domingo, 12 de septiembre de 2010

MICHAEL ROOD: El Clown del llamado Judaísmo Mesiánico

Resulta difícil creer que, en pleno siglo XXI, aparezcan este tipo de payasos, aún en un medio tan frecuentemente abyecto como el de las sectas religiosas estadounidenses.
Sin embargo, pese a la más elemental lógica, sucede.
Michael Rood es uno de esos pastores evangélicos a los que un día se le ocurrió que era rabino, e incluso un Levi. Se hizo confeccionar una capa, se consiguió gorros de colores, y empezó a predicar por todos lados con su disfraz de payaso.
Pero eso no es lo sorprendente, sino las siguientes dos cosas: primera, que tiene un montón de mensos que lo siguen; segunda, que sus temas favoritos son estupideces más que calcinadas a lo largo de la historia. Tres, en concreto, que voy a comentar una por una.
1. Las raíces hebreas del cristianismo
No es un misterio: de alguno u otro modo, el cristianismo se originó del judaísmo. Jesús mismo fue judío; los apóstoles también; incluso Pablo, el menos judío ideológicamente hablando, también lo fue. Pero, tan cierto como eso, lo es que el cristianismo es una abierta ruptura con el judaísmo, y se entiende mejor si se le analiza como lo que es: una fase de la evolución de la religiosidad helénica.
Esto no le molesta a Rood, ni a otros predicadores semejantes. De hecho, les encanta marcar las diferencias entre el “Jesús Griego” y el “Yehoshúa Judío”, enfatizando que lo que ellos proclaman es la fe original en Jesús, reintegrada a sus raíces judías.
Claro, pasan por alto un significativo problema: nadie, ni siquiera los más destacados especialistas en estudios del Nuevo Testamento, se han atrevido a decir cómo fue el movimiento original de Jesús. Dicho de otro modo: a juicio de los más destacados eruditos, la reconstrucción del movimiento original de Jesús —creencias y prácticas— sigue siendo un misterio sin resolver.
En cambio, cuando Rood y sus fans son cuestionados sobre el tema, lo mejor que se les puede ocurrir contestar es que ellos ya resolvieron ese misterio. Extraño, si tomamos en cuenta que entre esas huestes no hay ningún especialista de prestigio.
¿Por qué, a juicio de los verdaderos especialistas, no se ha podido reconstruir al Jesús histórico, su movimiento y su ideología? Simple: porque no tenemos ningún documento generado en ese grupo o en ese momento. Lo más parecido, el Nuevo Testamento, es —en realidad— una colección de textos construidos e integrados durante un proceso que abarca más de 300 años. Ciertamente, el proceso inició en un contexto judío, pero también es cierto que entre los años 70 y 397, el proceso se dio en el contexto cristiano helénico.
Por lo tanto, lo que podemos encontrar en el Nuevo Testamento es el modo de pensar de los seguidores cristianos (no judíos) de Jesús (el judío). Funciona, entonces, para reconstruir una rama del pensamiento helénico, pero no para reconstruir un grupo judío del siglo I.
Rood y similares apelan a algo muy simple: el Nuevo Testamento tuvo un original en hebreo. El texto griego que conocemos es, simplemente, la traducción.
Eso es un error: está demostrado que el original del Nuevo Testamento es, en esencia, griego. Cierto: hay muchos elementos de origen semítico, y evidencian que hubo antecedentes escritos en hebreo, pero esto sólo aplica para el evangelio de Mateo, y para el Apocalipsis de Juan. Aparte de esos textos, ningún especialista se atrevería a afirmar que existió un antecedente documental en hebreo.
Siguiendo un razonamiento artificial de principio a fin, Rood y similares pretender recuperar el espíritu “judío” del Nuevo Testamento.
Es una falacia. Se pueden identificar los puntos de contacto del Nuevo Testamento con el judaísmo del siglo I, pero eso es otra cosa. El Nuevo Testamento, como producto terminado, es una colección cristiana, hecha por cristianos y para cristianos.
En consecuencia, el hecho definitivo es que no existe ningún manuscrito antiguo —ni siquiera en estado fragmentario— del Nuevo Testamento que esté en hebreo.
Si Rood, entre otros, apelara a que ofrece su propia perspectiva de las ideas originales que pudieron haber tenido los seguidores de Jesús, siendo judíos, sería diferente. El problema es que dice que ofrece una recuperación de la esencia judía de Jesús y del Nuevo Testamento.
Los mejores especialistas saben que es imposible hacer esa recuperación. Pero Rood —que ni siquiera es un especialista en nada— dice que ya la hizo. En realidad, lo único que hizo fue replantear todo lo relacionado a Jesús, reelaborando cada detalle y cada idea a partir de lo que él cree que debió haber sido. Nada más. Es una mera especulación. Una que, además, ni siquiera toma en cuenta lo más destacado de la Crítica del Nuevo Testamento y, por lo tanto, una especulación frágil, sensacionalista, y que —hasta el momento— sólo ha convencido a gente más bien boba e ingenua.
2. El Calendario Hebreo
Por razones lógicas, Rood no puede —simplemente— exponer sus puntos de vista como la “perspectiva correcta”, sin entrar en conflicto con el cristianismo tradicional, pero también con el judaísmo.
De hecho, todo el mito de la “esencia judía” del Nuevo Testamento sólo es el intento para descalificar al cristianismo. Y el intento para hacer lo propio con el judaísmo, tiene que ver con el Calendario.
Rood promueve un “calendario hebreo corregido”, basado en los ciclos lunares. Con eso, de modo implícito, descalifica al judaísmo bajo la premisa de que sigue un calendario incorrecto.
Naturalmente, Rood no ha recibido el apoyo de ningún especialista en materia de calendarios. Acaso, lo mejor que ha conseguido es cierto apoyo de algunos sectores caraítas, que desde el siglo VIII retomaron un modo de organizar el calendario distinto al del Judaísmo Rabínico, supuestamente basado en la forma original usada por los antiguos sacerdotes de Israel.
Pero la propuesta de Rood es cómica: al final de cuentas, el actual año occidental 2010 es el 6010 del calendario hebreo “corregido”. Sus sesudas conclusiones sólo le permitieron validar el calendario gregoriano, agregándole 4,000 años para —según él— judaizarlo.
El punto crítico subyacente en este tema es, como ya mencioné, la necesidad de descalificar el calendario usado por el Judaísmo Rabínico, mismo que fue corregido por Hilel II hacia el año 359. Según los caraítas —y Rood, naturalmente—, esta corrección torció el modo correcto de hacer los cómputos calendáricos, movió las fechas de las Fiestas instituidas por la Torá, y canceló la posibilidad de que el Judaísmo Rabínico sea una religión correcta.
Naturalmente, no se ponen a pensar en un pequeño detalle: comprobar la exactitud del calendario usado por el Judaísmo Rabínico es sumamente fácil. Basta con tomar cualquier calendario judío y compararlo con un calendario lunar. La regla es simple: los días primero de cada mes deben coincidir con la Luna Nueva. Si la coincidencia es completa, todo lo demás está bien. Si hay errores, todo lo demás está mal.
Y, naturalmente, la coincidencia es perfecta. Justamente, Hillel II estableció las reformas para garantizar que cada mes iniciase en la Luna Nueva. Para ello, hizo uso de elevados conocimientos matemáticos y astronómicos.
Dado que los ciclos lunares no son exactos en cuanto a número de días, el calendario del Judaísmo Rabínico tiene recursos para hacer ajustes (generalmente, de un día) de tal modo que se pueda garantizar lo que la Biblia exige: que los meses comiencen con la Luna Nueva.
Obviamente, ni Rood ni los demás detractores del Calendario Hebreo vigente se detienen a pensar en esto. Su queja es abstracta, y no surge de la necesidad de corregir un error evidente (de hecho, lo único evidente en el Calendario Hebreo es que no tiene errores), sino de la urgencia de tener un argumento —malo, pero a la mano— para descalificar al Judaísmo verdadero.
A lo único que pueden recurrir, en este caso, es a la retórica mareadora. Misma que, por naturaleza, sólo engaña bobos. La forma de corroborar la exactitud o inexactitud del Calendario Hebreo es simple: salir cada día primero de mes a observar la Luna. Tan simple.
Las Fiestas Judías como Profecía del Fin de los Tiempos
Este, en realidad, es el tema capital de las doctrinas de Rood. Incluso, podemos afirmar que los temas anteriores tienen como objetivo darle un sustento a la perspectiva “profética” que Rood propone.
Según él, las Festividades Judías son la pauta para poder interpretar la profecía de las Setenta Semanas de Daniel, y con ello conocer los tiempos en los cuales se tiene que dar el cumplimiento de la venida del Reino Mesiánico.
De entrada, la verdad es que resulta ridículo que alguien quiera insistir con este tema, toda vez que el primer fracaso de las supuestas “profecías” sobre el “inminente” Fin de los Tiempos, sucedió en el año 164 AEC. Desde entonces, todos los cálculos que se han hecho sólo han terminado en el completo ridículo de quienes los promovieron.
Pero esto no impactó a Rood, evidentemente. Y, entonces, propuso su propia interpretación para la llegada del Fin.
Según las felices cuentas de Rood, la última Semana de la profecía de Daniel (los últimos siete años de Historia antes del Fin), comenzaron el 1 de Tishrei del 5771. El Judaísmo celebró la llegada de esa fecha el miércoles 8 de septiembre de 2010 al ponerse el sol, pero el calendario “corregido” de Rood la marcó para el viernes 10.
A partir de esa fecha, según las propias publicaciones de Rood, los acontecimientos que deberán verificarse son los siguientes:
a) 1 Tishrei 6010 (10 septiembre 2010): inicio de la guerra profetizada en Zacarías 14 (“Diez Días de Terror”).
b) 10 Tishrei 6010 (19 septiembre 2010): confirmación del pacto con Judá y manifestación del Arca de la Alianza.
c) Desde entonces, hasta el 25 Kislev 6010 (1 diciembre 2010), reconstrucción del Templo Judío en Jerusalén.
d) 25 Kislev 6010 y durante 8 días: Dedicación del Templo.
e) 3 Tevet 6010 (9 diciembre 2010): inicio de los sacrificios en el Templo de Jersualén.
A partir de estos acontecimientos, se desarrollará la última Semana de la profecía de Daniel, y la Resurrección de los Muertos, el Juicio y el establecimiento del Reinado de Jesús, se verificarán —según Rood— durante el mes de Tishrei del año 6017, o septiembre de 2017.
Bueno, lo cierto es que para este momento, las profecías de Rood ya empezaron a fallar. Estas notas las estoy escribiendo el 13 de septiembre de 2010, y lo cierto es que no empezó ninguna guerra hace 3 días. Menos aún una que ponga a temblar a todo el mundo (en una publicación previa, Rood se había atrevido a anunciar una guerra termonuclear). Y será cosa de una semana para ver si nos informan que ya se recuperó el Arca de la Alianza, y que se va a empezar a reconstruir el Templo.
Honestamente, no lo creo.
El fracaso de este cálculo es, a fin de cuentas, el colapso de todas las tonterías que ha venido predicando Rood.
Su “esencia judía” del Nuevo Testamento, así como su “calendario corregido”, caen por su propio peso al no verificarse el cumplimiento de la profecía, y Rood queda evidenciado como lo que es: un charlatán.
Bueno, la verdad es que sólo había que verlo en su disfraz de mago de circo ambulante para descubrir a un bocón.
Pero, lamentablemente, hay tanta gente tan urgida de que le cuenten cuentos, sin importar lo inverosímiles que puedan ser.

viernes, 5 de febrero de 2010

Respuesta a Benjamín Granados sobre Daniel 9.20-27

El 3 de febrero, Benjamín Granados hizo el siguiente post en Facebook:


"... Setenta semanas han sido decretadas sobre tu pueblo y sobre tu ciudad Kadosh para poner fin al transgresión, para sellar el pecado, para borrar las iniquidades, para hacer expiación por las iniquidades, y para traer justicia eterna y para sellar visión y profeta, y para ungir el Lugar Kadosh Kadoshim. Conoce, por lo tanto, y entiende que siete semanas (¿de años?), pasarán entre el dictado del decreto para restaurar y reedificar Yerushalayim hasta que el Mashíaj el Príncipe venga (¿Mashíaj Ben Yosef?). Permanecerá reedificada por sesenta y dos semanas (¿de años?), con plazas y pozos alrededor; pero esto será en tiempos angustiosos. 26 Entonces, después de sesenta y dos semanas, Mashíaj será cortado y no hay juicio en El (¿Acaso no fue este Yahshúa, incluso ya esperado por algunos en ese tiempo?). El pueblo de un príncipe que ha de venir destruirá la ciudad y el Lugar Kadosh, pero este fin vendrá con inundación, y la desolación está decretada hasta el fin de la guerra. 27 El hará un pacto firme con muchos por una semana (¿de años nuevamente?). Por la mitad de la semana hará cesar el continuo sacrificio y la ofrenda de grano (Creo que esto ya se dió). Sobre el ala del Templo estará la abominación de desolaciones y continuará hasta que la ya decretada destrucción sea derramada sobre el desolador (creo que también esto ya pasó)..."

