domingo, 12 de septiembre de 2010

MICHAEL ROOD: El Clown del llamado Judaísmo Mesiánico

Resulta difícil creer que, en pleno siglo XXI, aparezcan este tipo de payasos, aún en un medio tan frecuentemente abyecto como el de las sectas religiosas estadounidenses.
Sin embargo, pese a la más elemental lógica, sucede.
Michael Rood es uno de esos pastores evangélicos a los que un día se le ocurrió que era rabino, e incluso un Levi. Se hizo confeccionar una capa, se consiguió gorros de colores, y empezó a predicar por todos lados con su disfraz de payaso.
Pero eso no es lo sorprendente, sino las siguientes dos cosas: primera, que tiene un montón de mensos que lo siguen; segunda, que sus temas favoritos son estupideces más que calcinadas a lo largo de la historia. Tres, en concreto, que voy a comentar una por una.
1. Las raíces hebreas del cristianismo
No es un misterio: de alguno u otro modo, el cristianismo se originó del judaísmo. Jesús mismo fue judío; los apóstoles también; incluso Pablo, el menos judío ideológicamente hablando, también lo fue. Pero, tan cierto como eso, lo es que el cristianismo es una abierta ruptura con el judaísmo, y se entiende mejor si se le analiza como lo que es: una fase de la evolución de la religiosidad helénica.
Esto no le molesta a Rood, ni a otros predicadores semejantes. De hecho, les encanta marcar las diferencias entre el “Jesús Griego” y el “Yehoshúa Judío”, enfatizando que lo que ellos proclaman es la fe original en Jesús, reintegrada a sus raíces judías.
Claro, pasan por alto un significativo problema: nadie, ni siquiera los más destacados especialistas en estudios del Nuevo Testamento, se han atrevido a decir cómo fue el movimiento original de Jesús. Dicho de otro modo: a juicio de los más destacados eruditos, la reconstrucción del movimiento original de Jesús —creencias y prácticas— sigue siendo un misterio sin resolver.
En cambio, cuando Rood y sus fans son cuestionados sobre el tema, lo mejor que se les puede ocurrir contestar es que ellos ya resolvieron ese misterio. Extraño, si tomamos en cuenta que entre esas huestes no hay ningún especialista de prestigio.
¿Por qué, a juicio de los verdaderos especialistas, no se ha podido reconstruir al Jesús histórico, su movimiento y su ideología? Simple: porque no tenemos ningún documento generado en ese grupo o en ese momento. Lo más parecido, el Nuevo Testamento, es —en realidad— una colección de textos construidos e integrados durante un proceso que abarca más de 300 años. Ciertamente, el proceso inició en un contexto judío, pero también es cierto que entre los años 70 y 397, el proceso se dio en el contexto cristiano helénico.
Por lo tanto, lo que podemos encontrar en el Nuevo Testamento es el modo de pensar de los seguidores cristianos (no judíos) de Jesús (el judío). Funciona, entonces, para reconstruir una rama del pensamiento helénico, pero no para reconstruir un grupo judío del siglo I.
Rood y similares apelan a algo muy simple: el Nuevo Testamento tuvo un original en hebreo. El texto griego que conocemos es, simplemente, la traducción.
Eso es un error: está demostrado que el original del Nuevo Testamento es, en esencia, griego. Cierto: hay muchos elementos de origen semítico, y evidencian que hubo antecedentes escritos en hebreo, pero esto sólo aplica para el evangelio de Mateo, y para el Apocalipsis de Juan. Aparte de esos textos, ningún especialista se atrevería a afirmar que existió un antecedente documental en hebreo.
Siguiendo un razonamiento artificial de principio a fin, Rood y similares pretender recuperar el espíritu “judío” del Nuevo Testamento.
Es una falacia. Se pueden identificar los puntos de contacto del Nuevo Testamento con el judaísmo del siglo I, pero eso es otra cosa. El Nuevo Testamento, como producto terminado, es una colección cristiana, hecha por cristianos y para cristianos.
