JESÚS DE NAZARETH
LA DEIDAD SOLAR DEL IMPERIO ROMANO
Últimamente, hemos visto un considerable auge de grupos como los Judíos Mesiánicos o Judíos Netzaritas (Nazarenos). ¿Qué son estos grupos? Aparentemente, una tendencia del judaísmo (o, por lo menos, así es como ellos se quieren presentar), aunque hay un total rechazo de parte de las autoridades religiosas judías a reconocerles como judíos.
¿A qué se debe este rechazo? A que Mesiánicos y Netzaritas aceptan a Jesús (o Yehoshúa) de Nazareth como el Mesías. Desde la óptica del judaísmo, esto los hace cristianos, ya que se considera que aceptar a Jesús como el Mesías va en contra de las ideas básicas del judaísmo.
Pero ellos insisten en que no sólo son judíos, sino incluso judíos completos, porque tienen una experiencia personal de conocimiento del Mesías.
Hay varios aspectos con los cuales se puede demostrar fácilmente el perfil cristiano de estos grupos, pero uno —en particular— es contundente, y es el que vamos a analizar en esta nota: la identidad de Jesús de Nazareth como Deidad Solar, firmemente anclada en la tradición pagana heredada por el contexto greco-latino, a la cual el judaísmo siempre se opuso.
EL BRIT HADASHÁ O NUEVO TESTAMENTO
El meollo de la discusión está en el perfil judío o helénico que pueda tener el Nuevo Testamento (o, como Mesiánicos y Netzaritas prefieren llamarle, Brit Hadashá).
En los debates con este tipo de cristianos, siempre hay una insistencia de parte suya a que el Brit Hadashá ha sido malinterpretado para construir las doctrinas del cristianismo, y que lo primero que se tiene que hacer es releerlo en su “contexto original judío”, para entonces poder observar con claridad las verdaderas enseñanzas de Jesús, así como su perfil mesiánico indudable.
Esta postura tiene varios puntos débiles, y dos de los más relevantes son:
a) No es original ni aporta nada nuevo. La insistencia de que se debe hacer una “lectura correcta del Nuevo Testamento” es casi tan vieja como la Iglesia misma, y es el punto de arranque de cualquier movimiento renovador, reformador, restaurador o cismático. Si los protestantes se separaron de los católicos, o si los bautistas se separaron de los protestantes y católicos, o si los menonitas se separaron de los bautistas, o si los calvinistas se separaron de los luteranos, o si los anglicanos arminianos se separaron de los calvinistas, o si los metodistas se separaron de los anglicanos, o si los presbiterianos nunca estuvieron de acuerdo con los metodistas, o si los congregacionalistas se separaron de los presbiterianos, o si los Testigos de J. y los mormones hicieron lo propio, fue sólo porque pretendían recuperar el “verdadero modo de entender y seguir a Jesús” por medio de una “lectura correcta” del Nuevo Testamento. En el caso de los Mesiánicos y Netzaritas, el único detalle extra es la pretendida recuperación del contexto judío “original”. Naturalmente, nunca toman en cuenta las aportaciones de los especialistas que se dedican a debatir el tema del “contexto original” de los textos del Nuevo Testamento. Mesiánicos y Netzaritas son, por excelencia, rotundos desconocedores de la Crítica Bíblica.
b) Es un hecho de sobra comprobado que el Nuevo Testamento es un documento cristiano, no judío. Ciertamente, sus documentos más antiguos fueron elaborados en un contexto judío y para lectores judíos, pero la parte más trascendental de su esquema doctrinal —las Epístolas del Apóstol Pablo— fueron escritas en griego, y para públicos de habla griega y, por lo tanto, inmersos en la cultura helénica. Suponer que el trasfondo de esas epístolas es “judío” es un error, y pretender interpretarlas a partir de premisas judías es, en realidad, imposible.
Por encima de estas dos objeciones, hay una que no deja más opción que asumir que el Nuevo Testamento, en su forma final y que es la que conocemos, está definitivamente disociado del pensamiento judío, y refleja la herencia cultural y religiosa del mundo greco-latino. Y esta objeción gira en torno a la personalidad de Jesús de Nazareth que nos es presentada en el Nuevo Testamento en general, y los Evangelios en particular, no como el Mesías Judío, sino como una Dedidad Solar pagana.
He aquí los hechos.