Espero que lleguemos a un entendimiento sin andar batallando y con respeto, ya que coincido de antemano en muchas cosas que ustedes argumentan y no es de mi interés pelear, sino más bien el conocer su respetable opinión, porque en estas cosas se que algunos de ustedes saben más que yo y este pasaje en particular me parece muy directo>


Por problemas de sistema, no pude contestarle en el Foro de discusión. Así que opté por trasladar el asunto a mi blog, y poner a continuación la respuesta:

Benjamín

Con gusto te comparto un punto de vista judío sobre el tema (y aclaro: es uno de varios; naturalmente, es el que yo sostengo; si bien tiene sus diferencias con otros comentaristas, en lo lineamientos generales estamos de acuerdo).
Antes de explicar algunos detalles sobre el pasaje, debo aclararte un dato importante sobre la apocalíptica judía.

El género literario apocalíptico es la culminación evolutiva de una tendencia profética radical, que centra sus ideas en que el Reino Mesiánico sólo habría de iniciar hasta que la humanidad llegase a un punto de colapso. Este “evento” puede ser llamado “el Fin de los Tiempos”, y de él se empieza a hablar, aunque de modo ambiguo, en libros como Isaías, Ezequiel, Amós, Miqueas y Malaquías. Las ideas toman más forma en Joel y en los últimos capítulos de Zacarías, y llegan a su plena madurez en Daniel.
En la historia del judaísmo, hubo dos momentos muy concretos en que los partidarios de la apocalíptica creyeron que estaba por darse el Fin de los Tiempos, y con ello el inicio del Reino Mesiánico: en el año 164, justo tras la muerte de Antíoco IV Epífanes, y entre los años 70 y 73, justo entre la destrucción del Templo de Jerusalén por las tropas romanas, y la derrota de los últimos combatientes en Masada.
Después de esto, el judaísmo rechazó la apocalíptica por considerarla inexacta y peligrosa (no fue en balde: el país quedó en ruinas, justamente por la convicción apocalíptica de que, pese a la desventaja frente a Roma, D-os había prometido intervenir para darle la victoria a los judíos).

Vamos al texto como tal.
¿De qué se trata? En resumen, un ángel le explica a Daniel lo que va a suceder durante las últimas “70 Semanas” de Historia del pueblo de Israel (tu apreciación es correcta: se refiere a semanas de años, lo que equivale a un total de 490 años).

Haciendo uso de la transcripción que tú mismo agregaste, estos son los eventos más destacados de ese proceso:
a) “siete semanas pasarán entre el dictado del decreto para restaurar y reedificar Yerushalaim, hasta que el Mashiaj Príncipe venga”
b) “permanecerá (o será) reedificada por sesenta y dos semanas… en tiempos angustiosos”
c) “Después de las sesenta y dos semanas, Mashiaj será cortado”
d) “El pueblo de un príncipe que ha de venir destruirá la ciudad y el Lugar Kadosh”
e) “Este fin vendrá con inundación, y la desolación está decretada hasta el fin de la guerra”
f) “Por la mitad de la semana hará cesar el continuo sacrificio y la ofrenda de grano”

Respetando tu interés en no pelear, te voy a explicar por qué los judíos no vemos ningún viso de Jesús de Nazareth en este pasaje.

Setenta Semanas de años son un total de 490. La fecha que, a mi juicio, debe tomarse como punto de partida, es el año 445 AEC, cuando el rey Artajerjes I extendió el decreto para reconstruir Jerusalén.
Según este oráculo, tenían que transcurrir 490 años para que se llegase a la “invasión de un príncipe”, así como la desolación y la interrupción de los sacrificios del Templo. Según el cálculo, esto tendría que haber sucedido en el año 46 AEC.
¿Sucedió?
En cierto modo: la verdad es que hubo una guerra entre Judea y Roma en donde sucedió todo lo que este pasaje menciona sobre la “última semana”, pero aconteció entre los años 66 y 73 (siete, por cierto: una semana; a todas luces, la número 70).
Este dato es importante para tener en cuenta dos cosas: en primer lugar, que los acontecimientos SÍ SUCEDIERON. En segundo, que hubo un error de 20 a 27 años. Esto es importante, y más adelante te diré por qué.

Por el momento, hay que tomar en cuenta una cosa: el aspecto IMPORTANTE del oráculo ES LO QUE SUCEDE EN LA SEMANA 70, no el dato de que al Mesías se le quita la vida en la semana 69.

¿Cuál es el problema de la visión tradicional cristiana?
De entrada, que la cuenta de 70 semanas (490 años) terminó, pero el Fin de los Tiempos no llegó.
Se ha tenido que desarrollar la arbitraria idea de los “valles proféticos” para justificar esto. ¿De qué se trata esta idea? De que cada semana es como una montaña. Digamos que Daniel “vio” los picos de 70 montañas (las 70 semanas), y no alcanzó a ver que entre la 69 y la 70 había un “valle”. Ese valle explica por qué todavía no acontece la Semana 70.
En realidad, es una tontería suponer que un oráculo profético te diga que sólo quedan 490 años de Historia, pero que ya hayan pasado casi 2500.
En resumidas cuentas, a lo único que el cristianismo puede recurrir para explicar por qué no se llegó al Fin de los Tiempos, es que si Daniel dice que sólo faltan 490 años, se refiere a que faltaban casi 2500 (más lo que se acumulé este siglo).
Visto fríamente, es un argumento totalmente inconsistente.

El segundo problema que tiene la postura cristiana es querer identificar a Jesús con el Mesías referido por Daniel 9.
Hay dos momentos en que la palabra Mesías se usa: cuando dice que “un Mesías Príncipe” llegaría “luego de siete semanas”, y cuando dice que al final de la semana 69 “se cortará al Mesías”.
Es muy obvio que se trata de DOS MESÍAS DIFERENTES. ¿Por qué? ¡Porque entre uno y otro hay 62 semanas (434) años de diferencia!
El texto dice claramente que “luego de 7 semanas” se manifestaría un Mesías, y que 62 semanas más tarde, otro sería cortado. No queda duda: sólo se puede referir a dos personas diferentes, porque no hay ser humano que viva más de 400 años.
Esto no es un problema para el judaísmo, porque “Mesías” significa, literalmente, Ungido, y es el título que ostentan los reyes y los sumos sacerdotes. Por lo tanto, está claro que 49 años (o siete semanas) después del decreto de Artajerjes I, se “manifestó” un Mesías, y un poco más de cuatro siglos después, se le quitó la vida a otro.
En cambio, para el cristianismo es un problema serio porque pretende que sólo hay un Mesías, y es Jesús. Pero el sentido del texto ES CLARO, y NO NOS DEJA MÁS OPCIÓN que ASUMIR que se refiere a DOS MESÍAS DIFERENTES.

¿Quiénes fueron estos dos Mesías?
No tenemos modo de saber quién fue el primero, ya que no hay una cronología precisa de los años en los que los sumos sacerdotes de esa época ocuparon su cargo.
Pero podemos estar seguros de que se trata de un Sumo Sacerdote. ¿Por qué no un rey? Porque estamos hablando de una época en la que Judea estuvo sometida al vasallaje medo-persa, Y NO TUVO REY. El año sería, aproximadamente, el 396 AEC (siete semanas después del decreto de 445 AEC).
¿Quién fue el segundo?
El cristianismo lo explica de dos modos (asumiendo que, en realidad, sólo existe este Mesías), principalmente:
a) El decreto se dio en 445 AEC. Jesús murió durante la semana 69, y en la siguiente semana de años “acabaron los sacrificios del Templo”. Desde esta perspectiva, este evento NO SE REFIERE A LA GUERRA CONTRA ROMA, sino al hecho de que Jesús fue EL SACRIFICIO PERFECTO. Esta idea es sostenida por iglesias cristianas históricas, como el catolicismo o algunas tendencias moderadas del protestantismo.
Tien un serio problema: Daniel no dice que el Mesías moriría “durante” la semana 69, sino “al término”.
69 semanas equivalen a 483 años. Contando a partir de 445 AEC, llegamos al año 39 EC como la fecha tentativa para la “muerte” de este Mesías.
Jesús no pudo morir en ese año. Aunque no sabemos en qué año nación, ni cuantos años vivió, lo que sí sabemos es que Pilatos fue depuesto de su cargo como Procurador Romano en 36, así que Jesús no pudo morir tres años después.
Debido a esta inconsistencia, otras iglesias —independientes y de tipo fundamentalista y dispensacionalista— ofrecen otra explicación:
b) A partir del año del decreto —445 AEC— deben contarse 483 “años bíblicos”, que sólo constan de 360 días. Esa diferencia de algo más de 2500 días nos hace retroceder del año 39 al año 31 o 32, dato bastante verosímil para ubicar la muerte de Jesús.
Pero también tiene problemas:
Probablemente, no exista un concepto MÁS ARBITRARIO E INVENTADO DE LA NADA que el de “año bíblico”.
En todos los registros calendarios judíos que se han recuperado, JAMÁS se ha encontrado documento alguno que hable de años de 360 días.
“Pero esto no sale de la nada”, apelan sus partidarios. “Se deduce de que Daniel habla de un período de ‘tiempo, tiempos y medio tiempo’ (evidentemente tres años y medio), y Apocalipsis se refiere a un período de 1260 días; esa cantidad sólo la podemos obtener si contamos años de 360 días”.
Argumento endeble, por una razón simple: una cifra está tomada de Daniel (tiempo, tiempos y medio tiempo) y otra del Apocalipsis (1260 días). ¿Por qué no se toman las cifras en números de días que están en Daniel?
Porque una es de 1290 días (Daniel 12.11), otra es de 1335 días (Daniel 12.12), y otra más de 2300 (Daniel 8.14).

El otro problema es más serio, y es el ya mencionado: después de esa “muerte” del Mesías, tenía que venir la “inundación” de un príncipe y su pueblo, la interrupción del sacrificio continuo, y la desolación de Jerusalén y el Santuario.
Cosa que no sucedió después de que murió Jesús de Nazareth (claro, a menos que uno insista en que cuando dice “490 años”, no se refiere a 490 años, sino a cualquier cantidad que gustes, porque la cuenta sigue corriendo).

¿Qué se hace con esa cuenta?
Un ejemplo interesante sería contar al revés: en vez de 483 años a partir del decreto de reconstrucción, contar 7 antes de lo que Daniel menciona como “el fin de la guerra”.
¿Cuándo terminó la guerra entre Judea y Roma? En 73 EC.
¿Cuánto tuvo que haber “muerto” un Mesías? En 66 EC.
¿Murió algún rey o sumo sacerdote en ese año?
Sí. Anán II, Sumo Sacerdote en funciones durante el año 62. Un grupo de radicales idumeos lo ejecutó en Jerusalén como parte de las primeras hostilidades contra las autoridades judías y contra los romanos.

En términos históricos, los acontecimientos descritos por Daniel 9 sobre la semanas 69 y 70 son bastante exactos:
La guerra estalló en 66, y una de las primeras víctimas fue Anán II, Sumo Sacerdote (y, en lenguaje técnico del judaísmo, un Ungido, lo que es lo mismo que un Mesías). Eso provocó la “inundación de un príncipe”, que fue Vespasiano, el general encomendado para sofocar la revuelta. Este hizo un “pacto con muchos”: los judíos helenistas del norte (Galilea, principalmente), cuyo dirigente era el rey local pro-romano Agripa II, tuvieron todo el apoyo de Vespasiano en su lucha contra las células anti-romanas en esas zonas. “A la mitad de la semana”, o tres años y medio después, se interrumpió el continuo sacrificio: Tito Vespasiano —hijo de Vespasiano— ocupó Jerusalén en el 70 (tres años y medio después del inicio de la guerra), y destruyó el Templo.

¿Qué se supone que tenía que pasar durante los siguientes tres años y medio de la guerra?
Bueno, como ya se mencionó, la confrontación tenía que llegar a su fin, y la “desolación” tenía que terminar. Esto implica que Roma tenía que ser derrotada.
¿Cómo lo sabemos?
Porque en entre los Rollos del Mar Muerto se recuperó un documento que habla, en un lenguaje simbólico aunque bastante descifrable, de ESTA GUERRA DE SIETE AÑOS.
El texto se conoce como ROLLO DE LA GUERRA o LA GUERRA DE LOS HIJOS DE LA LUZ CONTRA LOS HIJOS DE LAS TINIEBLAS, y es una clara descripción de un combate entre los Judíos contras los ejércitos de los Kitim (y no caben dudas de que estos eran los Romanos), misma que estaría dividida en tres etapas: en la primera (“tres partes”), las tropas judías prevalecerían; en la segunda (“tres partes”), prevalecerían los enemigos; en la tercera “una parte”), D-os traería la milagrosa victoria.

Es un oráculo que falló. Tanto el de Daniel como el del Rollo de la Guerra. Por eso, EL JUDAÍSMO NUNCA INCLUYÓ A DANIEL COMO LIBRO PROFÉTICO, porque sus oráculos FALLARON: anunciaban la llegada del Reino Mesiánico tras la muerte de un Mesías (Anán II en 66), siete años de guerra (el levantamiento contra Roma: 66-73), y en el cual sería destruido el Templo (a la mitad: 70).

Como podrás darte cuenta, Jesús queda completamente fuera de lugar en el panorama “profético” del que habla Daniel.