En consecuencia, el hecho definitivo es que no existe ningún manuscrito antiguo —ni siquiera en estado fragmentario— del Nuevo Testamento que esté en hebreo.
Si Rood, entre otros, apelara a que ofrece su propia perspectiva de las ideas originales que pudieron haber tenido los seguidores de Jesús, siendo judíos, sería diferente. El problema es que dice que ofrece una recuperación de la esencia judía de Jesús y del Nuevo Testamento.
Los mejores especialistas saben que es imposible hacer esa recuperación. Pero Rood —que ni siquiera es un especialista en nada— dice que ya la hizo. En realidad, lo único que hizo fue replantear todo lo relacionado a Jesús, reelaborando cada detalle y cada idea a partir de lo que él cree que debió haber sido. Nada más. Es una mera especulación. Una que, además, ni siquiera toma en cuenta lo más destacado de la Crítica del Nuevo Testamento y, por lo tanto, una especulación frágil, sensacionalista, y que —hasta el momento— sólo ha convencido a gente más bien boba e ingenua.
2. El Calendario Hebreo
Por razones lógicas, Rood no puede —simplemente— exponer sus puntos de vista como la “perspectiva correcta”, sin entrar en conflicto con el cristianismo tradicional, pero también con el judaísmo.
De hecho, todo el mito de la “esencia judía” del Nuevo Testamento sólo es el intento para descalificar al cristianismo. Y el intento para hacer lo propio con el judaísmo, tiene que ver con el Calendario.
Rood promueve un “calendario hebreo corregido”, basado en los ciclos lunares. Con eso, de modo implícito, descalifica al judaísmo bajo la premisa de que sigue un calendario incorrecto.
Naturalmente, Rood no ha recibido el apoyo de ningún especialista en materia de calendarios. Acaso, lo mejor que ha conseguido es cierto apoyo de algunos sectores caraítas, que desde el siglo VIII retomaron un modo de organizar el calendario distinto al del Judaísmo Rabínico, supuestamente basado en la forma original usada por los antiguos sacerdotes de Israel.
Pero la propuesta de Rood es cómica: al final de cuentas, el actual año occidental 2010 es el 6010 del calendario hebreo “corregido”. Sus sesudas conclusiones sólo le permitieron validar el calendario gregoriano, agregándole 4,000 años para —según él— judaizarlo.
El punto crítico subyacente en este tema es, como ya mencioné, la necesidad de descalificar el calendario usado por el Judaísmo Rabínico, mismo que fue corregido por Hilel II hacia el año 359. Según los caraítas —y Rood, naturalmente—, esta corrección torció el modo correcto de hacer los cómputos calendáricos, movió las fechas de las Fiestas instituidas por la Torá, y canceló la posibilidad de que el Judaísmo Rabínico sea una religión correcta.
Naturalmente, no se ponen a pensar en un pequeño detalle: comprobar la exactitud del calendario usado por el Judaísmo Rabínico es sumamente fácil. Basta con tomar cualquier calendario judío y compararlo con un calendario lunar. La regla es simple: los días primero de cada mes deben coincidir con la Luna Nueva. Si la coincidencia es completa, todo lo demás está bien. Si hay errores, todo lo demás está mal.
Y, naturalmente, la coincidencia es perfecta. Justamente, Hillel II estableció las reformas para garantizar que cada mes iniciase en la Luna Nueva. Para ello, hizo uso de elevados conocimientos matemáticos y astronómicos.
Dado que los ciclos lunares no son exactos en cuanto a número de días, el calendario del Judaísmo Rabínico tiene recursos para hacer ajustes (generalmente, de un día) de tal modo que se pueda garantizar lo que la Biblia exige: que los meses comiencen con la Luna Nueva.