LAS DEIDADES SOLARES EN LA ANTIGÜEDAD
El Sol ha sido un personaje reconocido como deidad desde la más remota antigüedad. Prácticamente, no existe región del mundo donde no se le haya dado culto.
Desde los petroglifos del Neolítico y de la Edad del Bronce, hasta Ra y Horus en Egipto, Surya en la India, Helios y Apolos en Grecia, Trundholm en las regiones nórdicas, Tonatiuh y Huitizilopochtili entre los Aztecas, Inti entre los Incas, o Amaterasu entre los Sintoístas, el Sol ha sido adorado como dios durante milenios.
No es difícil adivinar la razón: el ser humano tiene claro, desde muy antiguo, que el calor del Sol es esencial para el desarrollo de la vida en la Tierra. Por ello, el desarrollo de las religiones organizadas siempre fue a la par del desarrollo de las ciencias astronómicas y de la astrología, y el punto de partida siempre fue el movimiento aparente del Sol
El movimiento aparente del Sol
Con esto no nada más nos referimos a la idea de que es el Sol el que se mueve alrededor de la Tierra, sino a algo más complejo e importante.
Partamos de la idea antigua de que la Tierra está fija y es el Sol quien la circunda. Si marcamos un punto fijo, y desde allí observamos todas las mañanas los puntos por donde sale y se mete el sol, podremos percibir que conforme va acercándose el Invierno estos se van ubicando cada vez más hacia el sur; en contraparte, conforme va acercándose el verano se ubican cada vez más hacia el norte.
Esto fue la base para señalar los solsticios y los equinoccios. Los primeros son los puntos más extremos en el aparente viaje del sol, y se ubican en Invierno (el punto extremo al sur) y Verano (al norte); los equinoccios, en cambio, son los puntos intermedios de este movimiento aparente: primavera (cuando el sol “viaja” del sur al norte) y otoño (cuando “viaja” del norte al sur).
¿Cuál fue la utilidad de establecer estos conceptos básicos? Ante todo, agrícola. Todas las culturas desarrollaron la suficiente ciencia astronómica como para poder hacer marcas (a veces rudimentarias, a veces monumentales) cuyas sombras señalasen los solsticios o los equinoccios, para con ello poder optimizar su producción agrícola.
La explicación espiritual del movimiento del Sol
Todas las culturas crearon un aparato mitológico para explicar este “movimiento” del Sol, y con ello por qué hay seis meses en los que la vida parece extinguirse, y otros seis en los que parece renacer.
Nosotros podemos enfocar estas mitologías desde dos perspectivas:
a) La lectura literal, propia de la gente del pueblo, que realmente creía que el Sol era un personaje en constante combate con la oscuridad, que en un momento dado era “derrotado”, pero que eventualmente volvía a levantarse triunfante.
b) La lectura técnica, exclusiva de la gente vinculada con el poder y el conocimiento (generalmente, las castas sacerdotales), que muy probablemente no creían en la literalidad de los mitos, y que —en cambio— entendían su traducción astronómica.
Son dos ópticas diferentes sobre los antiguos mitos. La gente común y corriente veía el movimiento del Sol y lo interpretaba como una manifestación de una realidad espiritual, mientras que quienes controlaban el poder y el conocimiento veían en el mito una descripción alegórica del funcionamiento de los astros, información básica para que la agricultura funcionase correctamente, aspecto indispensable para la conservación del poder.
Los componentes del mito
La idea básica en el mito es la tensión entre muerte y renacimiento.
Para poder establecer conceptos claros al respecto, fue necesario que se hiciese una organización de los fenómenos astronómicos, y el resultado de ello fue lo que hoy conocemos como Zodiaco. Cada cultura tuvo su propia organización del Zodiaco, pero la más importante —hasta la fecha— es la elaborada por las culturas de Mesopotamia, que divide el mapa celeste en doce secciones o signos astrológicos.
Según esta perspectiva, el punto que señala la “derrota” del Sol está marcado por el equinoccio de otoño, que acontece durante el mes de Libra. En contraparte, el punto que señala la “victoria” del Sol está marcado por el equinoccio de primavera, que acontece en el mes de Aries. El punto donde el Sol “empieza a morir” es el solsticio de verano (en el mes de Cáncer), y el punto donde “renace” es el solsticio de invierno (en el mes de Capricornio).
¿De qué se trata, entonces, el mito solar?
De cómo el Sol, en tanto deidad, nace, se desarrolla, sufre una “derrota”, muere y resucita.