Ahora la pregunta importante: ¿qué significa que Daniel haya fallado?
Complejo debate, pero —en general— la idea esta clara: tras la destrucción del Templo de Jerusalén, un grupo de extremistas exacerbados, bastante afines a la ideología Esenia-Qumranita, elaboró un texto que hicieron pasar como parte del libro de Daniel.
Ojo: no se trata de una falsificación. Los Esenios-Qumranitas tenían una costumbre muy compleja a la vista occidental moderna, pero muy normal para ellos: reelaboraban todo el tiempo los textos proféticos que conservaban (muchos más de los que los Fariseos admitieron en la Biblia que conocemos).
Seguramente, ya existía un texto sobre este período final de la Historia. De hecho, está claro —por las referencias del propio libro de Daniel contenidas en los versículo 9.1-19)— que se trata de una reinterpretación radical de la profecía de Jeremías, según la cual el pueblo judío estaría exiliado 70 años.
Lo que seguramente sucedió fue que en ese momento crítico (Jerusalén y el Templo destruidos, y los últimos combatientes resistiendo en Masada tras la caída de las fortalezas de Herodio y Maqueronte) estos místicos radicales plantearon esta alternativa de interpretación de un corpus profético pre-existente, y lo redactaron de tal modo que quedara incluido en el libro de Daniel.
¿Por qué Daniel? Porque el libro de Daniel, tal y como lo conocemos, es la versión Farisea. Entre los Esenios, está comprobado que hubo, por lo menos, cuatro diferentes libros dedicados a Daniel, y no estamos seguros de cómo estaban organizados.
Un estudio historiográfico nos revela que en este momento se escribieron los capítulos 2, 7 y 9.20-27 de Daniel, para hablar de la guerra que se estaba enfrentando, con la convicción de que la victoria estaba a punto de llegar.
No llegó. Los Esenios lo pagaron con su vida (esa secta desapareció después de esa guerra), y lo único que se conservó de Daniel fue la versión recogida por los Fariseos, que nunca le concedieron el nivel de libro profético.

Resumamos así el asunto:

¿Por qué el judaísmo no ve profecías sobre Jesús en Daniel 9?
Porque Daniel no es un libro profético.

¿De qué trata el oráculo de las 70 semanas?
De un intento de radicales Esenios de demostrar que, en el fragor de la guerra contra Roma, la victoria estaba a punto de llegar. No se lo inventaron de la nada. Es seguro que lo que conocemos es la versión más depurada de una tradición probablemente añeja, pero que sólo llegó hasta su versión definitiva en ese momento (seguramente, el año 73).
Claro, erraron en su cálculo, porque dijeron que “490 años” cuando, en realidad, ya habían pasado 517 (es el error de 27 años que mencioné previamente).
Pero piensa en esto: hicieron el cálculo en medio de una guerra, y sin los recursos que nosotros tenemos para cuantificar los procesos históricos.
En realidad, fue un cálculo notable, con un margen de error de un 5%. Personalmente, me impresiona la precisión que estos combatientes tuvieron en su información histórica.

Y, a fin de cuenta, su cálculo fue más exacto que el cristiano. El cálculo de los Esenios respecto al Fin de los Tiempos sólo iba a fallar por 27 años. El cristiano ya lleva casi 2000 de más.

miércoles, 27 de enero de 2010

Jesús de Nazareth: Deidad Solar pagana y greco-latina

JESÚS DE NAZARETH
LA DEIDAD SOLAR DEL IMPERIO ROMANO

Últimamente, hemos visto un considerable auge de grupos como los Judíos Mesiánicos o Judíos Netzaritas (Nazarenos). ¿Qué son estos grupos? Aparentemente, una tendencia del judaísmo (o, por lo menos, así es como ellos se quieren presentar), aunque hay un total rechazo de parte de las autoridades religiosas judías a reconocerles como judíos.
¿A qué se debe este rechazo? A que Mesiánicos y Netzaritas aceptan a Jesús (o Yehoshúa) de Nazareth como el Mesías. Desde la óptica del judaísmo, esto los hace cristianos, ya que se considera que aceptar a Jesús como el Mesías va en contra de las ideas básicas del judaísmo.
Pero ellos insisten en que no sólo son judíos, sino incluso judíos completos, porque tienen una experiencia personal de conocimiento del Mesías.
Hay varios aspectos con los cuales se puede demostrar fácilmente el perfil cristiano de estos grupos, pero uno —en particular— es contundente, y es el que vamos a analizar en esta nota: la identidad de Jesús de Nazareth como Deidad Solar, firmemente anclada en la tradición pagana heredada por el contexto greco-latino, a la cual el judaísmo siempre se opuso.

EL BRIT HADASHÁ O NUEVO TESTAMENTO

El meollo de la discusión está en el perfil judío o helénico que pueda tener el Nuevo Testamento (o, como Mesiánicos y Netzaritas prefieren llamarle, Brit Hadashá).
En los debates con este tipo de cristianos, siempre hay una insistencia de parte suya a que el Brit Hadashá ha sido malinterpretado para construir las doctrinas del cristianismo, y que lo primero que se tiene que hacer es releerlo en su “contexto original judío”, para entonces poder observar con claridad las verdaderas enseñanzas de Jesús, así como su perfil mesiánico indudable.
Esta postura tiene varios puntos débiles, y dos de los más relevantes son:
a) No es original ni aporta nada nuevo. La insistencia de que se debe hacer una “lectura correcta del Nuevo Testamento” es casi tan vieja como la Iglesia misma, y es el punto de arranque de cualquier movimiento renovador, reformador, restaurador o cismático. Si los protestantes se separaron de los católicos, o si los bautistas se separaron de los protestantes y católicos, o si los menonitas se separaron de los bautistas, o si los calvinistas se separaron de los luteranos, o si los anglicanos arminianos se separaron de los calvinistas, o si los metodistas se separaron de los anglicanos, o si los presbiterianos nunca estuvieron de acuerdo con los metodistas, o si los congregacionalistas se separaron de los presbiterianos, o si los Testigos de J. y los mormones hicieron lo propio, fue sólo porque pretendían recuperar el “verdadero modo de entender y seguir a Jesús” por medio de una “lectura correcta” del Nuevo Testamento. En el caso de los Mesiánicos y Netzaritas, el único detalle extra es la pretendida recuperación del contexto judío “original”. Naturalmente, nunca toman en cuenta las aportaciones de los especialistas que se dedican a debatir el tema del “contexto original” de los textos del Nuevo Testamento. Mesiánicos y Netzaritas son, por excelencia, rotundos desconocedores de la Crítica Bíblica.
b) Es un hecho de sobra comprobado que el Nuevo Testamento es un documento cristiano, no judío. Ciertamente, sus documentos más antiguos fueron elaborados en un contexto judío y para lectores judíos, pero la parte más trascendental de su esquema doctrinal —las Epístolas del Apóstol Pablo— fueron escritas en griego, y para públicos de habla griega y, por lo tanto, inmersos en la cultura helénica. Suponer que el trasfondo de esas epístolas es “judío” es un error, y pretender interpretarlas a partir de premisas judías es, en realidad, imposible.

Por encima de estas dos objeciones, hay una que no deja más opción que asumir que el Nuevo Testamento, en su forma final y que es la que conocemos, está definitivamente disociado del pensamiento judío, y refleja la herencia cultural y religiosa del mundo greco-latino. Y esta objeción gira en torno a la personalidad de Jesús de Nazareth que nos es presentada en el Nuevo Testamento en general, y los Evangelios en particular, no como el Mesías Judío, sino como una Dedidad Solar pagana.
He aquí los hechos.

LAS DEIDADES SOLARES EN LA ANTIGÜEDAD

El Sol ha sido un personaje reconocido como deidad desde la más remota antigüedad. Prácticamente, no existe región del mundo donde no se le haya dado culto.
Desde los petroglifos del Neolítico y de la Edad del Bronce, hasta Ra y Horus en Egipto, Surya en la India, Helios y Apolos en Grecia, Trundholm en las regiones nórdicas, Tonatiuh y Huitizilopochtili entre los Aztecas, Inti entre los Incas, o Amaterasu entre los Sintoístas, el Sol ha sido adorado como dios durante milenios.
No es difícil adivinar la razón: el ser humano tiene claro, desde muy antiguo, que el calor del Sol es esencial para el desarrollo de la vida en la Tierra. Por ello, el desarrollo de las religiones organizadas siempre fue a la par del desarrollo de las ciencias astronómicas y de la astrología, y el punto de partida siempre fue el movimiento aparente del Sol

El movimiento aparente del Sol

Con esto no nada más nos referimos a la idea de que es el Sol el que se mueve alrededor de la Tierra, sino a algo más complejo e importante.
Partamos de la idea antigua de que la Tierra está fija y es el Sol quien la circunda. Si marcamos un punto fijo, y desde allí observamos todas las mañanas los puntos por donde sale y se mete el sol, podremos percibir que conforme va acercándose el Invierno estos se van ubicando cada vez más hacia el sur; en contraparte, conforme va acercándose el verano se ubican cada vez más hacia el norte.
Esto fue la base para señalar los solsticios y los equinoccios. Los primeros son los puntos más extremos en el aparente viaje del sol, y se ubican en Invierno (el punto extremo al sur) y Verano (al norte); los equinoccios, en cambio, son los puntos intermedios de este movimiento aparente: primavera (cuando el sol “viaja” del sur al norte) y otoño (cuando “viaja” del norte al sur).
¿Cuál fue la utilidad de establecer estos conceptos básicos? Ante todo, agrícola. Todas las culturas desarrollaron la suficiente ciencia astronómica como para poder hacer marcas (a veces rudimentarias, a veces monumentales) cuyas sombras señalasen los solsticios o los equinoccios, para con ello poder optimizar su producción agrícola.

La explicación espiritual del movimiento del Sol

Todas las culturas crearon un aparato mitológico para explicar este “movimiento” del Sol, y con ello por qué hay seis meses en los que la vida parece extinguirse, y otros seis en los que parece renacer.
Nosotros podemos enfocar estas mitologías desde dos perspectivas:
a) La lectura literal, propia de la gente del pueblo, que realmente creía que el Sol era un personaje en constante combate con la oscuridad, que en un momento dado era “derrotado”, pero que eventualmente volvía a levantarse triunfante.
b) La lectura técnica, exclusiva de la gente vinculada con el poder y el conocimiento (generalmente, las castas sacerdotales), que muy probablemente no creían en la literalidad de los mitos, y que —en cambio— entendían su traducción astronómica.
Son dos ópticas diferentes sobre los antiguos mitos. La gente común y corriente veía el movimiento del Sol y lo interpretaba como una manifestación de una realidad espiritual, mientras que quienes controlaban el poder y el conocimiento veían en el mito una descripción alegórica del funcionamiento de los astros, información básica para que la agricultura funcionase correctamente, aspecto indispensable para la conservación del poder.

Los componentes del mito

La idea básica en el mito es la tensión entre muerte y renacimiento.
Para poder establecer conceptos claros al respecto, fue necesario que se hiciese una organización de los fenómenos astronómicos, y el resultado de ello fue lo que hoy conocemos como Zodiaco. Cada cultura tuvo su propia organización del Zodiaco, pero la más importante —hasta la fecha— es la elaborada por las culturas de Mesopotamia, que divide el mapa celeste en doce secciones o signos astrológicos.
Según esta perspectiva, el punto que señala la “derrota” del Sol está marcado por el equinoccio de otoño, que acontece durante el mes de Libra. En contraparte, el punto que señala la “victoria” del Sol está marcado por el equinoccio de primavera, que acontece en el mes de Aries. El punto donde el Sol “empieza a morir” es el solsticio de verano (en el mes de Cáncer), y el punto donde “renace” es el solsticio de invierno (en el mes de Capricornio).
¿De qué se trata, entonces, el mito solar?
De cómo el Sol, en tanto deidad, nace, se desarrolla, sufre una “derrota”, muere y resucita.
Pero, más allá del relato, el asunto es explicar los movimientos que hace el Sol en el cielo, relacionados con momentos precisos del año.
¿En qué momento “nace” el dios Sol? En el momento en que el Sol está más alejado de la Tierra y empieza su acercamiento (solsticio de invierno).
¿En qué momento “muere” el dios Sol? En el momento en el que está más cerca de la Tierra y empieza su alejamiento (solsticio de verano).
¿En qué momento “triunfa” el Sol? Cuando los días empiezan a ser más largos que las noches (equinoccio de primavera).
¿En qué momento es “derrotado” el Sol? Cuando las noches empiezan a ser más largas que los días (equinoccio de otoño).
Teniendo claros estos conceptos, los observatorios de la antigüedad tenían que ofrecer datos precisos para poder identificarlos correctamente en el calendario. Una serie de posiciones astronómicas facilita la identificación precisa del solsticio de invierno: ese día, el punto donde el Sol aparece queda en una alineación casi perfecta con cuatro estrellas muy fácilmente identificables, todas ellas hacia el oriente: Sirio, la más luminosa; y detrás de esta, las tres estrellas del Cinturón de Orión. En consecuencia, estas cuatro estrellas siempre jugaron un papel importante en los mitos sobre las deidades solares.
Mientras más se ubique uno al norte, el espectáculo ofrecido por el Sol es más sorprendente. Como sabemos, debido a la inclinación del eje del planeta, en los polos sólo hay un día y una noche en todo el año, cada uno con seis meses de duración. Tres días antes del solsticio de invierno, se da un fenómeno muy extraño en el hemisferio norte: parece que el Sol se detiene durante tres días en su punto más bajo; a partir del solsticio, el Sol empieza a “moverse” nuevamente hacia arriba, lo que marca el inicio del proceso hacia la primavera.
La constelación sobre la que parece “detenerse” el Sol durante este período es la llamada Cruz del Sur.
El solsticio de invierno se convirtió en un punto medular en la medición de las fases solares, ya que representa el punto de mayor alejamiento del Sol y la Tierra. Dicho en lenguaje mitológico, representa el punto donde el Sol se libera de las ataduras de la muerte o del inframundo.