Obviamente, ni Rood ni los demás detractores del Calendario Hebreo vigente se detienen a pensar en esto. Su queja es abstracta, y no surge de la necesidad de corregir un error evidente (de hecho, lo único evidente en el Calendario Hebreo es que no tiene errores), sino de la urgencia de tener un argumento —malo, pero a la mano— para descalificar al Judaísmo verdadero.
A lo único que pueden recurrir, en este caso, es a la retórica mareadora. Misma que, por naturaleza, sólo engaña bobos. La forma de corroborar la exactitud o inexactitud del Calendario Hebreo es simple: salir cada día primero de mes a observar la Luna. Tan simple.
Las Fiestas Judías como Profecía del Fin de los Tiempos
Este, en realidad, es el tema capital de las doctrinas de Rood. Incluso, podemos afirmar que los temas anteriores tienen como objetivo darle un sustento a la perspectiva “profética” que Rood propone.
Según él, las Festividades Judías son la pauta para poder interpretar la profecía de las Setenta Semanas de Daniel, y con ello conocer los tiempos en los cuales se tiene que dar el cumplimiento de la venida del Reino Mesiánico.
De entrada, la verdad es que resulta ridículo que alguien quiera insistir con este tema, toda vez que el primer fracaso de las supuestas “profecías” sobre el “inminente” Fin de los Tiempos, sucedió en el año 164 AEC. Desde entonces, todos los cálculos que se han hecho sólo han terminado en el completo ridículo de quienes los promovieron.
Pero esto no impactó a Rood, evidentemente. Y, entonces, propuso su propia interpretación para la llegada del Fin.
Según las felices cuentas de Rood, la última Semana de la profecía de Daniel (los últimos siete años de Historia antes del Fin), comenzaron el 1 de Tishrei del 5771. El Judaísmo celebró la llegada de esa fecha el miércoles 8 de septiembre de 2010 al ponerse el sol, pero el calendario “corregido” de Rood la marcó para el viernes 10.
A partir de esa fecha, según las propias publicaciones de Rood, los acontecimientos que deberán verificarse son los siguientes:
a) 1 Tishrei 6010 (10 septiembre 2010): inicio de la guerra profetizada en Zacarías 14 (“Diez Días de Terror”).
b) 10 Tishrei 6010 (19 septiembre 2010): confirmación del pacto con Judá y manifestación del Arca de la Alianza.
c) Desde entonces, hasta el 25 Kislev 6010 (1 diciembre 2010), reconstrucción del Templo Judío en Jerusalén.
d) 25 Kislev 6010 y durante 8 días: Dedicación del Templo.
e) 3 Tevet 6010 (9 diciembre 2010): inicio de los sacrificios en el Templo de Jersualén.
A partir de estos acontecimientos, se desarrollará la última Semana de la profecía de Daniel, y la Resurrección de los Muertos, el Juicio y el establecimiento del Reinado de Jesús, se verificarán —según Rood— durante el mes de Tishrei del año 6017, o septiembre de 2017.
Bueno, lo cierto es que para este momento, las profecías de Rood ya empezaron a fallar. Estas notas las estoy escribiendo el 13 de septiembre de 2010, y lo cierto es que no empezó ninguna guerra hace 3 días. Menos aún una que ponga a temblar a todo el mundo (en una publicación previa, Rood se había atrevido a anunciar una guerra termonuclear). Y será cosa de una semana para ver si nos informan que ya se recuperó el Arca de la Alianza, y que se va a empezar a reconstruir el Templo.
Honestamente, no lo creo.
El fracaso de este cálculo es, a fin de cuentas, el colapso de todas las tonterías que ha venido predicando Rood.
Su “esencia judía” del Nuevo Testamento, así como su “calendario corregido”, caen por su propio peso al no verificarse el cumplimiento de la profecía, y Rood queda evidenciado como lo que es: un charlatán.
Bueno, la verdad es que sólo había que verlo en su disfraz de mago de circo ambulante para descubrir a un bocón.
Pero, lamentablemente, hay tanta gente tan urgida de que le cuenten cuentos, sin importar lo inverosímiles que puedan ser.

