viernes, 27 de noviembre de 2009

¿POR QUÉ DECIMOS QUE EL JUDAÍSMO MESIÁNICO ES CRISTIANISMO? Segunda Parte

2. La Akedá, la expiación y el concepto de Profecía Mesiánica

Akedá es el nombre con el que se conoce, en la tradición judía, al pasaje de Génesis (Bereshit) 22, que cuenta el dramático episodio en el que Itzjak (Isaac) estuvo a punto de ser sacrificado por Avraham, su padre.
Dicho pasaje conserva una capital importancia en las tradiciones judía y cristiana, aunque por motivos muy diferentes (al igual que en el caso de Isaías 53). Para el judaísmo, es la base para rechazar los sacrificios humanos. Para el cristianismo, es un anticipo del ministerio sustituto de Jesús, prefigurado por el carnero que fue sacrificado en lugar de Itzjak.
Uno de los aspectos fundamentales del cristianismo para sostener el mesianismo de Jesús, es la frecuente aparición de “tipos” mesiánicos en las Escrituras Hebreas, mismos que se cumplen en Jesús.
En esencia, es una construcción teológica, basada en lecturas alegóricas de los textos de la Biblia. Por su naturaleza, no son interpretaciones que se tengan que fundamentar en métodos concretos de exégesis. Simplemente, son lecturas simbólicas de textos, personajes o acontecimientos que, por sí mismos, no son parte del discurso mesiánico en la Biblia.
Pongamos un ejemplo: el Arca de Noé. Vista desde esta perspectiva, puede ser tomada como un “tipo” de Jesús en su papel redentor: quien se refugia en él —del mismo modo que Noé en el Arca—, no sufrirá daño de la destrucción del alma, del mismo modo que Noé fue salvado de la destrucción del Diluvio.
Otro ejemplo: la Vara de Aarón, como “tipo” de la Resurrección de Jesús: todas las demás varas (que representarían a los demás fundadores de religiones) permanecen muertas, pero la Elegido por D-os, recobra la vida.
Otro más: el río en el que se bañó Naamán. Según el relato de II Reyes, Naamán fue a consultar al profeta Eliseo para ser curado de su lepra. La instrucción fue lavarse siete veces en el río Jordán, lo que molestó a Naamán, quien reclamó que cualquier río de su tierra era mejor. Esa imagen es retomada para simbolizar el reclamo de quienes consideran que otras religiones ofrecen mejores modos de vida o pensamiento que sólo creer en Jesús. En el relato, Naamán reflexiona gracias a su criado y decide lavarse en el Río Jordán, tras lo cual su lepra es limpiada. Entonces, se deduce que cualquiera que prueba la salvación en Cristo, puede comprobar que es más efectiva que cualquier propuesta de cualquier religión.
Repetimos: en tanto se trata de lecturas alegóricas, no requieren de un fundamento exegético. Es cuestión de creerlas o no creerlas, porque estrictamente, nada en el texto prohíbe ese tipo de lecturas, aunque tampoco exige que se utilicen.
Este tipo de lecturas tiene un riesgo: el proceso de interpretación es arbitrario. Por ejemplo: el Arca de Noé, la Vara de Aarón o el Río Jordán representan a Jesús para los que creen en Jesús, pero podría representar el naturismo para los que crean en él.
¿Absurdo? No más que decir que hablan de Jesús. Ese es el riesgo de las lecturas alegóricas: son, por antonomasia, arbitrarias.
Desde luego, eso no significa que el judaísmo no tenga sus propias lecturas alegóricas de los textos bíblicos. Pero el punto aquí es recalcar el estilo y objetivo típico de las lecturas alegóricas cristianas.
