Uno de los temas que más afecta a los llamados Judíos Mesiánicos es la controversia sobre su identidad judía. El punto es simple: ellos se consideran judíos. Los judíos en general los desconocen como tales.
Podríamos enfocar el tema desde la perspectiva halájica judía, bajo una perspectiva sencilla y lógica: el judaísmo, en tanto fenómeno cultural vinculado a un grupo social bien determinado, mismo que abarca aspectos religiosos y seculares, ha desarrollado sus propios modos de identificar a sus miembros.
Por lo tanto, es ilógico que alguien externo repentinamente diga “yo soy parte de este grupo”.
Desde mi personal opinión, ese simple razonamiento descalifica la pretensión de los llamados Judíos Mesiánicos para ser reconocidos como judíos.
Pero voy a entrar en el tema desde otra perspectiva: demostrar que los llamados Judíos Mesiánicos son cristianos, simplemente porque piensan y se comportan como cristianos. Recurro a la sabiduría popular: si camina como pato, hace como pato y nada como pato, es pato.
Voy a analizar las diferencias de perspectiva entre judaísmo y cristianismo en cuatro diferentes conceptos —todos ellos esenciales—, para con ello dejar en claro que la postura de los llamados Judíos Mesiánicos siempre es similar a la del cristianismo, no a la del judaísmo. Los puntos en cuestión son:
1. El concepto de Mesías
2. La Akedá, la expiación y el concepto de Profecía Mesiánica
3. La autoridad de las Escrituras
I. El concepto de Mesías
La palabra “Mesías” es la castellanización del hebreo Mashiaj, que significa “ungido”. Es un término de alta relevancia en las religiones judía y cristiana, aunque por diferentes razones. Veamos algunos de los aspectos contrastante e irreconciliables entre ambas posturas.
1. ¿Quién es Mesías?
Para el judaísmo, un Mesías es aquel que ha sido uncido para ejercer el oficio de rey o Sumo Sacerdote. Para el cristianismo, el Mesías es Jesús de Nazareth, preexistente y designado desde la eternidad como Mesías por D-os mismo.
Es cierto que en algunas fuentes talmúdicas se menciona al Mesías como preexistente, pero nunca en un sentido que altere la idea original, que mantiene una diferencia sutil, pero relevante, sobre la identidad del Mesías: para el judaísmo, nadie nace siendo Mesías. Se es Mesías hasta que se recibe la “unción” mesiánica (de otro modo, no tiene sentido llamarle “ungido” a nadie). Para el cristianismo, en cambio, se es Mesías por designio divino.
Esto conlleva otra diferencia fundamental, y es la cantidad posible de Mesías.
2. ¿Cuántos Mesías hay?
Para el judaísmo, es Mesías quien recibe la unción. Para el cristianismo, sólo Jesús de Nazareth.
Más aún: para el judaísmo, hay dos tipos diferentes de Mesías, pertenecientes a dos diferentes linajes. Por un lado, está el Mesías de David, o rey, que pertenece a la tribu de Yehudah y que es descendiente directo del Rey David. Por el otro, el Mesías de Aarón, o Sumo Sacerdote, que pertenece a la tribu de Levi, y que es descendiente directo de Aarón, el hermano de Moisés.
En cambio, para el cristianismo sólo hay un Mesías: Jesús de Nazareth, en quien se fusionan los oficios de rey y Sumo Sacerdote.
Desde la perspectiva judía, en condiciones óptimas siempre debe haber dos Mesías en funciones: uno ejerciendo el poder político, y otro ejerciendo el liderazgo espiritual. El primer Mesías sacerdotal fue Aarón, al ser uncido por Moisés para ejercer el oficio de Sumo Sacerdote. El segundo fue Saúl, al ser uncido por Samuel para ejercer el oficio de rey. Habiendo perdido el favor de D-os, Samuel unció a David, que entonces se convirtió en el segundo Mesías rey, y fundador del linaje mesiánico.
De cualquier modo, para las épocas de David ya habían existido varios Sumos Sacerdotes (o varios Mesías), y durante un poco más de cuatro siglos, los reyes del linaje de David ejercieron sus funciones al mismo tiempo que los Sumos Sacerdotes. Es decir: en todo momento hubo dos Mesías en funciones.