Pero, más allá del relato, el asunto es explicar los movimientos que hace el Sol en el cielo, relacionados con momentos precisos del año.
¿En qué momento “nace” el dios Sol? En el momento en que el Sol está más alejado de la Tierra y empieza su acercamiento (solsticio de invierno).
¿En qué momento “muere” el dios Sol? En el momento en el que está más cerca de la Tierra y empieza su alejamiento (solsticio de verano).
¿En qué momento “triunfa” el Sol? Cuando los días empiezan a ser más largos que las noches (equinoccio de primavera).
¿En qué momento es “derrotado” el Sol? Cuando las noches empiezan a ser más largas que los días (equinoccio de otoño).
Teniendo claros estos conceptos, los observatorios de la antigüedad tenían que ofrecer datos precisos para poder identificarlos correctamente en el calendario. Una serie de posiciones astronómicas facilita la identificación precisa del solsticio de invierno: ese día, el punto donde el Sol aparece queda en una alineación casi perfecta con cuatro estrellas muy fácilmente identificables, todas ellas hacia el oriente: Sirio, la más luminosa; y detrás de esta, las tres estrellas del Cinturón de Orión. En consecuencia, estas cuatro estrellas siempre jugaron un papel importante en los mitos sobre las deidades solares.
Mientras más se ubique uno al norte, el espectáculo ofrecido por el Sol es más sorprendente. Como sabemos, debido a la inclinación del eje del planeta, en los polos sólo hay un día y una noche en todo el año, cada uno con seis meses de duración. Tres días antes del solsticio de invierno, se da un fenómeno muy extraño en el hemisferio norte: parece que el Sol se detiene durante tres días en su punto más bajo; a partir del solsticio, el Sol empieza a “moverse” nuevamente hacia arriba, lo que marca el inicio del proceso hacia la primavera.
La constelación sobre la que parece “detenerse” el Sol durante este período es la llamada Cruz del Sur.
El solsticio de invierno se convirtió en un punto medular en la medición de las fases solares, ya que representa el punto de mayor alejamiento del Sol y la Tierra. Dicho en lenguaje mitológico, representa el punto donde el Sol se libera de las ataduras de la muerte o del inframundo.
Estos detalles astronómicos fueron los que definieron los contenidos básicos de los mitos sobre las deidades solares: una estrella del oriente señalando su “nacimiento”; tres estrellas “siguiendo” a esta estrella oriental; tres días “muerto” en una cruz; un renacimiento que empieza en el solsticio de invierno; un triunfo sobre la muerte que llega en el equinoccio de primavera.
¿Suena familiar?
Es inevitable. Es el esquema en el que la tradición cristiana expone la vida de Jesús. Su nacimiento se celebra el 25 de diciembre (fecha antigua del solsticio de invierno; la inexactitud del Calendario Gregoriano ha hecho que, actualmente, dicho solsticio suceda el 22). La imagen típica del nacimiento de Jesús es, además, con una “estrella del oriente” señalando el lugar de su nacimiento, y siendo adorado por los “tres reyes magos” (que llegaron allí “siguiendo” la estrella).
¿Cómo es la muerte de Jesús? En una Cruz. ¿Cuánto tiempo estuvo muerto? Tres días. ¿Cuándo se celebra su resurrección? En el equinoccio de primavera (Pascua o Semana Santa).
¿Hay más detalles de la vida de Jesús relacionables con la astrología? Seguro, y bastante importantes.
Durante el verano, se considera que el momento que más luz da el Sol es el tercer decanato de Virgo (los últimos diez días del mes de este signo). Es el momento del año con mayor esplendor del Sol.
Por eso, en las mitologías de los dioses solares basadas en la astrología caldea, la Virgen tiene un papel preponderante. Está de más decir que Jesús, según el cristianismo, nació de una virgen.
La contraparte Zodiacal de Virgo es Piscis. Nótese que, según la astrología, la contraparte no es lo opuesto, sino lo complementario.
¿Tuvo Jesús algo que ver con el signo de Piscis? La pregunta sobra: desde que llamó a cuatro pescadores para ser “pescadores de hombres”, pasando por el milagro de la multiplicación de cinco panes y dos peces para alimentar toda una multitud, hasta el definitivo establecimiento del Pez como símbolo del cristianismo en la época de la iglesia primitiva. Por no mencionar que, según los partidarios de la astrología, con Jesús inició la Era de Piscis.