Estos detalles astronómicos fueron los que definieron los contenidos básicos de los mitos sobre las deidades solares: una estrella del oriente señalando su “nacimiento”; tres estrellas “siguiendo” a esta estrella oriental; tres días “muerto” en una cruz; un renacimiento que empieza en el solsticio de invierno; un triunfo sobre la muerte que llega en el equinoccio de primavera.
¿Suena familiar?
Es inevitable. Es el esquema en el que la tradición cristiana expone la vida de Jesús. Su nacimiento se celebra el 25 de diciembre (fecha antigua del solsticio de invierno; la inexactitud del Calendario Gregoriano ha hecho que, actualmente, dicho solsticio suceda el 22). La imagen típica del nacimiento de Jesús es, además, con una “estrella del oriente” señalando el lugar de su nacimiento, y siendo adorado por los “tres reyes magos” (que llegaron allí “siguiendo” la estrella).
¿Cómo es la muerte de Jesús? En una Cruz. ¿Cuánto tiempo estuvo muerto? Tres días. ¿Cuándo se celebra su resurrección? En el equinoccio de primavera (Pascua o Semana Santa).

¿Hay más detalles de la vida de Jesús relacionables con la astrología? Seguro, y bastante importantes.
Durante el verano, se considera que el momento que más luz da el Sol es el tercer decanato de Virgo (los últimos diez días del mes de este signo). Es el momento del año con mayor esplendor del Sol.
Por eso, en las mitologías de los dioses solares basadas en la astrología caldea, la Virgen tiene un papel preponderante. Está de más decir que Jesús, según el cristianismo, nació de una virgen.
La contraparte Zodiacal de Virgo es Piscis. Nótese que, según la astrología, la contraparte no es lo opuesto, sino lo complementario.
¿Tuvo Jesús algo que ver con el signo de Piscis? La pregunta sobra: desde que llamó a cuatro pescadores para ser “pescadores de hombres”, pasando por el milagro de la multiplicación de cinco panes y dos peces para alimentar toda una multitud, hasta el definitivo establecimiento del Pez como símbolo del cristianismo en la época de la iglesia primitiva. Por no mencionar que, según los partidarios de la astrología, con Jesús inició la Era de Piscis.

No es, por lo tanto, un misterio el hecho de que Jesús está presentado por la tradición cristiana como una deidad solar.
En este punto, tanto Mesiánicos como Netzaritas se pueden deslindar sin mucho problema, porque ellos mismos sostienen que el cristianismo desvirtuó la imagen de Jesús, al punto de transformarlo en D-os. Naturalmente, ellos manifiestan abiertamente su rechazo a todo eso. Por lo tanto, razonan, acusar al cristianismo de hacer de Jesús una deidad solar es algo que, en estricto, no los afecta a ellos.
Salvo por un nada pequeño detalle: toda la identificación de Jesús como deidad solar la encontramos en el Nuevo Testamento, el compendio de textos que tanto Mesiánicos como Netzaritas pretenden debe ser leído en su “contexto judío original”.

Vamos revisando la evidencia.

Nacido de una virgen

“El nacimiento de Jesucristo fue así: estando desposada María su madre con José, antes que se juntasen, se halló que había concebido del Espíritu Santo. José su marido, como era justo y no quería infamarla, quiso dejarla secretamente. Y pensando él en eso, he aquí un ángel del Señor le apareció en sueños y le dijo: José, hijo de David, no temas recibir a María tu mujer, porque lo que en ella es engendrado, del Espíritu Santo es. Y dará a luz un hijo, y llamarás su nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados. Todo esto aconteció para que se cumpliese lo dicho por el Señor por medio del profeta, cuando dijo: he aquí, unavirgen concebirá y dará a luz un hijo, y llamarás su nombre Emanuel, que traducido es D-os con nosotros”. Mateo 1.18-23

“Al sexto mes, el ángel Gabriel fue enviado por D-os a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un varón que se llamaba José, de la casa de David, y el nombre de la virgen era María. Y entrando el ángel en donde ella estaba, dijo: ¡Salve, muy favorecida! El Señor es contigo; bendita tú entre las mujeres. Mas ella, cuando le vio, se turbó por sus palabras, y pensaba qué salutación sería esta. Entonces el ángel le dijo: María, no temas, porque has hallado gracia delante de D-os, y ahora concebirás en tu vientre, y darás a luz un hijo, yllamarás su nombre Jesús. Este será grande, y será llamado Hijo del Altísimo; y el Señor D-os le dará el trono de David su padre, y reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin. Entonces María dijo al ángel: ¿cómo será esto? Pues no conozco varón. Respondiendo el ángel, le dijo: el Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual también el santo ser que nacerá, será llamado Hijo de D-os”. Lucas 1.26-35

Resulta extraño que cada evangelio nos de una versión diferente de los hechos. Si se supone que ambos autores debieron, de uno u otro modo, investigar el supuesto origen milagroso de Jesús, lo lógico es que hubieran entrado en contacto con las dos versiones: la de José (recopilada sólo por Mateo) y la de María (recopilada sólo por Lucas).
Pero dejemos esto de lado. En realidad, hay algo todavía más interesante: Lucas nos cuenta el “milagro” de un modo simple y llano, aunque elegante en su estilo. Mateo, en cambio, ubica este “milagro” en relación a una profecía contenida en el libro de Isaías (7.14), sobre la cual ha habido muchas controversias, toda vez que es un hecho bastante claro que la versión de Isaías invocada aquí es la de la Septuaginta, y es incorrecta. El original dice “una joven está encinta, y dará a luz un hijo”. Es decir: el hebreo original no usa la palabra “virgen” (betulá), sino “joven” (almá). Más aún: no usa el futuro como tiempo verbal (concebirá), sino el presente (está encinta).
¿Depende Mateo de una ingenua traducción incorrecta, o se puede sospechar de una manipulación voluntaria del texto de Isaías (misma que no sólo sería parte de Mateo, sino de la misma Septuaginta; pese a que hay evidencia de que esta versión en Griego de la Biblia Hebrea pudo haber estado compilada hacia el siglo II o I AEC, lo cierto es que las copias más antiguas que tenemos datan de la Era Cristiana, e incluso de fuentes cristianas, por lo que tampoco se puede descartar una alteración premeditada de este pasaje en específico)?
La respuesta no es complicada: en el judaísmo, jamás existió el concepto de que el Mesías tuviera que nacer de una virgen. En los mitos sobre las deidades solares sí.
¿Por qué la alteración arbitraria de Isaías 7.14? Para poder incorporar en el judaísmo una idea que le es del todo ajena, propia de la mitología pagana y relacionada con aspectos zodiacales: el dios Sol y su vínculo con la constelación de Virgo.
En realidad, es dos días antes del final del mes de Virgo (21 de septiembre) que el sol entra en su fase de “ocultamiento”: es el equinoccio de otoño, y las noches empiezan a ser más largas que los días. Desde el punto de vista mítico, el Sol entra en el inframundo, preparándose para renacer más adelante. Dado el carácter cíclico de este proceso, el inframundo del Sol no sólo significa la muerte, sino también el útero femenino: el Sol está oculto, esperando el momento de volver a manifestarse.
Por ello, la idea del “nacimiento virginal” siempre fue recurrente en los mitos sobre las deidades solares.
Queda perfectamente claro que en estos relatos sobre el nacimiento virginal de Jesús, se está apelando a las ideas propias de los mitos solares del paganismo, y no a las profecías mesiánicas del judaísmo.
La mejor prueba nos la ofrece Lucas, el texto más griego de los evangelios, surgido en el contexto cultural helénico, elaborado —según la propia tradición cristiana por Lucas, un griego—, y hecho para ser leído por los cristianos de habla griega (y, por lo tanto, de cultura helénica): no hay ninguna referencia a “profecías” cumplidas. Simplemente, en un estilo literario perfectamente emparentado con el nacimiento “milagroso” de otras deidades griegas como Hércules, el ángel Gabriel aparece y le anuncia a María que, siendo virgen, concebirá y dará a luz al Hijo del Altísimo.

Las cuatro estrellas del Oriente

“Cuando Jesús nació en Belén de Judea en días del Rey Herodes, vinieron del oriente a Jerusalén unos magos, diciendo: ¿Dónde está el rey de los judíos, que ha nacido? Porque su estrella hemos visto en el oriente, y venimos a adorarle… la estrella que habían visto en oriente iba delante de ellos, hasta que llegando, se detuvo sobre donde estaba el niño… y al entrar en la casa, vieron al niño con su madre María, y postrándose, lo adoraron; y abriendo sus tesoros, le ofrecieron presentes: oro, incienso y mirra”. Mateo 2.1-2, 9 y 11

Tal y como mencionamos, en el solsticio de invierno hay cuatro estrellas que parecen señalar el punto donde surge el Sol al amanecer: Sirio y las Tres Estrellas del Cinturón de Orión (Miltaka, Alnilam y Alnitak). Al oriente, por supuesto.
De aquí se deducen dos elementos que no son mencionados textualmente por el relato de Mateo, pero que son inherentes a las celebraciones cristianas sobre el nacimiento de Jesús: que la fecha fue 25 de diciembre, y que los “magos del oriente” eran tres.
En consecuencia, mucho se ha especulado sobre la “verdadera” fecha de nacimiento de Jesús, y la imaginería de iglesias cristianas opuestas a las tradiciones católicas ha dibujado inmensas caravanas de “magos” de oriente llegando a Jerusalén para buscar a Jesús.
Pero la realidad es simple: dado que es muy claro el elemento astrológico en el relato, donde una estrella de Oriente (Sirio) es la guía para señalar el nacimiento del dios, y es seguida por otras tres (Miltaka, Alnilam y Alnitak), no quedan dudas: la fecha es el 25 de diciembre. Así fue entendido desde la antigüedad este texto, cuya redacción final debió ser bastante tardía.
¿De donde se deduce que eran “tres magos”? La idea la da el propio texto, al decir que los obsequios eran oro, incienso y mirra. Suficiente para que, tratándose de un mito cuyos elementos están aportados por la astrología, quede claro que se refiere a las tres estrellas del Cinturón de Orión. Todavía, en muchos contextos cristianos, se sigue diciendo que esas tres estrellas son los Tres Reyes Magos.

La era de los Peces

“Andando Jesús junta al Mar de Galilea, vio a dos hermanos: Simón, llamado Pedro, y Andrés su hermano, que echaban la red en el mar; porque eran pescadores. Y les dijo: venid en pos de mí, y os haré pescadores de hombres”. Mateo 4.18-19

Desde los inicios del cristianismo, el pez fue un símbolo fundamental, tan importante como la cruz misma. Aparte de la definida invitación de Jesús a Pedro y Andrés de convertirse en “pescadores de hombres”, está el acróstico en griego que los primitivos cristianos usaban sobre la forma griega para pez: (ICTUS: Iesous Christos Theos Uios Soter, o Jesús el Cristo Hijo de D-os Salvador).
La relación con la astrología es irrefutable. Según esta disciplina, hay períodos llamados “eras” (del griego EON) que duran un poco más de 2000 años, y que están gobernados por una constelación del zodiaco. El período en el que se ha vivido desde la época de Jesús, y que está en su fase final en nuestros días, es la Era de Piscis. Y Jesús es considerado, desde esta óptica, como su avatar.
Llama la atención que en Mateo 28.20, en donde dice “yo estoy con ustedes hasta el fin del siglo”, usa la palabra , cuya traducción correcta es “era”, no “siglo”. Como si Jesús estuviera diciendo “voy a estar con ustedes hasta que concluya la presente era”, y eso en lenguaje astrológico, significa “Era de Piscis”.
Hay que tomar en cuenta un dato importante: el judaísmo también tenía un significado especial para los “pescadores”:

“Vive el Señor que hizo subir a los hijos de Israel de la tierra del norte, y de todas las tierras adonde los había arrojado; y los volveré a su tierra, la cual di a sus padres; he aquí que yo envío muchos pescadores, dice el Señor, y los pescarán”. Jeremías 16.15-16

Hay un claro uso simbólico del concepto “pescador” en la literatura profética judía: alguien que participará en el proceso de reintegración de los exiliados de Israel.
Ahora, la pregunta obligada: ¿a qué se ajusta Jesús, según los evangelios? ¿Al inicio de una nueva era, o a la restauración de los exiliados de Israel?
Más aún: ¿qué sucedió después de Jesús? ¿Empezó una nueva era, o Israel fue restaurado?
En ambos casos, la verdad es más que evidente: Jesús no produjo la restauración de Israel. Por el contrario, fue el punto de partida para una nueva perspectiva de las cosas (o una nueva era). En todo momento, Jesús es presentado por el Nuevo Testamento como el iniciador de un Nuevo Pacto entre D-os y el hombre: “Por tanto, Jesús es hecho fiador de un mejor Pacto” (Hebreos 7.22).
Está claro: Jesús, tal y como es presentado por el Nuevo Testamento, no es el “pescador” (o líder de pescadores) en el sentido referido por Jeremías. Es, en cambio, el “pescador” (o líder de pescadores) de la astrología caldea, heredada por la cultura greco-romana.
Como ya se había mencionado, esto se debe a la importancia de Piscis como complemento de Virgo. Dado que el momento de mayor luminosidad del Sol, según la astrología antigua, es el último decanato del mes de Virgo, la Virgen y los Peces siempre jugaron un papel medular en los mitos sobre las deidades solares.
Y es claro que Jesús, lejos de ser una excepción, es sólo un caso típico.