viernes, 5 de febrero de 2010

Respuesta a Benjamín Granados sobre Daniel 9.20-27

El 3 de febrero, Benjamín Granados hizo el siguiente post en Facebook:


"... Setenta semanas han sido decretadas sobre tu pueblo y sobre tu ciudad Kadosh para poner fin al transgresión, para sellar el pecado, para borrar las iniquidades, para hacer expiación por las iniquidades, y para traer justicia eterna y para sellar visión y profeta, y para ungir el Lugar Kadosh Kadoshim. Conoce, por lo tanto, y entiende que siete semanas (¿de años?), pasarán entre el dictado del decreto para restaurar y reedificar Yerushalayim hasta que el Mashíaj el Príncipe venga (¿Mashíaj Ben Yosef?). Permanecerá reedificada por sesenta y dos semanas (¿de años?), con plazas y pozos alrededor; pero esto será en tiempos angustiosos. 26 Entonces, después de sesenta y dos semanas, Mashíaj será cortado y no hay juicio en El (¿Acaso no fue este Yahshúa, incluso ya esperado por algunos en ese tiempo?). El pueblo de un príncipe que ha de venir destruirá la ciudad y el Lugar Kadosh, pero este fin vendrá con inundación, y la desolación está decretada hasta el fin de la guerra. 27 El hará un pacto firme con muchos por una semana (¿de años nuevamente?). Por la mitad de la semana hará cesar el continuo sacrificio y la ofrenda de grano (Creo que esto ya se dió). Sobre el ala del Templo estará la abominación de desolaciones y continuará hasta que la ya decretada destrucción sea derramada sobre el desolador (creo que también esto ya pasó)..."

Espero que lleguemos a un entendimiento sin andar batallando y con respeto, ya que coincido de antemano en muchas cosas que ustedes argumentan y no es de mi interés pelear, sino más bien el conocer su respetable opinión, porque en estas cosas se que algunos de ustedes saben más que yo y este pasaje en particular me parece muy directo>


Por problemas de sistema, no pude contestarle en el Foro de discusión. Así que opté por trasladar el asunto a mi blog, y poner a continuación la respuesta:

Benjamín

Con gusto te comparto un punto de vista judío sobre el tema (y aclaro: es uno de varios; naturalmente, es el que yo sostengo; si bien tiene sus diferencias con otros comentaristas, en lo lineamientos generales estamos de acuerdo).
Antes de explicar algunos detalles sobre el pasaje, debo aclararte un dato importante sobre la apocalíptica judía.

El género literario apocalíptico es la culminación evolutiva de una tendencia profética radical, que centra sus ideas en que el Reino Mesiánico sólo habría de iniciar hasta que la humanidad llegase a un punto de colapso. Este “evento” puede ser llamado “el Fin de los Tiempos”, y de él se empieza a hablar, aunque de modo ambiguo, en libros como Isaías, Ezequiel, Amós, Miqueas y Malaquías. Las ideas toman más forma en Joel y en los últimos capítulos de Zacarías, y llegan a su plena madurez en Daniel.
En la historia del judaísmo, hubo dos momentos muy concretos en que los partidarios de la apocalíptica creyeron que estaba por darse el Fin de los Tiempos, y con ello el inicio del Reino Mesiánico: en el año 164, justo tras la muerte de Antíoco IV Epífanes, y entre los años 70 y 73, justo entre la destrucción del Templo de Jerusalén por las tropas romanas, y la derrota de los últimos combatientes en Masada.
Después de esto, el judaísmo rechazó la apocalíptica por considerarla inexacta y peligrosa (no fue en balde: el país quedó en ruinas, justamente por la convicción apocalíptica de que, pese a la desventaja frente a Roma, D-os había prometido intervenir para darle la victoria a los judíos).

Vamos al texto como tal.
¿De qué se trata? En resumen, un ángel le explica a Daniel lo que va a suceder durante las últimas “70 Semanas” de Historia del pueblo de Israel (tu apreciación es correcta: se refiere a semanas de años, lo que equivale a un total de 490 años).

Haciendo uso de la transcripción que tú mismo agregaste, estos son los eventos más destacados de ese proceso:
a) “siete semanas pasarán entre el dictado del decreto para restaurar y reedificar Yerushalaim, hasta que el Mashiaj Príncipe venga”
b) “permanecerá (o será) reedificada por sesenta y dos semanas… en tiempos angustiosos”
c) “Después de las sesenta y dos semanas, Mashiaj será cortado”
d) “El pueblo de un príncipe que ha de venir destruirá la ciudad y el Lugar Kadosh”
e) “Este fin vendrá con inundación, y la desolación está decretada hasta el fin de la guerra”
f) “Por la mitad de la semana hará cesar el continuo sacrificio y la ofrenda de grano”

Respetando tu interés en no pelear, te voy a explicar por qué los judíos no vemos ningún viso de Jesús de Nazareth en este pasaje.