No es, por lo tanto, un misterio el hecho de que Jesús está presentado por la tradición cristiana como una deidad solar.
En este punto, tanto Mesiánicos como Netzaritas se pueden deslindar sin mucho problema, porque ellos mismos sostienen que el cristianismo desvirtuó la imagen de Jesús, al punto de transformarlo en D-os. Naturalmente, ellos manifiestan abiertamente su rechazo a todo eso. Por lo tanto, razonan, acusar al cristianismo de hacer de Jesús una deidad solar es algo que, en estricto, no los afecta a ellos.
Salvo por un nada pequeño detalle: toda la identificación de Jesús como deidad solar la encontramos en el Nuevo Testamento, el compendio de textos que tanto Mesiánicos como Netzaritas pretenden debe ser leído en su “contexto judío original”.
Vamos revisando la evidencia.
Nacido de una virgen
“El nacimiento de Jesucristo fue así: estando desposada María su madre con José, antes que se juntasen, se halló que había concebido del Espíritu Santo. José su marido, como era justo y no quería infamarla, quiso dejarla secretamente. Y pensando él en eso, he aquí un ángel del Señor le apareció en sueños y le dijo: José, hijo de David, no temas recibir a María tu mujer, porque lo que en ella es engendrado, del Espíritu Santo es. Y dará a luz un hijo, y llamarás su nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados. Todo esto aconteció para que se cumpliese lo dicho por el Señor por medio del profeta, cuando dijo: he aquí, unavirgen concebirá y dará a luz un hijo, y llamarás su nombre Emanuel, que traducido es D-os con nosotros”. Mateo 1.18-23
“Al sexto mes, el ángel Gabriel fue enviado por D-os a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un varón que se llamaba José, de la casa de David, y el nombre de la virgen era María. Y entrando el ángel en donde ella estaba, dijo: ¡Salve, muy favorecida! El Señor es contigo; bendita tú entre las mujeres. Mas ella, cuando le vio, se turbó por sus palabras, y pensaba qué salutación sería esta. Entonces el ángel le dijo: María, no temas, porque has hallado gracia delante de D-os, y ahora concebirás en tu vientre, y darás a luz un hijo, yllamarás su nombre Jesús. Este será grande, y será llamado Hijo del Altísimo; y el Señor D-os le dará el trono de David su padre, y reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin. Entonces María dijo al ángel: ¿cómo será esto? Pues no conozco varón. Respondiendo el ángel, le dijo: el Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual también el santo ser que nacerá, será llamado Hijo de D-os”. Lucas 1.26-35
Resulta extraño que cada evangelio nos de una versión diferente de los hechos. Si se supone que ambos autores debieron, de uno u otro modo, investigar el supuesto origen milagroso de Jesús, lo lógico es que hubieran entrado en contacto con las dos versiones: la de José (recopilada sólo por Mateo) y la de María (recopilada sólo por Lucas).
Pero dejemos esto de lado. En realidad, hay algo todavía más interesante: Lucas nos cuenta el “milagro” de un modo simple y llano, aunque elegante en su estilo. Mateo, en cambio, ubica este “milagro” en relación a una profecía contenida en el libro de Isaías (7.14), sobre la cual ha habido muchas controversias, toda vez que es un hecho bastante claro que la versión de Isaías invocada aquí es la de la Septuaginta, y es incorrecta. El original dice “una joven está encinta, y dará a luz un hijo”. Es decir: el hebreo original no usa la palabra “virgen” (betulá), sino “joven” (almá). Más aún: no usa el futuro como tiempo verbal (concebirá), sino el presente (está encinta).
¿Depende Mateo de una ingenua traducción incorrecta, o se puede sospechar de una manipulación voluntaria del texto de Isaías (misma que no sólo sería parte de Mateo, sino de la misma Septuaginta; pese a que hay evidencia de que esta versión en Griego de la Biblia Hebrea pudo haber estado compilada hacia el siglo II o I AEC, lo cierto es que las copias más antiguas que tenemos datan de la Era Cristiana, e incluso de fuentes cristianas, por lo que tampoco se puede descartar una alteración premeditada de este pasaje en específico)?
La respuesta no es complicada: en el judaísmo, jamás existió el concepto de que el Mesías tuviera que nacer de una virgen. En los mitos sobre las deidades solares sí.
¿Por qué la alteración arbitraria de Isaías 7.14? Para poder incorporar en el judaísmo una idea que le es del todo ajena, propia de la mitología pagana y relacionada con aspectos zodiacales: el dios Sol y su vínculo con la constelación de Virgo.