Tres días muerto

Esta es una pregunta frecuente: si Jesús murió en viernes al medio día (según la tradición), y resucitó el domingo por la mañana (según la misma tradición), estuvo muerto unas 30 horas. Ni siquiera la mitad de lo que son, en realidad, tres días (72 horas).
Muchos se contentan con responder que “tres días” se refiere a una parte del viernes, el sábado y una parte del domingo, y que eso cuadra sin problema con lo dicho por Lucas 24.46 y I Corintios 15.4, donde se dice que la resurrección habría de ser “al tercer día” (no necesariamente “después de tres días”).
Pero hay un detalle: Mateo 12.40 no sigue esa lógica: “Porque como estuvo Jonás en el vientre del gran pez tres días y tres noches, así estará el Hijo del Hombre en el corazón de la tierra tres días y tres noches”.
Menudo lío.
Y, sin embargo, lo peor aún no se ha mencionado, y es lo siguiente: en Lucas 24.46, Jesús dice textualmente que él mismo tenía que morir y resucitar al tercer día “conforme a las Escrituras”. Esa idea la retoma Pablo en I Corintios 15.4 textualmente. La pregunta es simple: ¿dónde está profetizado, en la Biblia Hebrea, que alguien —más aún: el Mesías— tenía que resucitar al tercer día?
Generalmente, se ha citado Oseas 6.2 como dicha profecía, pero es evidente que este último texto habla de algo radicalmente diferente: “Venid y volvamos al Señor, porque él arrebató y nos curará; hirió y nos vendará. Nos dará vida después de dos días; en el tercer día nos resucitara, y viviremos delante de él” (Oseas 6.1-2).
Es perfectamente claro que aquí no se habla del Mesías, sino del pueblo de Israel castigado, en proceso de restauración.
¿De donde surge la idea de que el Mesías tendría que resucitar al tercer día?
En realidad, de ningún lado. Esa idea es ajena al judaísmo, y no tiene ninguna base bíblica.
Lo que sí existe es la doctrina de que las deidades solares mueren durante tres días, y luego resucitan.
Ya se mencionó el curioso fenómeno visual que se da desde tres días antes del solsticio de invierno en el hemisferio norte: el Sol parece “detenerse” en su punto más bajo. Es, además, el momento en el que más lejos está de la Tierra. Es, además, el punto culminante de su fase de “entierro”, iniciada al terminar el mes de Virgo, y simbolizada como la “concepción virginal”.
Son tres días durante los cuales el Sol “muere”, y luego empieza a moverse de regreso “hacia la Tierra”.
Tres días muerto, después de lo cual resucita.
Este es un tema del que nunca se habló en la Biblia Hebrea. Las referencias que Mesiánicos y Netzaritas hacen de Isaías 53 o del Salmo 16 son, a fin de cuentas, paliativos. En primer lugar, porque en ningún lugar de ambos textos se dice o insinúa que el tema sea la resurrección del Mesías. Pero más aún: en ninguno se asoma, ni por error, la idea de que esta se lleve a cabo después de tres días.
En cambio, en el Nuevo Testamento hay tres referencias contundentes de que esto así habría de ser: las de Jesús en Mateo 12 y Lucas 24, y la de Pablo en I Corintios 15.
Es claro, en consecuencia, que no están siguiendo ideas propias del judaísmo, sino de los mitos sobre las deidades solares del paganismo.

Muerto en una Cruz

Este es el único punto en el que el relato de deidad solar tiene una semejanza con el Jesús histórico y judío.
No es inverosímil que Jesús, el personaje real, haya muerto crucificado, del mismo modo que miles de judíos durante el gobierno de Poncio Pilato. Si esa fue su suerte, sólo lo fue por una razón: debió estar involucrado en acciones subversivas contra el poder romano.
Sin embargo, en los evangelios no hay rastro de que Jesús compartiera esa suerte con otros judíos, cuando la realidad es que —como ya se dijo—, fueron miles los que fueron asesinados de ese modo.
En los evangelios, pareciera que Jesús es el único cuya crucifixión importa, ya que incluso los dos ladrones crucificados junto a él son mera comparsa ante la supremacía del sacrificio de Jesús.
El dato relevante es que en los mitos sobre deidades solares, la muerte en la cruz es un dato recurrente, debido a que el punto sobre el cual el Sol se “detiene” durante los tres días previos al solsticio de invierno (los tres días que está “muerto”) es la constelación conocida como Cruz del Sur.

La fiesta de la Resurrección

Hay un fenómeno curioso: la “resurrección” del Sol inicia, astrológicamente, el 25 de diciembre. Sin embargo, las Fiestas de la Resurrección de las deidades solares no se celebraban en ese momento, sino hasta pasado el equinoccio de primavera, tres meses después.
¿Por qué? Porque la prueba de la “victoria” del Sol era el momento en que los días empezaban a ser más largos que las noches.
Es de sobra sabido que, según el Nuevo Testamento, Jesús resucitó el domingo de Pascua, que es la fiesta primaveral del judaísmo. Exactamente en la fecha que le corresponde resucitar a una deidad solar.
Pero hay otro detalle, que es el que más en claro deja el vínculo entre Jesús y las deidades solares.
Según el Nuevo Testamento, Jesús fue presentado en Pascua como “el Cordero de D-os que quita el pecado del mundo”. La idea es simple: el Cordero del Pesaj judío era una sombra de lo que habría de hacer Jesús como sacrificio final y definitivo.
Sin embargo, desde la óptica judía, hay una terrible y absurda confusión de temas en esta doctrina cristiana.
Pesaj no es la fiesta en la que se celebre la expiación de los pecados del ser humano. Esa fiesta es Yom Kippur, y se celebra seis meses después. Por lo tanto, sostener que Jesús fue el verdadero sacrificio de Pesaj, gracias al cual nuestros pecados fueron perdonados, es confundir flagrantemente a Pesaj con Yom Kippur.
Es obvio, entonces, que las doctrinas sobre el sacrificio y resurrección de Jesús no tienen que ver con el judaísmo. Si así fuera, su muerte y resurrección hubiesen tenido lugar medio año más tarde.
Si el relato de los evangelios señala la muerte y resurrección de Jesús en la fiesta de primavera, es sólo porque así es el molde de los mitos sobre deidades solares. Nuevamente, queda claro que el origen del concepto presente en el Nuevo Testamento es pagano, y específicamente greco-latino, y de ningún modo judío.

La venida del Hijo del Hombre

“Desde ahora veréis al Hijo del Hombre sentado a la diestra del poder de D-os y viniendo en las nubes del cielo”. Mateo 26.64

¿Se puede pedir una mejor descripción del Sol?
Aquí hay un uso del lenguaje apocalíptico propio del judaísmo, y eso nos da una pista de lo que pudo haber pasado para que Jesús se convirtiese en la deidad solar del cristianismo.
La literatura apocalíptica fue cultivada y conservada en riguroso secreto por la secta Esenia-Qumranita. Las ideas apocalípticas tuvieron, sin duda, un fuerte impacto en la imaginería popular judía, pero los textos apocalípticos requerían de un elevado nivel de conocimiento de la simbología profética, por lo que lo más lógico es suponer que estos fueron exclusivos de una élite educada, de ideas radicales.
Hasta donde la evidencia documental nos muestra, los únicos que se dedicaron a elaborar, copiar y conservar textos apocalípticos fueron los Esenios-Qumranitas.
El monasterio-fortaleza de Qumrán fue destruido por los romanos en 68 EC, en el fragor del levantamiento judío contra el Imperio. Los Esenios lograron esconder una gran parte de su biblioteca en las cuevas aledañas al Mar Muerto, aunque hay evidencia de sobra de que hubo textos apocalípticos que llegaron a manos cristianas.
Los evangelios de Mateo, Marcos y Lucas tienen como trasfondo documental textos netamente apocalípticos. Y, sobra decirlo, el Apocalipsis de Juan es la reelaboración y reinterpretación cristiana de textos apocalípticos judíos, a todas luces elaborados durante la guerra contra Roma.
Lo más probable es que las comunidades “cristianas” (gentiles prosélitos del judaísmo helenista) hayan tenido acceso a estos documentos después de que los Esenios hubiesen perdido el control de los mismos, y hayan descubierto la historia de un avatar que murió en la cruz, resucitó y prometió regresar (eso, en simbología Esenia, tenía un significado radicalmente diferente, del que hablaremos en otra nota).
Suficiente: los datos precisos para sugerir que Jesús era una deidad solar. Construir los demás detalles fue cuestión de que esos relatos tomaran la proporción de mito. Al relato de la muerte en la cruz y resurrección se le añadió la idea de los tres días, y la fecha de celebración del regreso a la vida de este avatar quedó fijo en la fiestas primaverales. Luego, las posteriores tradiciones fueron definiendo los relatos del nacimiento “milagroso” de Jesús, y poco a poco todos los elementos del mito solar se fueron incorporando.
Por eso, en los evangelios podemos rastrear el trasfondo judío y apocalíptico con el que debió estar relacionado el verdadero Jesús, el personaje histórico.
Pero también podemos hallar toda la elaboración teológica que sus seguidores posteriores hicieron, para convertirlo en una deidad solar.

Conclusión

Los relatos del Nuevo Testamento nos ofrecen, de modo claro y preciso, la identidad de Jesús como deidad solar. Por lo tanto, es evidente que el Nuevo Testamento no es, en tanto producto terminado, un texto judío, sino gentil y greco-latino, heredero de la religiosidad pagana que se amalgamó en el Imperio Romano.
Y ese es el punto donde Mesiánicos y Netzaritas fracasan en su intento de ser los “verdaderos seguidores del Mesías judío Yehoshúa”, ya que se obstinan en conservar los textos sagrados del paganismo romano.
Pero, seamos francos, es que no tienen otra alternativa. El único documento que fundamenta el Mesianismo de Jesús es el Nuevo Testamento.
Si se quiere ser seguidor de Jesús, se tiene que hacer uso del Nuevo Testamento, aunque esté presente a su Mesías como el Sol en su papel divino.
Y por eso el judaísmo tiene perfectamente claro que seguir a Jesús y aceptar sus enseñanzas en el Nuevo Testamento, es asumir la religiosidad pagana greco-latina. Quien lo hace, por lo tanto, no puede considerarse judío.

Aunque se pongan Talit y Kipá.

viernes, 27 de noviembre de 2009

¿POR QUÉ DECIMOS QUE EL JUDAÍSMO MESIÁNICO ES CRISTIANISMO? Tercer y última parte

