
Para el judaísmo, ningún comentario a la Torá es irrefutable. Justamente, por eso se dio una continuidad en la escritura de libros religiosos que, en realidad, no se ha detenido, aunque el último volumen capital haya sido el Shulján Aruj, en 1557. Cualquier cosa que diga un sabio o un rabino, por importantes y prestigiosos que sean, puede ser refutada o contradicha, y ningún judío está obligado dogmáticamente a seguir una opinión sobre nada.
Por ejemplo: cuando hay una controversia sobre un punto específico, hay dos formas notables en las que el judaísmo se da a la tarea de resolverlas. La usanza tradicional, seguida por los ortodoxos o ultraortodoxos, es la consulta con un erudito. El erudito extiende un documento con su opinión, y dicho documento sirve como base para las decisiones de las diversas comunidades. Sin embargo, cabe la posibilidad de que se consulte a dos o más eruditos, y que se extiendan opiniones diferentes sobre un mismo tema. ¿Qué hace una comunidad ante esa posibilidad? Seguir la opinión que considere más convincente o más conveniente. No está obligada a seguir sólo una opinión. Por contradictorias que sean, son válidas en tanto son comentarios de eruditos.
El otro modo de acercamiento, de talante más moderno, es el del Judaísmo Conservador o Masortí: se convoca a una comisión especial de asuntos jurídicos (halájicos), y se expone el tema de controversia. Luego, se le encarga a dos personas del comité que preparen —cada uno por su lado— propuestas de resolución al respecto. Generalmente, se procura que los encargados mantengan posturas diferentes (uno de tendencia liberal, y el otro tradicionalista) para que en sus respectivas propuestas se pueda abarcar el espectro más amplio posible. Después de una cantidad de tiempo acordada, se vuelve a reunir el comité y se analizan los documentos preparados, para luego ser sometidos a votación. Naturalmente, un documento recibirá más votos que el otro, pero eso no significa que esa va a ser la postura oficial —y por lo tanto, incuestionable— del Judaísmo Masortí. El documento final incluye las dos propuestas, y se envía a todas las comunidades Masortim del mundo, especificando cual postura tuvo más apoyo en el comité. De todos modos, cada sinagoga tiene la libertad de implementar —si es el caso— la postura minoritaria si así lo considera adecuado.
No existen los dogmas.
En cambio, la búsqueda del Cristianismo en general, y del Protestantismo en particular, es llegar a la interpretación definitiva del texto, y esa es la razón por la que los temas controversiales en el cristianismo son inagotables: no sólo el mesianismo de Jesús, sino el derecho de las mujeres a ser ministros de culto, si existe o no una Trinidad —y en caso de que sí, cómo debe ser explicada—, si el Arrebatamiento de la Iglesia va a ser antes, durante o después del Apocalipsis, si el pan y el vino consagrados se convierten en verdadera carne y verdadera sangre de Jesús, si los obispos tienen verdadera autoridad administrativa o no sobre los presbíteros, si la Iglesia en tanto organización debe seguir un sistema episcopal o congregacional, si el bautismo debe ser por inmersión solamente o se acepta la aspersión, si la sucesión apostólica es el único modo de validar el nombramiento de ministros de culto, etcétera.
Si el asunto lo discutieran judíos, algunos optarían por una opción, otros por otra. Al final de cuentas, cada comunidad decidiría cómo implementar las decisiones, siempre en función de aspectos prácticos (por ejemplo: si hubiera que bautizar a mil personas en una época de sequía o en un lugar desértico, un judío sugeriría usar la aspersión por economía de agua, por mucho que un tribunal rabínico hubiera dicho que sólo es válida la inmersión).
En el cristianismo no. Por el contrario, muchos de los temas sugeridos previamente han sido el origen de los grandes cismas, e incluso se han verificado guerras brutales en algunos casos.
El trasfondo es simple: no se tiene el mismo concepto de Revelación ni de Palabra de D-os.