En realidad, es dos días antes del final del mes de Virgo (21 de septiembre) que el sol entra en su fase de “ocultamiento”: es el equinoccio de otoño, y las noches empiezan a ser más largas que los días. Desde el punto de vista mítico, el Sol entra en el inframundo, preparándose para renacer más adelante. Dado el carácter cíclico de este proceso, el inframundo del Sol no sólo significa la muerte, sino también el útero femenino: el Sol está oculto, esperando el momento de volver a manifestarse.
Por ello, la idea del “nacimiento virginal” siempre fue recurrente en los mitos sobre las deidades solares.
Queda perfectamente claro que en estos relatos sobre el nacimiento virginal de Jesús, se está apelando a las ideas propias de los mitos solares del paganismo, y no a las profecías mesiánicas del judaísmo.
La mejor prueba nos la ofrece Lucas, el texto más griego de los evangelios, surgido en el contexto cultural helénico, elaborado —según la propia tradición cristiana por Lucas, un griego—, y hecho para ser leído por los cristianos de habla griega (y, por lo tanto, de cultura helénica): no hay ninguna referencia a “profecías” cumplidas. Simplemente, en un estilo literario perfectamente emparentado con el nacimiento “milagroso” de otras deidades griegas como Hércules, el ángel Gabriel aparece y le anuncia a María que, siendo virgen, concebirá y dará a luz al Hijo del Altísimo.
Las cuatro estrellas del Oriente
“Cuando Jesús nació en Belén de Judea en días del Rey Herodes, vinieron del oriente a Jerusalén unos magos, diciendo: ¿Dónde está el rey de los judíos, que ha nacido? Porque su estrella hemos visto en el oriente, y venimos a adorarle… la estrella que habían visto en oriente iba delante de ellos, hasta que llegando, se detuvo sobre donde estaba el niño… y al entrar en la casa, vieron al niño con su madre María, y postrándose, lo adoraron; y abriendo sus tesoros, le ofrecieron presentes: oro, incienso y mirra”. Mateo 2.1-2, 9 y 11
Tal y como mencionamos, en el solsticio de invierno hay cuatro estrellas que parecen señalar el punto donde surge el Sol al amanecer: Sirio y las Tres Estrellas del Cinturón de Orión (Miltaka, Alnilam y Alnitak). Al oriente, por supuesto.
De aquí se deducen dos elementos que no son mencionados textualmente por el relato de Mateo, pero que son inherentes a las celebraciones cristianas sobre el nacimiento de Jesús: que la fecha fue 25 de diciembre, y que los “magos del oriente” eran tres.
En consecuencia, mucho se ha especulado sobre la “verdadera” fecha de nacimiento de Jesús, y la imaginería de iglesias cristianas opuestas a las tradiciones católicas ha dibujado inmensas caravanas de “magos” de oriente llegando a Jerusalén para buscar a Jesús.
Pero la realidad es simple: dado que es muy claro el elemento astrológico en el relato, donde una estrella de Oriente (Sirio) es la guía para señalar el nacimiento del dios, y es seguida por otras tres (Miltaka, Alnilam y Alnitak), no quedan dudas: la fecha es el 25 de diciembre. Así fue entendido desde la antigüedad este texto, cuya redacción final debió ser bastante tardía.
¿De donde se deduce que eran “tres magos”? La idea la da el propio texto, al decir que los obsequios eran oro, incienso y mirra. Suficiente para que, tratándose de un mito cuyos elementos están aportados por la astrología, quede claro que se refiere a las tres estrellas del Cinturón de Orión. Todavía, en muchos contextos cristianos, se sigue diciendo que esas tres estrellas son los Tres Reyes Magos.
La era de los Peces
“Andando Jesús junta al Mar de Galilea, vio a dos hermanos: Simón, llamado Pedro, y Andrés su hermano, que echaban la red en el mar; porque eran pescadores. Y les dijo: venid en pos de mí, y os haré pescadores de hombres”. Mateo 4.18-19
Desde los inicios del cristianismo, el pez fue un símbolo fundamental, tan importante como la cruz misma. Aparte de la definida invitación de Jesús a Pedro y Andrés de convertirse en “pescadores de hombres”, está el acróstico en griego que los primitivos cristianos usaban sobre la forma griega para pez: (ICTUS: Iesous Christos Theos Uios Soter, o Jesús el Cristo Hijo de D-os Salvador).