Setenta Semanas de años son un total de 490. La fecha que, a mi juicio, debe tomarse como punto de partida, es el año 445 AEC, cuando el rey Artajerjes I extendió el decreto para reconstruir Jerusalén.
Según este oráculo, tenían que transcurrir 490 años para que se llegase a la “invasión de un príncipe”, así como la desolación y la interrupción de los sacrificios del Templo. Según el cálculo, esto tendría que haber sucedido en el año 46 AEC.
¿Sucedió?
En cierto modo: la verdad es que hubo una guerra entre Judea y Roma en donde sucedió todo lo que este pasaje menciona sobre la “última semana”, pero aconteció entre los años 66 y 73 (siete, por cierto: una semana; a todas luces, la número 70).
Este dato es importante para tener en cuenta dos cosas: en primer lugar, que los acontecimientos SÍ SUCEDIERON. En segundo, que hubo un error de 20 a 27 años. Esto es importante, y más adelante te diré por qué.

Por el momento, hay que tomar en cuenta una cosa: el aspecto IMPORTANTE del oráculo ES LO QUE SUCEDE EN LA SEMANA 70, no el dato de que al Mesías se le quita la vida en la semana 69.

¿Cuál es el problema de la visión tradicional cristiana?
De entrada, que la cuenta de 70 semanas (490 años) terminó, pero el Fin de los Tiempos no llegó.
Se ha tenido que desarrollar la arbitraria idea de los “valles proféticos” para justificar esto. ¿De qué se trata esta idea? De que cada semana es como una montaña. Digamos que Daniel “vio” los picos de 70 montañas (las 70 semanas), y no alcanzó a ver que entre la 69 y la 70 había un “valle”. Ese valle explica por qué todavía no acontece la Semana 70.
En realidad, es una tontería suponer que un oráculo profético te diga que sólo quedan 490 años de Historia, pero que ya hayan pasado casi 2500.
En resumidas cuentas, a lo único que el cristianismo puede recurrir para explicar por qué no se llegó al Fin de los Tiempos, es que si Daniel dice que sólo faltan 490 años, se refiere a que faltaban casi 2500 (más lo que se acumulé este siglo).
Visto fríamente, es un argumento totalmente inconsistente.

El segundo problema que tiene la postura cristiana es querer identificar a Jesús con el Mesías referido por Daniel 9.
Hay dos momentos en que la palabra Mesías se usa: cuando dice que “un Mesías Príncipe” llegaría “luego de siete semanas”, y cuando dice que al final de la semana 69 “se cortará al Mesías”.
Es muy obvio que se trata de DOS MESÍAS DIFERENTES. ¿Por qué? ¡Porque entre uno y otro hay 62 semanas (434) años de diferencia!
El texto dice claramente que “luego de 7 semanas” se manifestaría un Mesías, y que 62 semanas más tarde, otro sería cortado. No queda duda: sólo se puede referir a dos personas diferentes, porque no hay ser humano que viva más de 400 años.
Esto no es un problema para el judaísmo, porque “Mesías” significa, literalmente, Ungido, y es el título que ostentan los reyes y los sumos sacerdotes. Por lo tanto, está claro que 49 años (o siete semanas) después del decreto de Artajerjes I, se “manifestó” un Mesías, y un poco más de cuatro siglos después, se le quitó la vida a otro.
En cambio, para el cristianismo es un problema serio porque pretende que sólo hay un Mesías, y es Jesús. Pero el sentido del texto ES CLARO, y NO NOS DEJA MÁS OPCIÓN que ASUMIR que se refiere a DOS MESÍAS DIFERENTES.