Retomemos el caso de la Akedá (Génesis 22): D-os le pide a Abraham que sacrifique a Isaac, el hijo para quien deberían ser las promesas. Abraham no cuestiona las órdenes de D-os, e inmediatamente inicia la marcha hacia el Monte Moriah, acompañado sólo de Isaac y los instrumentos para realizar el sacrificio. En el camino, Isaac pregunta por el animal para sacrificar, y Abraham responde escuetamente que “D-os proveerá animal para el sacrificio”. Llegados al lugar, Abraham arma el altar y es entonces que Isaac entiende que él es el sacrificio. Según el relato bíblico, no opone resistencia. Cuando Abraham está a punto de matar a su hijo, un ángel lo detiene y le dice que D-os ha constatado la grandeza de su fe, al no negarle siquiera a su hijo más querido. Luego Abraham voltea, y encuentra a un carnero atorado en un arbusto, y le utiliza para el sacrificio.
Alrededor de este pasaje, el judaísmo ha realizado un sinfín de reflexiones, todas ellas marcadas por una verdadera angustia existencial: aún a sabiendas de que al final iba a evitar que Abraham sacrificase a Isaac, ¿por qué D-os le puso a Abraham una prueba tan cruel? Además, hay una serie de aspectos que sólo pueden percibirse en el texto hebreo: el relato del casi sacrificio de Isaac está relacionado con el de la muerte de Sara, que es el inmediato posterior.
Gracias a esto, las inquietudes propias del judaísmo se volcaron en las discusiones talmúdicas, y eso produjo verdaderas joyas de la literatura religiosa judía.
Un ejemplo: Satán trató tres veces de convencer a Abraham de que no sacrificara a Isaac, pero Abraham mantuvo su fe en D-os y continuó. Como venganza, Satán llegó a donde Sara esperaba, y le mostró el momento en el que Abraham estaba a punto de sacrificar a su hijo, razón por la cual Sara murió.
Más allá de la libertad literaria que se usa en este pasaje (típica de un Midrash), lo cierto es que la lectura del texto bíblico sí sugiere que fue después de este difícil episodio que Sara murió, y este es el punto de partida para explicar el por qué Abraham e Isaac se separaron durante tres años.
Otro Midrash cuenta que Isaac, en el momento en que estaba a punto de ser sacrificado, pudo ver las dos destrucciones del Templo de Jerusalén, así como los dos grandes exilios de su descendencia. En el momento en que el ángel detuvo a Abraham, Isaac también pudo ver las reconstrucciones del Templo, así como el retorno de los exiliados.
¿Alguna vez se discutió el sentido del sacrificio a partir de este pasaje? Sin duda, y desde la antigüedad el judaísmo tiene claro que la enseñanza que se deriva de aquí es que D-os no está de acuerdo con los sacrificios humanos. El hecho de que el Eterno haya detenido algo que era una práctica común en Oriente Medio en esas épocas (el sacrificio de un hijo), fue visto por el judaísmo como expresión clara de la voluntad de D-os: se permite el sacrificio de animales, pero no el de humanos, porque humanos y animales no están en el mismo nivel existencial.
En cambio, el cristianismo llega a la conclusión opuesta: el pasaje es entendido como un anticipo de que, eventualmente, habría de llegar el sustituto por excelencia para sacrificar su vida: Jesús de Nazareth.
¿Es legítima esta interpretación? Depende hasta que punto se quiera llegar. Asumiendo que el cristianismo es heredero directo de las tradiciones greco-latinas, mismas que mantienen principios religiosos y éticos diferentes al judaísmo, se puede decir que se trata de una legítima relectura gentil de un texto judío (del mismo modo que dentro del judaísmo se dieron legítimas relecturas de textos gentiles, especialmente en filosofía). El problema es pretender llevar esa legitimidad al punto de considerar la lectura cristiana como la correcta, en detrimento de la lectura original (la judía).
¿Con cuál lectura se identifica el llamado Judaísmo Mesiánico? Con la cristiana, por supuesto. Más aún: en su caso no cabe la posibilidad de que sea una lectura gentil sobre un texto judío. Al pretender ser “judíos completos”, está implícita la idea de que esa lectura —la cristiana— es la correcta, y que la lectura judía —anterior en varios siglos— está del todo errada, porque elude la aceptación de Jesús como Mesías y Salvador.