La relación con la astrología es irrefutable. Según esta disciplina, hay períodos llamados “eras” (del griego EON) que duran un poco más de 2000 años, y que están gobernados por una constelación del zodiaco. El período en el que se ha vivido desde la época de Jesús, y que está en su fase final en nuestros días, es la Era de Piscis. Y Jesús es considerado, desde esta óptica, como su avatar.
Llama la atención que en Mateo 28.20, en donde dice “yo estoy con ustedes hasta el fin del siglo”, usa la palabra , cuya traducción correcta es “era”, no “siglo”. Como si Jesús estuviera diciendo “voy a estar con ustedes hasta que concluya la presente era”, y eso en lenguaje astrológico, significa “Era de Piscis”.
Hay que tomar en cuenta un dato importante: el judaísmo también tenía un significado especial para los “pescadores”:
“Vive el Señor que hizo subir a los hijos de Israel de la tierra del norte, y de todas las tierras adonde los había arrojado; y los volveré a su tierra, la cual di a sus padres; he aquí que yo envío muchos pescadores, dice el Señor, y los pescarán”. Jeremías 16.15-16
Hay un claro uso simbólico del concepto “pescador” en la literatura profética judía: alguien que participará en el proceso de reintegración de los exiliados de Israel.
Ahora, la pregunta obligada: ¿a qué se ajusta Jesús, según los evangelios? ¿Al inicio de una nueva era, o a la restauración de los exiliados de Israel?
Más aún: ¿qué sucedió después de Jesús? ¿Empezó una nueva era, o Israel fue restaurado?
En ambos casos, la verdad es más que evidente: Jesús no produjo la restauración de Israel. Por el contrario, fue el punto de partida para una nueva perspectiva de las cosas (o una nueva era). En todo momento, Jesús es presentado por el Nuevo Testamento como el iniciador de un Nuevo Pacto entre D-os y el hombre: “Por tanto, Jesús es hecho fiador de un mejor Pacto” (Hebreos 7.22).
Está claro: Jesús, tal y como es presentado por el Nuevo Testamento, no es el “pescador” (o líder de pescadores) en el sentido referido por Jeremías. Es, en cambio, el “pescador” (o líder de pescadores) de la astrología caldea, heredada por la cultura greco-romana.
Como ya se había mencionado, esto se debe a la importancia de Piscis como complemento de Virgo. Dado que el momento de mayor luminosidad del Sol, según la astrología antigua, es el último decanato del mes de Virgo, la Virgen y los Peces siempre jugaron un papel medular en los mitos sobre las deidades solares.
Y es claro que Jesús, lejos de ser una excepción, es sólo un caso típico.
Tres días muerto
Esta es una pregunta frecuente: si Jesús murió en viernes al medio día (según la tradición), y resucitó el domingo por la mañana (según la misma tradición), estuvo muerto unas 30 horas. Ni siquiera la mitad de lo que son, en realidad, tres días (72 horas).
Muchos se contentan con responder que “tres días” se refiere a una parte del viernes, el sábado y una parte del domingo, y que eso cuadra sin problema con lo dicho por Lucas 24.46 y I Corintios 15.4, donde se dice que la resurrección habría de ser “al tercer día” (no necesariamente “después de tres días”).
Pero hay un detalle: Mateo 12.40 no sigue esa lógica: “Porque como estuvo Jonás en el vientre del gran pez tres días y tres noches, así estará el Hijo del Hombre en el corazón de la tierra tres días y tres noches”.
Menudo lío.
Y, sin embargo, lo peor aún no se ha mencionado, y es lo siguiente: en Lucas 24.46, Jesús dice textualmente que él mismo tenía que morir y resucitar al tercer día “conforme a las Escrituras”. Esa idea la retoma Pablo en I Corintios 15.4 textualmente. La pregunta es simple: ¿dónde está profetizado, en la Biblia Hebrea, que alguien —más aún: el Mesías— tenía que resucitar al tercer día?
Generalmente, se ha citado Oseas 6.2 como dicha profecía, pero es evidente que este último texto habla de algo radicalmente diferente: “Venid y volvamos al Señor, porque él arrebató y nos curará; hirió y nos vendará. Nos dará vida después de dos días; en el tercer día nos resucitara, y viviremos delante de él” (Oseas 6.1-2).
Es perfectamente claro que aquí no se habla del Mesías, sino del pueblo de Israel castigado, en proceso de restauración.