3. La autoridad de las Escrituras

Tal vez a muchos les sorprenda, pero el concepto de “Biblia” no es igual para el judaísmo que para el cristianismo (y no me estoy refiriendo a que los segundos consideran al Nuevo Testamento como Escritura Sagrada; ese detalle sólo alteraría el número de libros, pero no el concepto de Colección Oficialmente Reconocida como Texto Sagrado).
Para el judaísmo tradicional, el proceso de escritura de textos vinculados con lo Sagrado representa un proceso de 30 siglos, desde que Moisés entregó la Torá hasta la redacción del Shulján Aruj, de Yosef Caro (1557).
Podemos dividir los textos elaborados en ese período en diferentes secciones o etapas:
1. Torá: son los cinco libros de Moisés, y la base de todo. Desde la perspectiva tradicional, no son libros ideados por Moisés, sino la misma Palabra Divina entregada por Moisés al pueblo de Israel.
2. Neviim: son los libros de los Profetas de la Biblia Hebrea, pero no tienen el mismo rango de autoridad que la Torá, porque son textos divinamente inspirados, pero no Palabra de D-os directa.
3. Ketuviim: (literalmente, Escritos) son el resto de la literatura de la Biblia Hebrea, que incluye lo mismo la literatura Sapiencial que al libro de Daniel (no considerado como profético por el judaísmo).
Hasta este punto llega la Biblia Hebrea, conocida como Tanaj por las iniciales de cada sección (Torá-Neviim-Ketuvim). Según la tradición judía más purista, los textos que conforman el Tanaj estuvieron concluidos hacia el siglo IV AEC. Sin embargo, hoy se acepta que algunos libros son más tardíos (Daniel, Esther, Kohelet o Eclesiastés y el Cantar de los Cantares), y el Tanaj sólo estuvo completo hasta el siglo II AEC, aunque definitivamente integrado hasta finales del siglo I EC (fue hacia el año 90 que se aceptó la inclusión de Esther y el Cantar de los Cantares).
A partir del siglo III AEC se desarrollaron dos vertientes diferentes de escritura en el judaísmo (si hubo más, no existen evidencias documentales): la Farisea y la Esenia-Qumranita. De la primera surgió lo que hoy conocemos como Talmud; de la segunda, los llamados Rollos del Mar Muerto.
Estos últimos textos, recuperados en las zonas aledañas a Qumrán, son el registro de las creencias y expectativas, así como del modo en el que interpretaban los textos de la Torá y de los Profetas, de una secta que desapareció en el marco de la guerra contra Roma (66-73 EC). Por ello, tenemos dos grandes dificultades para poder aclarar el contenido y significado de esta colección de casi 1000 libros diferentes, muchos de ellos desconocidos hasta el siglo XX: en primer lugar, la mayoría sólo nos ha llegado en un estado fragmentario y deteriorado; en segundo, el hecho de que no hubiese continuidad para la secta Esenia impidió que se conservasen —por lo menos de modo parcial— sus doctrinas y sus técnicas de interpretación.
El único tipo de judaísmo que sobrevivió intacto a la guerra contra Roma fue el de los Fariseos, y por ello todas las siguientes etapas de escritura están vinculadas con ellos, y con sus herederos directos: los rabinos.
Las siguientes dos etapas de elaboración de textos sagrados inician en el Fariseísmo, y se concluyen en el llamado Judaísmo Rabínico:
4. La Mishná. Concluida a finales del siglo II EC por el Rabino Yehudah el Príncipe, está compuesta por seis tratados que tratan todos los aspectos de la vida judía, y recopila las enseñanzas de las dos primeras series de maestros posteriores a los textos bíblicos: los Zugot y los Tanaim (literalmente, los “pares” y los “repetidores”).
5. La Guemará. Hay dos versiones: la de Jerusalén (concluida a mediados del siglo IV EC) y la de Babilonia (concluida a finales del siglo V), y la más completa es esta última. Es una vasta explicación de la Mishná, y recopila las enseñanzas de los Amorim (literalmente, los “comentaristas”). Muy factiblemente, la estructura final del Talmud Babilónico fue definida por los Saboraim (literalmente, los “pensantes” o “ponderantes”), cuya labor se extendió hasta los primeros años del siglo VII EC.
Estas dos colecciones —Mishná y Guemará— conforman el Talmud, texto básico de estudio en el judaísmo. Pese a su relevancia social y cultural, es obvio que el Talmud no está considerado en el mismo nivel de autoridad que el Tanaj en general, y menos aún que la Torá en particular. Sin embargo, su gran valor estriba en que es la compilación que entrena al estudioso para abordar todos los aspectos posibles de la Biblia a la hora de confrontarlos con la vida cotidiana.
El Talmud no establece criterios definidos respecto a nada. Incluso, lo más frecuente es que exponga los argumentos de todas las tendencias, por contradictorias que sean. Por lo tanto, resulta muy difícil establecer una reglamentación clara a partir de todo el Talmud. En consecuencia, las siguientes generaciones de sabios judíos se dedicaron a organizar la información allí conservada, para ir planteando perspectiva pragmáticas sobre la cotidianeidad. Las siguientes generaciones de sabios fueron:
6. Geonim (plural de Gaón, literalmente “esplendor”). Fueron los primeros maestros en empezar a sistematizar la información talmúdica, principalmente haciendo uso de las llamadas “responsa” (explicaciones redactadas como preguntas-respuestas). El más célebre fue Saadia Gaón, y uno de sus textos más conocidos es el tratado filosófico Emunot V’Dayot. La época de los Geonim se extendió hasta la primera mitad del siglo XI.
7. Rishonim (literalmente, los “primeros”). Estos autores fueron los grandes codificadores de las normas talmúdicas, y el más destacado de ellos fue Maimónides (sus obras cumbre son el Mishné Torá —posterior base para el Shulján Aruj—, y la Guía de Perplejos). Otros Rishonim destacados fueron Yehudah Halevi, Isaac Abravanel, Najmánides y Rashi. La época de los Rishonim terminó hacia finales del siglo XV.
El Shulján Aruj se escribió en 1557, y con él se logró la codificación por excelencia de las normas del judaísmo tradicional. Para el judaísmo ultraortodoxo, no hay más que agregar después del Shulján Aruj.
Yosef Caro, su autor, fue de la primera generación de los llamados Ajaronim (literalmente, los “últimos”), que incluye a los grandes sabios del judaísmo desde el Shulján Aruj hasta nuestros días. Aunque en esta etapa surgieron grandes movimientos cono el jasidismo, y destacados sabios como Isaac Luria, Moshe Isserles, Najmán de Breslav o el Gaón de Vilna, no se produjo una obra de legislación de la magnitud del Shulján Aruj, por lo que muchos consideran que con ese texto quedó completado el complejo proceso de organizar la información que se origina en la Torá, y que pasa por los Profetas, los Escritos, la Mishná, la Guemará, y las múltiples obras de los codificadores.
Podemos ver una clara evolución en el concepto de escritura: el principio —la Torá— es asumida como revelación directa de D-os. Luego, los Profetas y los Escritos vienen a ser el complemento de esa revelación, aunque nunca en su mismo nivel. Luego, la época talmúdica va a ser la etapa de la interpretación de esa revelación. Por lo mismo, tampoco puede considerarse en el mismo nivel, aunque viene a ser el parámetro obligado para poder acercarse a la revelación. Los resultados obtenidos en el Talmud son vastísimos, y ello obligó al pueblo judío a organizar la información. Por lo mismo, era inevitable que las siguientes generaciones se dedicasen a la codificación y legislación, y esa fue la actividad principal durante prácticamente toda la Edad Media.
Como ya hemos dicho, el texto climático de esa perspectiva codificadora y legislativa es el Shulján Aruj, y se pretende que desde entonces no se ha escrito algo del mismo nivel. Naturalmente, las transformaciones sociales y culturales que se han vivido en los últimos dos siglos van a obligar a todas las religiones —no sólo al judaísmo— a replantearse muchos temas que en otros tiempos eran inimaginables, así que podemos suponer que ya se reconocerá la importancia de otros textos posteriores al Shulján Aruj.
Lo que se debe recalcar es el concepto de Escritura Sagrada del judaísmo: la Torá ocupa un lugar incomparable. Nada, ni siquiera el resto de la misma Biblia, tiene el nivel de autoridad que los Libros de Moisés. Nada que no esté expuesto en la Torá es obligatorio de ser creído por ningún judío.
Desde esta lógica, todo lo que está fuera de la Torá no ha sido más que —finalmente— comentario. Por lo mismo, no existe problema real en las contradicciones (reales o aparentes) que puedan aparecer en la Biblia, el Talmud, o los escritos posteriores. En tanto comentario, surgen de la cotidianeidad e inquietudes de sus autores, y dado que las circunstancias pueden cambiar, es obvio que las conclusiones también pueden cambiar, incuso radicalmente.
Al revisar el concepto cristiano de “Escritura Sagrada”, podemos encontrar muchas similitudes en cuanto al interminable proceso de seguir escribiendo, por la simple y permanente necesidad de seguir explicando. Sin embargo, hay una diferencia sustancia que tiene que ver con el concepto de Revelación.
Para el cristianismo, hay dos tipos de Revelación: la Revelación Natural, que es la dada por la misma naturaleza —el ser humano incluido—, y que nos ofrece la prueba de la existencia de D-os, así como la base para pretender una vida individual y colectiva correcta y provechosa. Pero, por encima, está la Revelación Especial, dada en un momento definido de la Historia, a un grupo bien definido también, y en la que se ha expuesto la Voluntad de D-os respecto al Hombre, así como el más importante contenido: el Camino de Salvación.
El meollo del asunto es lo que en cristiano se denomina Historia de la Salvación, cuyos elementos, procesos y exigencias están expuestos en la Revelación Especial, misma que ha quedado codificada en la Biblia (Antiguo y Nuevo Testamento).
En términos generales, hay dos formas de enfocar la Historia de la Salvación, y las versiones más depuradas de una y de otra las podemos hallar en Catolicismo y Protestantismo.
Para el Catolicismo, la Revelación Especial sólo puede ser entendida por medio del Magisterio de la Iglesia, cuyos pilares son el Papa (en tanto es sucesor de Pedro) y los Obispos (en tanto son sucesores de los demás apóstoles). Aunque la idea es radicalmente diferente a la judía, en la práctica hay una cierta similitud: existe un Texto Sagrado (Antiguo y Nuevo Testamento), y para entenderlos es esencial la labor que ha hecho la Iglesia desde que se escribió el último libro sagrado (tradicionalmente, el Apocalipsis de Juan). Por ello, podemos identificar etapas muy similares a las que vimos en relación al judaísmo:
1. La Revelación dada al pueblo judío, misma que incluye a la Biblia Hebrea, más siete libros adicionales (conocidos como Deuterocanónicos, o erróneamente, Apócrifos).
2. Jesús de Nazareth como eje de transformación de esa Revelación: lo anterior, anunciaba lo que vendría; lo posterior, habrá de explicarlo.
3. La Revelación dada a los Apóstoles, misma que constituye el Nuevo Testamento.
4. La labor de explicación del corpus bíblico, llevada a cabo por los Padres de la Iglesia (la etapa se identifica como Patrología), desde Clemente de Roma hasta San Agustín de Hipona (siglos I al V). Se trata de una labor similar a la de los Zugot, Tanaim, Amorim y Saboraim en el judaísmo.
5. La labor de legislación, iniciada con el Concilio de Nicea (325), y que se extiende hasta la actualidad, habiendo tenido su último gran evento en el Concilio Vaticano II (1962-1965).
Pero existe otro gran perfil en el desarrollo del pensamiento cristiano, y es la evolución de la Teología. A diferencia del judaísmo, cuyo gran tema de discusión es el modo correcto de actuar, el cristianismo siempre ha puesto un énfasis contundente en la discusión sobre el modo correcto de creer. Por ello, la Teología ha sido una fuente de debates, creatividad y, lamentablemente, conflictos, que han dejado una profunda huella en la cultura cristiana (no sólo en la religión). Por ello, vale la pena que mencionemos varias etapas destacadas de la evolución de la Teología Cristiana, a partir del final de la época Patrística.
5. El Escolasticismo. Sistema básico de la Teología en la Edad Media (siglos VI al XV), tuvo sus más grandes exponentes en Abelardo, Anselmo y —especialmente— Tomás de Aquino.
6. Reforma y Contrarreforma. Como consecuencia del cisma Protestante (a partir del siglo XVI), en el Norte de Europa comenzó a desarrollarse una nueva forma de Escolasticismo, esta vez dentro del entorno de las Iglesias Luteranas y Calvinistas primero, y más adelante también en la Anglicana. En el Sur, donde predominó el Catolicismo, se desarrolló la llamada Contrareforma, que tuvo su mayor evento en el Concilio de Trento (1545-1563), cuyo objetivo inicial fue reintegrar a la “comunión con Roma” a los protestantes. Las grandes marcas de ambos movimientos fueron el racionalismo para la Teología Protestantes, y el misticismo para la Teología Católica.
7. Modernismo: Liberales y Evangélicos. A partir del siglo XVIII, la influencia del modernismo empezó a causar fuertes cambios en la Teología, especialmente en el contexto protestante. Eso provocó dos tendencias antagónicas: por un lado, una Teología Liberal que pretendió reforzar el perfil racional del cristianismo, y que por lo mismo cargó directamente contra los grandes dogmas. Su exponente más importante fue Frederich Schleiermacher (1768-1834). En el otro extremo, se desarrolló un tipo de cristianismo enfocado a la prioridad de la “experiencia evangélica” (la presencia de Cristo morando en el corazón del verdadero creyente). Su primer gran promotor fue el sacerdote anglicano John Wesley (1703-1791). Las consecuencias de cada movimiento siguen vigentes hoy en día: por parte del Liberalismo, se consolidó la llamada Crítica Bíblica, disciplina que ha hecho aportaciones fundamentales para reconstruir el proceso de conformación de los textos bíblicos. Por parte del movimiento Evangélico, han surgido los diversos movimientos carismáticos (el más importante, la Iglesia Pentecostal o Asambleas de D-os), pero también los Fundamentalismo cristianos más extremos (especialmente en el Sur de los Estados Unidos).
8. Las Teología de Ruptura. El siglo XIX marcó la consolidación de los Estados Unidos como nación, y en el nivel religioso, produjo las dos Iglesias más característicamente estadounidenses: los Mormones y los Testigos de Jehová. Desde ninguna perspectiva se podría considerar que sus planteamientos teológicos son parte de la continuidad evolutiva de la Teología Cristiana (salvo por algunas similitudes de los Testigos de Jehová con el Arrianismo del siglo IV), por lo que es más fácil definirlos como rupturas. El hecho es tan evidente que ninguna Iglesia Protestante (contexto en el que surgieron ambas Iglesias) considera a Mormones o Testigos de Jehová como verdaderos cristianos. A partir de allí, es muy frecuente que surjan grupos, sectas o movimientos independientes y confrontados con cualquier modo de cristianismo organizado, y en la actualidad se pueden contabilizar en miles.
9. Las Teologías de la Liberación. Desde el siglo XIX, la experiencia de la esclavitud de los afroamericanos produjo los primeros intentos de una Teología crítica al sistema. Pero el gran auge vino en los años 60s y 70s en América Latina, bajo la influencia de la ideología marxista. Sus principales exponentes son Leonardo Boff, Jon Sobrino y Gustavo Gutiérrez. Este movimiento ha sido recurrentemente censurado desde el Vaticano, y ha resultado profundamente incómodo para la mayoría de las Iglesias Protestantes y Evangélicas.
Concentrándonos en el universo Católico, el meollo de su idea es que la Revelación Especial ya está dada, pero que su explicación corresponde a la Iglesia debidamente autorizada, misma que tiene su cabeza en el Obispo de Roma.
El Protestantismo, y detrás de él los movimientos Evangélicos, sostienen otra postura: la Revelación Especial se interpreta a sí misma, y está completa como para que el verdadero creyente encuentre en ella lo que necesita para la salvación de su alma.
Esta diferencia ha marcado la gran diferencia de énfasis en ambas tradiciones: para el Catolicismo, lo fundamental es la experiencia comunitaria, cuyo mayor momento es la Eucaristía (el momento en el que los creyentes participan del pan y el vino consagrados como cuerpo y sangre de Jesucristo). Para el Protestantismo, en cambio, lo fundamental es la experiencia interior y el propio examen de conciencia, teniendo más relevancia en el culto público el momento de predicación de la Palabra (el sermón).
También hay, implícita, una diferencia de concepto en cuanto a lo que es la “Palabra de D-os”.
Católicos y Protestantes coinciden en que la Palabra de D-os está contenida en la Biblia (Antiguo y Nuevo Testamento). Sin embargo, la idea de cómo se conformó dicha Revelación es diferente.
La creencia Católica implica que fue la Iglesia quien produjo el Nuevo Testamento, y no al revés. La creencia Protestante implica que fue la Revelación (posteriormente codificada en el Nuevo Testamento) la que originó a la Iglesia.
Detallemos ambas ideas: sobre la base del Antiguo Testamento y el ministerio de Jesús, D-os inspiró a los apóstoles para que escribieran evangelios, epístolas y otros tipos de textos. Esta literatura floreció a finales del siglo I, y fue muy abundante. Sin embargo, no todo lo escrito fue realmente “Palabra de D-os”. Hasta el siglo IV, se juntaron cientos de textos y fue la Iglesia (en los Concilios de Nicea, Roma, Hipona y Cartago) la que tuvo que verificar cuáles textos eran divinamente inspirados (sólo 27), y cuáles eran sólo para la edificación del cristiano (los demás). Por lo tanto, el inicio de la autoridad interpretativa de la Iglesia comienza con la definición del Nuevo Testamento.
Esta es la perspectiva católica.
El otro punto de vista difiere por completo: desde un principio, la vida de las diversas comunidades cristianas giró en torno a la Revelación dada por D-os a los apóstoles, que desde un principio supieron cuáles de sus textos eran divinamente inspirados, gracias a lo cual las diversas comunidades que los fueron recibiendo los fueron conservando. Lo único que sucedió en los Concilios del siglo IV fue que estos textos fueron puestos en una sola colección. La idea subyacente es que la Palabra de D-os es eterna, y por ello, el Nuevo Testamento también. En consecuencia, fue la Iglesia la que surgió como consecuencia de la predicación basada en las enseñanzas cuyo fundamento eran los textos divinamente inspirados. La Iglesia, en consecuencia, no tuvo realmente que decidir qué tenía que ir o no en el Nuevo Testamento, sino sólo dejarse llevar por la Voluntad de D-os, que desde un principio había dejado en claro cuáles eran los textos inspirados.