Vamos al punto que nos interesa: ¿cuál es la postura del llamado Judaísmo Mesiánico al respecto?
El Judaísmo Mesiánico reconoce al Nuevo Testamento como Revelación Divina, en el rango de Palabra de D-os. Asume que para llegar al pleno entendimiento de la Torá, es indispensable el Nuevo Testamento.
Asume, con ello, que hay verdades derivadas del mismo que no pueden ser refutadas: Jesús es el Mesías, la principal de ellas. Ello, basado en el cumplimiento de las profecías mesiánicas, ubicadas en su mayoría en los Profetas, no en la Torá (razón que obliga a considerar a los Profetas en el mismo nivel que la Torá; de lo contrario, no se puede justificar el Mesianismo de Jesús.
Se descarta, por lo mismo, que puedan coexistir dos opiniones: si Jesús es el Mesías, no reconocerlo como tal es un error (muchos asumen una actitud cordial al respecto, pero dicha cordialidad no evita que se considere un error vivir sin reconocer a Jesús como Mesías).
Finalmente, en sus versiones más radicales, los llamados Judíos Mesiánicos descalifican el papel del Talmud para el Judaísmo, porque suponen que mucho de su material fue elaborado con el objetivo específico de descartar el mesianismo de Jesús.
En resumidas cuentas: procesan la relación con la Palabra de D-os en un modo netamente cristiano. Específicamente, Protestante-Evangélico.
¿Será por eso que los llamados Judíos Mesiánicos tienen buenas relaciones con los Protestantes y Evangélicos, y no con los Judíos? ¿Será por eso que la mayoría de los que se integran al llamado Judaísmo Mesiánico provienen de Iglesias Protestantes y Evangélicas, y no del mundo Judío?

La conclusión me parece simple: en todo lo expuesto en las últimas notas, la evidencia es que el llamado Judaísmo Mesiánico es, desde el principio hasta el fin, cristianismo.
En las siguientes notas, analizaré dos temas derivados del irrefutable hecho de que los llamados Judíos Mesiánicos enfrentan la Escritura como cristianos:
1. Las llamadas Profecías Mesiánicas. Se dice que en sus últimos momentos previos a la crucifixión, Jesús cumplió 33 profecías mesiánicas. Analizaré caso por caso, demostrando la falsedad de dicha idea.
2. La postura de los llamados Judíos Mesiánicos ante la literatura Apocalíptica, mostrando como siguen íntegramente el modelo Protestante Evangélico de línea fundamentalista, desconociendo por completo lo que la Apocalíptica significó y significa para el Judaísmo.

4 comentarios:

  1. El nuevo testamento es el estracto y corazón de toda la tora, basado de la tora de justicia de hashem, y fue Yashua el Mesias quien la volvió a interpretar, asi como Moshe siervo de Hashem volvió a leer la tora ante todo el pueblo, en Deutoronomio, y se amplia a la primera, la tora del mesias es la mas grande y esta contenida en el nuevo testamento, basada en la justicia de fe de los patriarcas, y no en ofrendas por el pecado. Dejando lugar para la segunda promesa hecha a Abraam, en tu simiente serán benditas, todas las familias de la tierra. y eso no anula la tora, sino que al poner nuestra fe en el mesias, el nos da el Espiritu Santo, para poder cumplir la tora escrita no en piedra, sino escrita ahora no por mano humana, en las tablas de nuestro corazan. Shalom

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  2. El nuevo testamento es el estracto y corazón de toda la tora, basado de la tora de justicia de hashem, y fue Yashua el Mesias quien la volvió a interpretar, asi como Moshe siervo de Hashem volvió a leer la tora ante todo el pueblo, en Deutoronomio, y se amplia a la primera, la tora del mesias es la mas grande y esta contenida en el nuevo testamento, basada en la justicia de fe de los patriarcas, y no en ofrendas por el pecado. Dejando lugar para la segunda promesa hecha a Abraam, en tu simiente serán benditas, todas las familias de la tierra. y eso no anula la tora, sino que al poner nuestra fe en el mesias, el nos da el Espiritu Santo, para poder cumplir la tora escrita no en piedra, sino escrita ahora no por mano humana, en las tablas de nuestro corazan. Shalom
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