¿De donde surge la idea de que el Mesías tendría que resucitar al tercer día?
En realidad, de ningún lado. Esa idea es ajena al judaísmo, y no tiene ninguna base bíblica.
Lo que sí existe es la doctrina de que las deidades solares mueren durante tres días, y luego resucitan.
Ya se mencionó el curioso fenómeno visual que se da desde tres días antes del solsticio de invierno en el hemisferio norte: el Sol parece “detenerse” en su punto más bajo. Es, además, el momento en el que más lejos está de la Tierra. Es, además, el punto culminante de su fase de “entierro”, iniciada al terminar el mes de Virgo, y simbolizada como la “concepción virginal”.
Son tres días durante los cuales el Sol “muere”, y luego empieza a moverse de regreso “hacia la Tierra”.
Tres días muerto, después de lo cual resucita.
Este es un tema del que nunca se habló en la Biblia Hebrea. Las referencias que Mesiánicos y Netzaritas hacen de Isaías 53 o del Salmo 16 son, a fin de cuentas, paliativos. En primer lugar, porque en ningún lugar de ambos textos se dice o insinúa que el tema sea la resurrección del Mesías. Pero más aún: en ninguno se asoma, ni por error, la idea de que esta se lleve a cabo después de tres días.
En cambio, en el Nuevo Testamento hay tres referencias contundentes de que esto así habría de ser: las de Jesús en Mateo 12 y Lucas 24, y la de Pablo en I Corintios 15.
Es claro, en consecuencia, que no están siguiendo ideas propias del judaísmo, sino de los mitos sobre las deidades solares del paganismo.
Muerto en una Cruz
Este es el único punto en el que el relato de deidad solar tiene una semejanza con el Jesús histórico y judío.
No es inverosímil que Jesús, el personaje real, haya muerto crucificado, del mismo modo que miles de judíos durante el gobierno de Poncio Pilato. Si esa fue su suerte, sólo lo fue por una razón: debió estar involucrado en acciones subversivas contra el poder romano.
Sin embargo, en los evangelios no hay rastro de que Jesús compartiera esa suerte con otros judíos, cuando la realidad es que —como ya se dijo—, fueron miles los que fueron asesinados de ese modo.
En los evangelios, pareciera que Jesús es el único cuya crucifixión importa, ya que incluso los dos ladrones crucificados junto a él son mera comparsa ante la supremacía del sacrificio de Jesús.
El dato relevante es que en los mitos sobre deidades solares, la muerte en la cruz es un dato recurrente, debido a que el punto sobre el cual el Sol se “detiene” durante los tres días previos al solsticio de invierno (los tres días que está “muerto”) es la constelación conocida como Cruz del Sur.
La fiesta de la Resurrección
Hay un fenómeno curioso: la “resurrección” del Sol inicia, astrológicamente, el 25 de diciembre. Sin embargo, las Fiestas de la Resurrección de las deidades solares no se celebraban en ese momento, sino hasta pasado el equinoccio de primavera, tres meses después.
¿Por qué? Porque la prueba de la “victoria” del Sol era el momento en que los días empezaban a ser más largos que las noches.
Es de sobra sabido que, según el Nuevo Testamento, Jesús resucitó el domingo de Pascua, que es la fiesta primaveral del judaísmo. Exactamente en la fecha que le corresponde resucitar a una deidad solar.
Pero hay otro detalle, que es el que más en claro deja el vínculo entre Jesús y las deidades solares.
Según el Nuevo Testamento, Jesús fue presentado en Pascua como “el Cordero de D-os que quita el pecado del mundo”. La idea es simple: el Cordero del Pesaj judío era una sombra de lo que habría de hacer Jesús como sacrificio final y definitivo.
Sin embargo, desde la óptica judía, hay una terrible y absurda confusión de temas en esta doctrina cristiana.
Pesaj no es la fiesta en la que se celebre la expiación de los pecados del ser humano. Esa fiesta es Yom Kippur, y se celebra seis meses después. Por lo tanto, sostener que Jesús fue el verdadero sacrificio de Pesaj, gracias al cual nuestros pecados fueron perdonados, es confundir flagrantemente a Pesaj con Yom Kippur.
Es obvio, entonces, que las doctrinas sobre el sacrificio y resurrección de Jesús no tienen que ver con el judaísmo. Si así fuera, su muerte y resurrección hubiesen tenido lugar medio año más tarde.