En este punto, es obligatorio mencionar algo respecto a la lectura cristiana: el hecho de que sea legítima (un gentil no puede leer igual que un judío, ni viceversa), no significa que no sea arbitraria. En realidad, para llegar a la conclusión cristiana se tienen que aplicar una serie de categorías que no existen en el universo literario o doctrinal del judaísmo.
El más relevante —que ya hemos mencionado— es el concepto de “profecía mesiánica”. Por medio de la identificación del carnero como un “tipo” de Jesús, se le concede al pasaje un nivel que —por sí mismo— no tiene ni pretende tener: un anuncio de una faceta propia del Mesías. Dicho de otro modo, una profecía mesiánica.
Este fue un método exegético (si acaso se le puede llamar así) empleado por el cristianismo ya desde el Nuevo Testamento. Allí podemos encontrar varios ejemplos de pasajes de la Biblia Hebrea que de ningún modo son profecías mesiánicas (vamos, ni siquiera profecías), pero que son elevados por los autores de los Evangelios a ese rango para fundamentar en eso el perfil mesiánico de Jesús. Veamos algunos ejemplos destacados:
Mateo 1.22-23 cita la profecía de Isaías 7.14 sobre el nacimiento virginal del Mesías. Pasemos por alto el detalle de que el hebreo original dice “la joven”, no “la virgen”. El punto más relevante es que la conjugación en el original está en presente: “una joven está encinta”, y no “la virgen concebirá”. Si uno lee el pasaje completo de Isaías 7, puede percibir que el profeta está hablando de un tema que nada tiene que ver con el Mesías: el Ajaz es retado por Isaías a que le pida una señal de que los reyes de Samaria y Damasco —sus enemigos— pronto serán destruidos. Ajaz no se atreve a exigirle una señal a D-os, y entonces Isaías es quien la determina: una joven está encinta, y antes de que su hijo pueda distinguir lo bueno de lo malo, los dos enemigos de Ajaz habrán sido destruidos.
¿Qué tiene que ver eso con el Mesías? Nada. En lo absoluto. Sin embargo, el cristianismo primitivo hizo una lectura alegórica de este pasaje, y encontró en la versión vinculada con la Septuaginta (la que dice “la virgen concebirá”) una referencia para justificar la creencia de que Jesús había nacido por obra y gracia del Espíritu Santo (una idea netamente pagana, inexistente para el judaísmo; por mucho que se apele a que el relato de la anunciación de Sansón es similar, la realidad es que el relato del nacimiento virginal de Jesús está más emparentado, doctrinal y estructuralmente, con el de Hércules).
Otro ejemplo: Mateo 2.15 menciona el regreso de la familia de Jesús de su exilio en Egipto como el cumplimiento de otra profecía: “de Egipto llamé a mi Hijo”, texto de Oseas 11.1, que en realidad es el punto de partida para una reflexión sobre la conducta de Israel. La frase en Oseas se refiere al Éxodo, e incluso es acompañada por una reprimenda: “Cuanto más yo los llamaba, tanto más se alejaban de mí” (Oseas 11.2). El uso de este pasaje como supuesta profecía mesiánica es, entonces, doblemente arbitrario, porque por un lado se le da una categoría que no tiene (de ser un recuento histórico pasa a ser profecía mesiánica), y además se usa sólo un fragmento del discurso completo, evidentemente porque la segunda parte resulta completamente inconveniente.
A partir de estos modos arbitrarios de lectura de las Escrituras Hebreas, el cristianismo desarrolló la idea de que la identidad mesiánica de Jesús quedaba confirmada por el hecho de que en él se verificó el cumplimiento de diversas profecías (todas ellas, tan arbitrarias como las dos que hemos referido), perspectiva radicalmente alejada de la original judía: el Mesías debía ser identificado por su pertenencia a un linaje, antes que por el cumplimiento de una serie de profecías.
Cierto: hubo un momento en que se perdió de vista a los miembros de este linaje (el Davídico), y entonces lo único que queda para la posible identificación del Mesías son una serie de profecías. Pero esta situación se dio a partir del año 70 EC, mucho tiempo después de que Jesús de Nazareth había sido crucificado.
Sobra decir que para los llamados Judíos Mesiánicos, la identificación de Jesús de Nazareth como Mesías se basa en el pretendido hecho de que él cumplió las profecías mesiánicas.
Dicho en otras palabras: su razonamiento y argumentación son los que han caracterizados al cristianismo, no al judaísmo.

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