La destrucción de Jerusalén y el Templo en 587 AEC puso un alto a la sucesión de ambos linajes mesiánicos. En 539 AEC, Ciro el Persa permitió la reconstrucción nacional de Judea, y con ello la reorganización religiosa, lo que permitió que se reestableciera el linaje mesiánico sacerdotal. Sin embargo, Judea continuó bajo vasallaje persa, luego medo, luego macedónico, luego egipcio, y luego sirio.
No fue sino hasta 158 AEC que se sentó la base para una eventual independencia nacional —que sólo llegó de manera plena hasta 127 AEC—, pero sucedió algo que significó un profundo trauma para los judíos tradicionalistas: el linaje de David no fue restituido en el Trono, que en cambio fue ocupado por el linaje Hasmoneo. Los puristas consideraron esto una usurpación, y el descontento empezó a tomar diversos modos y manifestaciones (la más compleja, sin duda, fue la secta Esenia-Qumranita).
Con el Sumo Sacerdocio ocurrió algo similar, ya que los mismos Hasmoneos ejercieron este rol al mismo tiempo que el de rey, lo cual fue considerado una usurpación por partida doble. Aunque sin lograr legitimarse en el cargo, los Hasmoneos ejercieron el Sumo Sacerdocio del modo tradicional hasta el año 63 AEC, cuando Judea fue anexada por Roma como provincia. A partir de ese punto, el cargo de Sumo Sacerdote fue manipulado por el poder romano, y esta situación se mantuvo hasta el año 70 EC, cuando Jerusalén y el Templo fueron nuevamente destruidos, esta vez por las tropas romanas.
En resumen: ateniéndonos a una cronología tradicional, el primer Mesías Sacerdotal (Aarón) pudo haber entrado en funciones hacia 1350 AEC. Desde ese momento, y hasta 587 AEC, hubo un ejercicio interrumpido de este oficio por parte de los diversos Mesías Sacerdotales, o Sumos Sacerdotes.
Concomitantemente, aunque a partir del año 1000 AEC, empezó a ejercerse el oficio de rey ungido, o Mesías Real, primero por Saúl y luego por David, quien estableció el linaje mesiánico correspondiente. Este oficio de Mesías Real también se mantuvo hasta 587 AEC. Después de la destrucción de Jerusalén en ese año y del exilio en Babilonia, el Mesianismo Sacerdotal se reestableció. El Real no.
¿Cuántos Mesías hubo entonces? Muchos, porque para el judaísmo esto es lo normal.
¿Cuántos deberá haber en lo sucesivo? Entendamos bien lo que implica la “llegada del Mesías” desde esta perspectiva judía: el objetivo es que se regrese a la condición óptima, donde los dos Mesías (ungidos) —el rey y el Sumo Sacerdote— vuelvan a ejercer sus funciones. Cuando eventualmente muera cada uno, el rol deberá ser asumido por los herederos legítimos, de tal modo que se mantenga la dupla de ungidos funcionando tal y como lo establece la Biblia.
Dicho de otro modo: el judaísmo tradicional está a la espera de que aparezca un personaje que, siendo descendiente directo del Rey David, pueda asumir su rol mesiánico al tiempo que se consolide el Reino Mesiánico. Parte inherente de esta consolidación es la restauración del Templo de Jerusalén, y con ello la restauración del oficio de Sumo Sacerdote. Por lo tanto, con el Reino Mesiánico estarán recuperando sus funciones los dos Mesías.
Cierto que el énfasis está puesto en uno sólo —el del linaje de David—, pero esto sólo se debe a que su manifestación conlleva la restauración del judaísmo completo. Como consecuencia lógica de esa restauración, se reestablecerán los dos linajes mesiánicos, y se garantizará la sucesión mesiánica en los herederos de cada linaje.
Resumiendo: no hay un solo Mesías. Se espera al que va a representar el parte aguas en la historia, pero el tal es parte de toda una estructura mesiánica que, una vez restaurada, va a ser sostenida por la presencia permanente de dos Mesías: uno político y otro espiritual.