Si el relato de los evangelios señala la muerte y resurrección de Jesús en la fiesta de primavera, es sólo porque así es el molde de los mitos sobre deidades solares. Nuevamente, queda claro que el origen del concepto presente en el Nuevo Testamento es pagano, y específicamente greco-latino, y de ningún modo judío.
La venida del Hijo del Hombre
“Desde ahora veréis al Hijo del Hombre sentado a la diestra del poder de D-os y viniendo en las nubes del cielo”. Mateo 26.64
¿Se puede pedir una mejor descripción del Sol?
Aquí hay un uso del lenguaje apocalíptico propio del judaísmo, y eso nos da una pista de lo que pudo haber pasado para que Jesús se convirtiese en la deidad solar del cristianismo.
La literatura apocalíptica fue cultivada y conservada en riguroso secreto por la secta Esenia-Qumranita. Las ideas apocalípticas tuvieron, sin duda, un fuerte impacto en la imaginería popular judía, pero los textos apocalípticos requerían de un elevado nivel de conocimiento de la simbología profética, por lo que lo más lógico es suponer que estos fueron exclusivos de una élite educada, de ideas radicales.
Hasta donde la evidencia documental nos muestra, los únicos que se dedicaron a elaborar, copiar y conservar textos apocalípticos fueron los Esenios-Qumranitas.
El monasterio-fortaleza de Qumrán fue destruido por los romanos en 68 EC, en el fragor del levantamiento judío contra el Imperio. Los Esenios lograron esconder una gran parte de su biblioteca en las cuevas aledañas al Mar Muerto, aunque hay evidencia de sobra de que hubo textos apocalípticos que llegaron a manos cristianas.
Los evangelios de Mateo, Marcos y Lucas tienen como trasfondo documental textos netamente apocalípticos. Y, sobra decirlo, el Apocalipsis de Juan es la reelaboración y reinterpretación cristiana de textos apocalípticos judíos, a todas luces elaborados durante la guerra contra Roma.
Lo más probable es que las comunidades “cristianas” (gentiles prosélitos del judaísmo helenista) hayan tenido acceso a estos documentos después de que los Esenios hubiesen perdido el control de los mismos, y hayan descubierto la historia de un avatar que murió en la cruz, resucitó y prometió regresar (eso, en simbología Esenia, tenía un significado radicalmente diferente, del que hablaremos en otra nota).
Suficiente: los datos precisos para sugerir que Jesús era una deidad solar. Construir los demás detalles fue cuestión de que esos relatos tomaran la proporción de mito. Al relato de la muerte en la cruz y resurrección se le añadió la idea de los tres días, y la fecha de celebración del regreso a la vida de este avatar quedó fijo en la fiestas primaverales. Luego, las posteriores tradiciones fueron definiendo los relatos del nacimiento “milagroso” de Jesús, y poco a poco todos los elementos del mito solar se fueron incorporando.
Por eso, en los evangelios podemos rastrear el trasfondo judío y apocalíptico con el que debió estar relacionado el verdadero Jesús, el personaje histórico.
Pero también podemos hallar toda la elaboración teológica que sus seguidores posteriores hicieron, para convertirlo en una deidad solar.
Conclusión
Los relatos del Nuevo Testamento nos ofrecen, de modo claro y preciso, la identidad de Jesús como deidad solar. Por lo tanto, es evidente que el Nuevo Testamento no es, en tanto producto terminado, un texto judío, sino gentil y greco-latino, heredero de la religiosidad pagana que se amalgamó en el Imperio Romano.
Y ese es el punto donde Mesiánicos y Netzaritas fracasan en su intento de ser los “verdaderos seguidores del Mesías judío Yehoshúa”, ya que se obstinan en conservar los textos sagrados del paganismo romano.
Pero, seamos francos, es que no tienen otra alternativa. El único documento que fundamenta el Mesianismo de Jesús es el Nuevo Testamento.
Si se quiere ser seguidor de Jesús, se tiene que hacer uso del Nuevo Testamento, aunque esté presente a su Mesías como el Sol en su papel divino.
Y por eso el judaísmo tiene perfectamente claro que seguir a Jesús y aceptar sus enseñanzas en el Nuevo Testamento, es asumir la religiosidad pagana greco-latina. Quien lo hace, por lo tanto, no puede considerarse judío.
Aunque se pongan Talit y Kipá.
miércoles, 27 de enero de 2010
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