¿Cuáles son las diferencias entre ambas posturas y la de la tradición judía?
En muchos aspectos, la idea Católica es bastante similar a la del Judaísmo Rabínico: la comunidad de fe (judía o cristiana) ha sido la responsable de definir los límites del Texto Sagrado. Sin embargo, hay dos diferencias insalvables: para el judaísmo, los Textos Sagrados tienen jerarquías, siendo la base de todo la Torá. Ningún otro texto está en ese mismo nivel, porque la Torá es Palabra de D-os. Lo demás, sólo inspiración, y hay una diferencia clara entre una cosa y otra. Para el Catolicismo no: Palabra de D-os e Inspiración Divina es lo mismo, por lo que toda la Biblia (Antiguo y Nuevo Testamento) tienen el mismo valor (si bien el Nuevo Testamento es prioritario, porque es —según la Teología Católica— el texto que aclara el correcto sentido del Antiguo). La otra diferencia es que el Catolicismo apela a un monopolio de la interpretación del Texto Sagrado, apelando con ello a que sólo hay una lectura correcta del mismo. El judaísmo no; por el contrario: a lo largo de los siglos, ha reforzado la idea de que la lectura del Texto Sagrado es inagotable e ilimitable.
Por su parte, las diferencias entre la perspectiva Protestante y la del Judaísmo son más profundas, iniciando por el hecho de que para el Protestantismo, la Revelación se interpreta a sí misma, y no requiere de ningún tipo de comentario. En cambio, el Judaísmo —especialmente el Rabínico— sostiene que para entender el verdadero sentido de la Torá debe tenerse como punto de referencia los comentarios de los sabios de la antigüedad. Esto, por dos razones:
1. Estamos muy lejos de la época en la que Moisés dio la Torá. Muchas palabras o frases se olvidaron, o cambiaron su sentido. Por lo tanto, resultan indispensables los comentarios de los sabios de la antigüedad para poder comprender el sentido de un texto antiguo, por claro que parezca. El Protestantismo rechaza esta idea: la Revelación ha sido dada de tal modo que todo creyente puede accesar a ella, independientemente de la época y el lugar (el trasfondo es que para el Judaísmo la Revelación es la Torá, y lo demás es comentario; para el Protestantismo, la Revelación se extiende hasta el Nuevo Testamento).
2. El idioma hebreo es muy diferente al griego (base de las Escrituras Cristianas). Al igual que otras lenguas semíticas (como el árabe), se escribe sin vocales. Parece un detalle superficial, pero tiene implicaciones psicológicas muy fuertes: un idioma que se escribe sin vocales no está diseñado para contener información precisa. El proceso de lectura es, en realidad, un proceso de reconstrucción del texto, y con ello, de reconstrucción de las ideas presentes en el texto. Cuando en la lectura bíblica se llega a un punto donde hay dos lecturas posibles (o más), por distintas que sean, la tradición Judía dice que las dos (o las que sean) son válidas, y deben estudiarse. En cambio, el griego es un idioma preciso, cuyas reglas gramaticales son vastas y suficientes para que los conceptos queden bien definidos (no en balde, fue el idioma que produjo la filosofía más completa de la antigüedad). Esa es la diferencia entre el acercamiento Judío y el acercamiento Protestante a la Biblia: el Judío asume (por simple programación neurolingüística ancestral) que el texto es el punto de partida desde el que tiene que reconstruir; el Protestante asume que el texto está terminado, por lo que lo único válido para interpretar el texto, es el propio texto. Digamos que la lectura judía es una espiral hacia afuera. La protestante, una espiral hacia adentro.
Eso explica, en gran medida, la diferencia de conceptos entre Judíos y Cristianos (no sólo Protestantes) sobre los límites de la Palabra de D-os. Para el judaísmo, sólo es la Torá. Cierto: la Torá no habla de TODOS LOS TEMAS DE MODO EXPLÍCITO (por ejemplo, como organizar una sinagoga), y por ello la espiral es hacia afuera. En cambio, para el cristianismo es indispensable poner en el mismo nivel de la Torá al resto de la “revelación”, porque de lo contrario no se podría sustentar ninguna perspectiva cristiana.
Esto lo podemos ver en hecho irrefutable: la gran mayoría de las supuestas “profecías mesiánicas” están ubicadas en los libros de los Profetas, no en la Torá. Se requiere, entonces, que dichos libros tengan el mismo rango que la Torá para que puedan sustentar la identidad mesiánica de Jesús.
Podría argumentarse que, en realidad, las posturas del Judaísmo y del Protestantismo son iguales: parten de la Torá, y hacen uso del comentario para entender su verdadero sentido. El punto —dirían los protestantes— es que el Judaísmo se extiende innecesariamente en comentarios elaborados durante casi dos mil años. En cambio, el cristianismo sólo se extiende en los “comentarios” que, en realidad, también son Palabra de D-os.
Pero hay un modo de corroborar que las perspectivas son mucho más complejas —y diferentes— que eso: el resultado. Si el resultado es diferente, es porque el proceso para llegar al mismo fue diferente.
Para el judaísmo, ningún comentario a la Torá es irrefutable. Justamente, por eso se dio una continuidad en la escritura de libros religiosos que, en realidad, no se ha detenido, aunque el último volumen capital haya sido el Shulján Aruj, en 1557. Cualquier cosa que diga un sabio o un rabino, por importantes y prestigiosos que sean, puede ser refutada o contradicha, y ningún judío está obligado dogmáticamente a seguir una opinión sobre nada.
Por ejemplo: cuando hay una controversia sobre un punto específico, hay dos formas notables en las que el judaísmo se da a la tarea de resolverlas. La usanza tradicional, seguida por los ortodoxos o ultraortodoxos, es la consulta con un erudito. El erudito extiende un documento con su opinión, y dicho documento sirve como base para las decisiones de las diversas comunidades. Sin embargo, cabe la posibilidad de que se consulte a dos o más eruditos, y que se extiendan opiniones diferentes sobre un mismo tema. ¿Qué hace una comunidad ante esa posibilidad? Seguir la opinión que considere más convincente o más conveniente. No está obligada a seguir sólo una opinión. Por contradictorias que sean, son válidas en tanto son comentarios de eruditos.
El otro modo de acercamiento, de talante más moderno, es el del Judaísmo Conservador o Masortí: se convoca a una comisión especial de asuntos jurídicos (halájicos), y se expone el tema de controversia. Luego, se le encarga a dos personas del comité que preparen —cada uno por su lado— propuestas de resolución al respecto. Generalmente, se procura que los encargados mantengan posturas diferentes (uno de tendencia liberal, y el otro tradicionalista) para que en sus respectivas propuestas se pueda abarcar el espectro más amplio posible. Después de una cantidad de tiempo acordada, se vuelve a reunir el comité y se analizan los documentos preparados, para luego ser sometidos a votación. Naturalmente, un documento recibirá más votos que el otro, pero eso no significa que esa va a ser la postura oficial —y por lo tanto, incuestionable— del Judaísmo Masortí. El documento final incluye las dos propuestas, y se envía a todas las comunidades Masortim del mundo, especificando cual postura tuvo más apoyo en el comité. De todos modos, cada sinagoga tiene la libertad de implementar —si es el caso— la postura minoritaria si así lo considera adecuado.
No existen los dogmas.
En cambio, la búsqueda del Cristianismo en general, y del Protestantismo en particular, es llegar a la interpretación definitiva del texto, y esa es la razón por la que los temas controversiales en el cristianismo son inagotables: no sólo el mesianismo de Jesús, sino el derecho de las mujeres a ser ministros de culto, si existe o no una Trinidad —y en caso de que sí, cómo debe ser explicada—, si el Arrebatamiento de la Iglesia va a ser antes, durante o después del Apocalipsis, si el pan y el vino consagrados se convierten en verdadera carne y verdadera sangre de Jesús, si los obispos tienen verdadera autoridad administrativa o no sobre los presbíteros, si la Iglesia en tanto organización debe seguir un sistema episcopal o congregacional, si el bautismo debe ser por inmersión solamente o se acepta la aspersión, si la sucesión apostólica es el único modo de validar el nombramiento de ministros de culto, etcétera.
Si el asunto lo discutieran judíos, algunos optarían por una opción, otros por otra. Al final de cuentas, cada comunidad decidiría cómo implementar las decisiones, siempre en función de aspectos prácticos (por ejemplo: si hubiera que bautizar a mil personas en una época de sequía o en un lugar desértico, un judío sugeriría usar la aspersión por economía de agua, por mucho que un tribunal rabínico hubiera dicho que sólo es válida la inmersión).
En el cristianismo no. Por el contrario, muchos de los temas sugeridos previamente han sido el origen de los grandes cismas, e incluso se han verificado guerras brutales en algunos casos.
El trasfondo es simple: no se tiene el mismo concepto de Revelación ni de Palabra de D-os.

Vamos al punto que nos interesa: ¿cuál es la postura del llamado Judaísmo Mesiánico al respecto?
El Judaísmo Mesiánico reconoce al Nuevo Testamento como Revelación Divina, en el rango de Palabra de D-os. Asume que para llegar al pleno entendimiento de la Torá, es indispensable el Nuevo Testamento.
Asume, con ello, que hay verdades derivadas del mismo que no pueden ser refutadas: Jesús es el Mesías, la principal de ellas. Ello, basado en el cumplimiento de las profecías mesiánicas, ubicadas en su mayoría en los Profetas, no en la Torá (razón que obliga a considerar a los Profetas en el mismo nivel que la Torá; de lo contrario, no se puede justificar el Mesianismo de Jesús.
Se descarta, por lo mismo, que puedan coexistir dos opiniones: si Jesús es el Mesías, no reconocerlo como tal es un error (muchos asumen una actitud cordial al respecto, pero dicha cordialidad no evita que se considere un error vivir sin reconocer a Jesús como Mesías).
Finalmente, en sus versiones más radicales, los llamados Judíos Mesiánicos descalifican el papel del Talmud para el Judaísmo, porque suponen que mucho de su material fue elaborado con el objetivo específico de descartar el mesianismo de Jesús.
En resumidas cuentas: procesan la relación con la Palabra de D-os en un modo netamente cristiano. Específicamente, Protestante-Evangélico.
¿Será por eso que los llamados Judíos Mesiánicos tienen buenas relaciones con los Protestantes y Evangélicos, y no con los Judíos? ¿Será por eso que la mayoría de los que se integran al llamado Judaísmo Mesiánico provienen de Iglesias Protestantes y Evangélicas, y no del mundo Judío?