Desde la perspectiva doctrinal cristiana, es imposible considerar a estos personajes (reyes y Sumos Sacerdotes) en el mismo nivel que Jesús como Mesías, porque el Mesianismo de Jesús es eterno.
Por lo mismo, se diluye —o no se toma en cuenta— el sentido de la unción que era recibida tanto por los reyes como por los Sumos Sacerdotes, considerándose que el único de ser llamado Mesías es Jesús de Nazareth.
Esto nos obliga a reconsiderar qué es la espera mesiánica.
3. ¿Qué ha significado “esperar al Mesías”?
Para el cristianismo, una sola cosa: aguardar el cumplimiento de las profecías mesiánicas, mismas que logran su verificación en Jesús de Nazareth.
En cambio, para el judaísmo ha significado cosas diferentes dependiendo de la época en cuestión.
Sin meternos en la compleja cuestión de cómo evolucionó el concepto de Mesías y Reino Mesiánico, vamos a mencionar lo más obvio por el momento: la condición óptima, como ya dijimos, es que el pueblo judío viva bajo el gobierno político del Mesías de David y la dirección espiritual del Mesías de Aarón.
Esa situación se dio entre los años 1000 (aproximadamente) y 587 AEC. Por lo tanto, ¿qué significaba “esperar al Mesías” en esos tiempos?
Estrictamente hablando, no se estaba esperando al Mesías. Había Mesías, tanto Real como Sacerdotal. Lo que se esperaba era el Reino Mesiánico, en el sentido de la plenitud de la paz y la justicia inundando el mundo. El modelo lo establece Isaías 2.1-4, donde se habla del Reino Mesiánico, pero NUNCA SE MENCIONA EL ADVENIMIENTO DE UN MESÍAS. La razón es simple: Judá tenía rey y Sumo Sacerdote. El asunto no era esperar a la persona, sino el acontecimiento histórico del Reino Mesiánico.
La perspectiva cristiana tradicional no puede considerar este tipo de mesianismo, porque sostiene que aún en ese tiempo, se estaba esperando el advenimiento de, eventualmente, Jesús de Nazareth.
Los linajes mesiánicos perdieron sus funciones en 587 AEC, con la destrucción del reino de Judá y del Templo. Como ya se mencionó, el linaje de Aarón recuperó sus funciones tras la reconstrucción del Templo (mediados del siglo VI AEC), y las mantuvo hasta 70 EC.
Fue en esta época en la que el pueblo judío se acostumbró a enfatizar el restablecimiento del linaje de David. Es obvio: el paso importante para avanzar hacia el Reino Mesiánico era que los descendientes de David restauraran su trono. Por ello, la “espera” mesiánica tradicional se dirigió hacia la casa de David. Si se dejó de insistir en el Mesías de Aarón, sólo fue por la simple razón de que ese ya estaba otra vez funcionando.
Hay otro detalle: la “espera” del Mesías de David (o más bien, de la restauración del Trono al linaje de David) no era una espera abierta ni abstracta, porque se conocían bien los descendientes del rey David (al menos, desde la perspectiva tradicional, que los identificaba con Zerubabel y su descendencia). Dicho de otro modo: no era un enigma ni un misterio de dónde tenía que salir el Mesías (o el que restaurase el Trono de David). Se sabía cuál era la familia, generación tras generación. No hay ningún dato histórico que nos haga suponer que en algún momento se “perdió de vista” al linaje de David, sino hasta la persecución desatada contra ellos en 70 EC, por parte de Vespasiano.
Esta idea tampoco es aceptada por el cristianismo. La identidad del Mesías anunciado se mantuvo siempre en misterio, perfilado solamente por las profecías mesiánicas. Quien cumpliese esas profecías, demostraría ser el Mesías.
A partir del año 70 EC, sin Templo y con los descendientes de David que hubieran podido sobrevivir en la clandestinidad, el judaísmo perdió de vista toda referencia concreta al Reino Mesiánico: no había país, no había centro religioso, y no se sabía el paradero del linaje mesiánico Real. Por lo tanto, la “espera” llegó a su punto máximo de complejidad, y sólo hasta entonces empezó a cobrar importancia el concepto de “profecía mesiánica”, elemento indispensable para poder identificar a quien fuese a restaurar a Israel.
El cristianismo comulga perfectamente con este concepto de “espera”, e incluso con la importancia que se le debe dar a la “profecía mesiánica”, sólo que sostiene que así fue desde un principio. El judaísmo, en cambio, sólo vive esa situación desde 70 EC.
Vale aclarar que el linaje sacerdotal no se perdió. Hoy en día, desde la perspectiva tradicionalista, se sabe quiénes son descendientes directos de Aarón, y por lo mismo se sabe de dónde tiene que surgir el Mesías Sacerdotal. Claro, el detonante para que se dé la restauración religiosa será la manifestación del otro Mesías, el que permanece completamente oculto.
El cristianismo, en cambio, sostiene que siempre permaneció oculto, que ya se manifestó en Jesús, y que entonces no hay nada que esperar, salvo su segunda venida.
Llegados a este punto, es necesario empezar a hablar de lo que se entiende por “profecía mesiánica”.
3. ¿En qué sentido está profetizado el Mesías?
Nuevamente, en este punto las posturas judía y cristiana son irreconciliables. Para el judaísmo, la profecía mesiánica tiene como tema central el establecimiento del Reino Mesiánico, porque es en torno a ello que serán restaurados los linajes Mesiánicos, y los herederos de David y Aarón podrán retomar plenamente sus funciones. Si se enfatiza la llegada del Mesías de David, es porque esta va a ser el símbolo de la restauración del todo. Pero ese todo implica al otro Mesías, así como la restauración de linajes mesiánicos (es decir, la garantía de que generación tras generación seguirá habiendo herederos, y en su momento, Mesías, tanto en la Realeza como en el Sacerdocio).
En cambio, para el cristianismo la profecía mesiánica tiene como tema central a Jesús de Nazareth, único Mesías en la profecía y en la Historia. Llegado él, lo que se espera es que todo el universo se rinda ante él.
Hay que hacer un análisis de lo que el cristianismo ha considerado “profecías mesiánicas” (asunto que inicia desde los mismos Evangelios), pero dada la amplitud del tema, lo trataremos en una nota aparte. Por el momento, baste decir que estas diferencias fueron las que permitieron que el cristianismo le diera el nivel de “profecía mesiánica” a pasajes de la Biblia Hebrea que, en realidad, no lo son.
4. Hora de preguntarnos: ¿cuál es la creencia de los llamados Judíos Mesiánicos?
Cualquier conocedor de sus doctrinas ya sabe la respuesta: los Judíos Mesiánicos sólo consideran Mesías a Yehoshúa ben Yosef, porque asumen que es quien cumple las profecías mesiánicas dadas desde la antigüedad.
Con ello, implícitamente también asumen que nunca hubo variantes en lo que podemos llamar “espera mesiánica”, porque desde un principio el objeto de esa espera fue Yehoshúa, y el tema de las profecías fue Yehoshúa.
Además, asumen que la importancia del Reino Mesiánico es secundaria —por lo menos cronológicamente—, porque el Mesías Yehoshúa ya se manifestó, pero el Reino Mesiánico no. Eso implica, además, que la manifestación del Mesías Yehoshúa no implica la del Reino Mesiánico, y menos aún la restauración o consolidación del Mesianismo Sacerdotal, porque —de hecho— Yehoshúa es el verdadero Sumo Sacerdote, aunque no bajo el orden aarónico —el orden establecido por la Torá—.
Al igual que el cristianismo, los Judíos Mesiánicos esperan la consolidación del Reino Mesiánico cuando Yehoshúa regrese por segunda vez. Naturalmente, en su perspectiva está descartado que Yehoshúa restablezca las dinastías mesiánicas, o dicho de otro modo, que establezca un sistema político religioso en el que convivan dos Mesías (el Real y el Sacerdotal), que vayan heredando el rango mesiánico a sus descendientes.
Resumiendo: los llamados Judíos Mesiánicos comulgan con el concepto cristiano, no con el concepto judío.
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