La conclusión me parece simple: en todo lo expuesto en las últimas notas, la evidencia es que el llamado Judaísmo Mesiánico es, desde el principio hasta el fin, cristianismo.
En las siguientes notas, analizaré dos temas derivados del irrefutable hecho de que los llamados Judíos Mesiánicos enfrentan la Escritura como cristianos:
1. Las llamadas Profecías Mesiánicas. Se dice que en sus últimos momentos previos a la crucifixión, Jesús cumplió 33 profecías mesiánicas. Analizaré caso por caso, demostrando la falsedad de dicha idea.
2. La postura de los llamados Judíos Mesiánicos ante la literatura Apocalíptica, mostrando como siguen íntegramente el modelo Protestante Evangélico de línea fundamentalista, desconociendo por completo lo que la Apocalíptica significó y significa para el Judaísmo.

¿POR QUÉ DECIMOS QUE EL JUDAÍSMO MESIÁNICO ES CRISTIANISMO? Segunda Parte

2. La Akedá, la expiación y el concepto de Profecía Mesiánica

Akedá es el nombre con el que se conoce, en la tradición judía, al pasaje de Génesis (Bereshit) 22, que cuenta el dramático episodio en el que Itzjak (Isaac) estuvo a punto de ser sacrificado por Avraham, su padre.
Dicho pasaje conserva una capital importancia en las tradiciones judía y cristiana, aunque por motivos muy diferentes (al igual que en el caso de Isaías 53). Para el judaísmo, es la base para rechazar los sacrificios humanos. Para el cristianismo, es un anticipo del ministerio sustituto de Jesús, prefigurado por el carnero que fue sacrificado en lugar de Itzjak.
Uno de los aspectos fundamentales del cristianismo para sostener el mesianismo de Jesús, es la frecuente aparición de “tipos” mesiánicos en las Escrituras Hebreas, mismos que se cumplen en Jesús.
En esencia, es una construcción teológica, basada en lecturas alegóricas de los textos de la Biblia. Por su naturaleza, no son interpretaciones que se tengan que fundamentar en métodos concretos de exégesis. Simplemente, son lecturas simbólicas de textos, personajes o acontecimientos que, por sí mismos, no son parte del discurso mesiánico en la Biblia.
Pongamos un ejemplo: el Arca de Noé. Vista desde esta perspectiva, puede ser tomada como un “tipo” de Jesús en su papel redentor: quien se refugia en él —del mismo modo que Noé en el Arca—, no sufrirá daño de la destrucción del alma, del mismo modo que Noé fue salvado de la destrucción del Diluvio.
Otro ejemplo: la Vara de Aarón, como “tipo” de la Resurrección de Jesús: todas las demás varas (que representarían a los demás fundadores de religiones) permanecen muertas, pero la Elegido por D-os, recobra la vida.
Otro más: el río en el que se bañó Naamán. Según el relato de II Reyes, Naamán fue a consultar al profeta Eliseo para ser curado de su lepra. La instrucción fue lavarse siete veces en el río Jordán, lo que molestó a Naamán, quien reclamó que cualquier río de su tierra era mejor. Esa imagen es retomada para simbolizar el reclamo de quienes consideran que otras religiones ofrecen mejores modos de vida o pensamiento que sólo creer en Jesús. En el relato, Naamán reflexiona gracias a su criado y decide lavarse en el Río Jordán, tras lo cual su lepra es limpiada. Entonces, se deduce que cualquiera que prueba la salvación en Cristo, puede comprobar que es más efectiva que cualquier propuesta de cualquier religión.
Repetimos: en tanto se trata de lecturas alegóricas, no requieren de un fundamento exegético. Es cuestión de creerlas o no creerlas, porque estrictamente, nada en el texto prohíbe ese tipo de lecturas, aunque tampoco exige que se utilicen.
Este tipo de lecturas tiene un riesgo: el proceso de interpretación es arbitrario. Por ejemplo: el Arca de Noé, la Vara de Aarón o el Río Jordán representan a Jesús para los que creen en Jesús, pero podría representar el naturismo para los que crean en él.
¿Absurdo? No más que decir que hablan de Jesús. Ese es el riesgo de las lecturas alegóricas: son, por antonomasia, arbitrarias.
Desde luego, eso no significa que el judaísmo no tenga sus propias lecturas alegóricas de los textos bíblicos. Pero el punto aquí es recalcar el estilo y objetivo típico de las lecturas alegóricas cristianas.
Retomemos el caso de la Akedá (Génesis 22): D-os le pide a Abraham que sacrifique a Isaac, el hijo para quien deberían ser las promesas. Abraham no cuestiona las órdenes de D-os, e inmediatamente inicia la marcha hacia el Monte Moriah, acompañado sólo de Isaac y los instrumentos para realizar el sacrificio. En el camino, Isaac pregunta por el animal para sacrificar, y Abraham responde escuetamente que “D-os proveerá animal para el sacrificio”. Llegados al lugar, Abraham arma el altar y es entonces que Isaac entiende que él es el sacrificio. Según el relato bíblico, no opone resistencia. Cuando Abraham está a punto de matar a su hijo, un ángel lo detiene y le dice que D-os ha constatado la grandeza de su fe, al no negarle siquiera a su hijo más querido. Luego Abraham voltea, y encuentra a un carnero atorado en un arbusto, y le utiliza para el sacrificio.
Alrededor de este pasaje, el judaísmo ha realizado un sinfín de reflexiones, todas ellas marcadas por una verdadera angustia existencial: aún a sabiendas de que al final iba a evitar que Abraham sacrificase a Isaac, ¿por qué D-os le puso a Abraham una prueba tan cruel? Además, hay una serie de aspectos que sólo pueden percibirse en el texto hebreo: el relato del casi sacrificio de Isaac está relacionado con el de la muerte de Sara, que es el inmediato posterior.
Gracias a esto, las inquietudes propias del judaísmo se volcaron en las discusiones talmúdicas, y eso produjo verdaderas joyas de la literatura religiosa judía.
Un ejemplo: Satán trató tres veces de convencer a Abraham de que no sacrificara a Isaac, pero Abraham mantuvo su fe en D-os y continuó. Como venganza, Satán llegó a donde Sara esperaba, y le mostró el momento en el que Abraham estaba a punto de sacrificar a su hijo, razón por la cual Sara murió.
Más allá de la libertad literaria que se usa en este pasaje (típica de un Midrash), lo cierto es que la lectura del texto bíblico sí sugiere que fue después de este difícil episodio que Sara murió, y este es el punto de partida para explicar el por qué Abraham e Isaac se separaron durante tres años.
Otro Midrash cuenta que Isaac, en el momento en que estaba a punto de ser sacrificado, pudo ver las dos destrucciones del Templo de Jerusalén, así como los dos grandes exilios de su descendencia. En el momento en que el ángel detuvo a Abraham, Isaac también pudo ver las reconstrucciones del Templo, así como el retorno de los exiliados.
¿Alguna vez se discutió el sentido del sacrificio a partir de este pasaje? Sin duda, y desde la antigüedad el judaísmo tiene claro que la enseñanza que se deriva de aquí es que D-os no está de acuerdo con los sacrificios humanos. El hecho de que el Eterno haya detenido algo que era una práctica común en Oriente Medio en esas épocas (el sacrificio de un hijo), fue visto por el judaísmo como expresión clara de la voluntad de D-os: se permite el sacrificio de animales, pero no el de humanos, porque humanos y animales no están en el mismo nivel existencial.
En cambio, el cristianismo llega a la conclusión opuesta: el pasaje es entendido como un anticipo de que, eventualmente, habría de llegar el sustituto por excelencia para sacrificar su vida: Jesús de Nazareth.
¿Es legítima esta interpretación? Depende hasta que punto se quiera llegar. Asumiendo que el cristianismo es heredero directo de las tradiciones greco-latinas, mismas que mantienen principios religiosos y éticos diferentes al judaísmo, se puede decir que se trata de una legítima relectura gentil de un texto judío (del mismo modo que dentro del judaísmo se dieron legítimas relecturas de textos gentiles, especialmente en filosofía). El problema es pretender llevar esa legitimidad al punto de considerar la lectura cristiana como la correcta, en detrimento de la lectura original (la judía).
¿Con cuál lectura se identifica el llamado Judaísmo Mesiánico? Con la cristiana, por supuesto. Más aún: en su caso no cabe la posibilidad de que sea una lectura gentil sobre un texto judío. Al pretender ser “judíos completos”, está implícita la idea de que esa lectura —la cristiana— es la correcta, y que la lectura judía —anterior en varios siglos— está del todo errada, porque elude la aceptación de Jesús como Mesías y Salvador.

En este punto, es obligatorio mencionar algo respecto a la lectura cristiana: el hecho de que sea legítima (un gentil no puede leer igual que un judío, ni viceversa), no significa que no sea arbitraria. En realidad, para llegar a la conclusión cristiana se tienen que aplicar una serie de categorías que no existen en el universo literario o doctrinal del judaísmo.
El más relevante —que ya hemos mencionado— es el concepto de “profecía mesiánica”. Por medio de la identificación del carnero como un “tipo” de Jesús, se le concede al pasaje un nivel que —por sí mismo— no tiene ni pretende tener: un anuncio de una faceta propia del Mesías. Dicho de otro modo, una profecía mesiánica.
Este fue un método exegético (si acaso se le puede llamar así) empleado por el cristianismo ya desde el Nuevo Testamento. Allí podemos encontrar varios ejemplos de pasajes de la Biblia Hebrea que de ningún modo son profecías mesiánicas (vamos, ni siquiera profecías), pero que son elevados por los autores de los Evangelios a ese rango para fundamentar en eso el perfil mesiánico de Jesús. Veamos algunos ejemplos destacados:
Mateo 1.22-23 cita la profecía de Isaías 7.14 sobre el nacimiento virginal del Mesías. Pasemos por alto el detalle de que el hebreo original dice “la joven”, no “la virgen”. El punto más relevante es que la conjugación en el original está en presente: “una joven está encinta”, y no “la virgen concebirá”. Si uno lee el pasaje completo de Isaías 7, puede percibir que el profeta está hablando de un tema que nada tiene que ver con el Mesías: el Ajaz es retado por Isaías a que le pida una señal de que los reyes de Samaria y Damasco —sus enemigos— pronto serán destruidos. Ajaz no se atreve a exigirle una señal a D-os, y entonces Isaías es quien la determina: una joven está encinta, y antes de que su hijo pueda distinguir lo bueno de lo malo, los dos enemigos de Ajaz habrán sido destruidos.
¿Qué tiene que ver eso con el Mesías? Nada. En lo absoluto. Sin embargo, el cristianismo primitivo hizo una lectura alegórica de este pasaje, y encontró en la versión vinculada con la Septuaginta (la que dice “la virgen concebirá”) una referencia para justificar la creencia de que Jesús había nacido por obra y gracia del Espíritu Santo (una idea netamente pagana, inexistente para el judaísmo; por mucho que se apele a que el relato de la anunciación de Sansón es similar, la realidad es que el relato del nacimiento virginal de Jesús está más emparentado, doctrinal y estructuralmente, con el de Hércules).
Otro ejemplo: Mateo 2.15 menciona el regreso de la familia de Jesús de su exilio en Egipto como el cumplimiento de otra profecía: “de Egipto llamé a mi Hijo”, texto de Oseas 11.1, que en realidad es el punto de partida para una reflexión sobre la conducta de Israel. La frase en Oseas se refiere al Éxodo, e incluso es acompañada por una reprimenda: “Cuanto más yo los llamaba, tanto más se alejaban de mí” (Oseas 11.2). El uso de este pasaje como supuesta profecía mesiánica es, entonces, doblemente arbitrario, porque por un lado se le da una categoría que no tiene (de ser un recuento histórico pasa a ser profecía mesiánica), y además se usa sólo un fragmento del discurso completo, evidentemente porque la segunda parte resulta completamente inconveniente.
A partir de estos modos arbitrarios de lectura de las Escrituras Hebreas, el cristianismo desarrolló la idea de que la identidad mesiánica de Jesús quedaba confirmada por el hecho de que en él se verificó el cumplimiento de diversas profecías (todas ellas, tan arbitrarias como las dos que hemos referido), perspectiva radicalmente alejada de la original judía: el Mesías debía ser identificado por su pertenencia a un linaje, antes que por el cumplimiento de una serie de profecías.
Cierto: hubo un momento en que se perdió de vista a los miembros de este linaje (el Davídico), y entonces lo único que queda para la posible identificación del Mesías son una serie de profecías. Pero esta situación se dio a partir del año 70 EC, mucho tiempo después de que Jesús de Nazareth había sido crucificado.
Sobra decir que para los llamados Judíos Mesiánicos, la identificación de Jesús de Nazareth como Mesías se basa en el pretendido hecho de que él cumplió las profecías mesiánicas.
Dicho en otras palabras: su razonamiento y argumentación son los que han caracterizados al cristianismo, no al judaísmo.