¿Quiénes fueron estos dos Mesías?
No tenemos modo de saber quién fue el primero, ya que no hay una cronología precisa de los años en los que los sumos sacerdotes de esa época ocuparon su cargo.
Pero podemos estar seguros de que se trata de un Sumo Sacerdote. ¿Por qué no un rey? Porque estamos hablando de una época en la que Judea estuvo sometida al vasallaje medo-persa, Y NO TUVO REY. El año sería, aproximadamente, el 396 AEC (siete semanas después del decreto de 445 AEC).
¿Quién fue el segundo?
El cristianismo lo explica de dos modos (asumiendo que, en realidad, sólo existe este Mesías), principalmente:
a) El decreto se dio en 445 AEC. Jesús murió durante la semana 69, y en la siguiente semana de años “acabaron los sacrificios del Templo”. Desde esta perspectiva, este evento NO SE REFIERE A LA GUERRA CONTRA ROMA, sino al hecho de que Jesús fue EL SACRIFICIO PERFECTO. Esta idea es sostenida por iglesias cristianas históricas, como el catolicismo o algunas tendencias moderadas del protestantismo.
Tien un serio problema: Daniel no dice que el Mesías moriría “durante” la semana 69, sino “al término”.
69 semanas equivalen a 483 años. Contando a partir de 445 AEC, llegamos al año 39 EC como la fecha tentativa para la “muerte” de este Mesías.
Jesús no pudo morir en ese año. Aunque no sabemos en qué año nación, ni cuantos años vivió, lo que sí sabemos es que Pilatos fue depuesto de su cargo como Procurador Romano en 36, así que Jesús no pudo morir tres años después.
Debido a esta inconsistencia, otras iglesias —independientes y de tipo fundamentalista y dispensacionalista— ofrecen otra explicación:
b) A partir del año del decreto —445 AEC— deben contarse 483 “años bíblicos”, que sólo constan de 360 días. Esa diferencia de algo más de 2500 días nos hace retroceder del año 39 al año 31 o 32, dato bastante verosímil para ubicar la muerte de Jesús.
Pero también tiene problemas:
Probablemente, no exista un concepto MÁS ARBITRARIO E INVENTADO DE LA NADA que el de “año bíblico”.
En todos los registros calendarios judíos que se han recuperado, JAMÁS se ha encontrado documento alguno que hable de años de 360 días.
“Pero esto no sale de la nada”, apelan sus partidarios. “Se deduce de que Daniel habla de un período de ‘tiempo, tiempos y medio tiempo’ (evidentemente tres años y medio), y Apocalipsis se refiere a un período de 1260 días; esa cantidad sólo la podemos obtener si contamos años de 360 días”.
Argumento endeble, por una razón simple: una cifra está tomada de Daniel (tiempo, tiempos y medio tiempo) y otra del Apocalipsis (1260 días). ¿Por qué no se toman las cifras en números de días que están en Daniel?
Porque una es de 1290 días (Daniel 12.11), otra es de 1335 días (Daniel 12.12), y otra más de 2300 (Daniel 8.14).

El otro problema es más serio, y es el ya mencionado: después de esa “muerte” del Mesías, tenía que venir la “inundación” de un príncipe y su pueblo, la interrupción del sacrificio continuo, y la desolación de Jerusalén y el Santuario.
Cosa que no sucedió después de que murió Jesús de Nazareth (claro, a menos que uno insista en que cuando dice “490 años”, no se refiere a 490 años, sino a cualquier cantidad que gustes, porque la cuenta sigue corriendo).

¿Qué se hace con esa cuenta?
Un ejemplo interesante sería contar al revés: en vez de 483 años a partir del decreto de reconstrucción, contar 7 antes de lo que Daniel menciona como “el fin de la guerra”.
¿Cuándo terminó la guerra entre Judea y Roma? En 73 EC.
¿Cuánto tuvo que haber “muerto” un Mesías? En 66 EC.
¿Murió algún rey o sumo sacerdote en ese año?
Sí. Anán II, Sumo Sacerdote en funciones durante el año 62. Un grupo de radicales idumeos lo ejecutó en Jerusalén como parte de las primeras hostilidades contra las autoridades judías y contra los romanos.

En términos históricos, los acontecimientos descritos por Daniel 9 sobre la semanas 69 y 70 son bastante exactos:
La guerra estalló en 66, y una de las primeras víctimas fue Anán II, Sumo Sacerdote (y, en lenguaje técnico del judaísmo, un Ungido, lo que es lo mismo que un Mesías). Eso provocó la “inundación de un príncipe”, que fue Vespasiano, el general encomendado para sofocar la revuelta. Este hizo un “pacto con muchos”: los judíos helenistas del norte (Galilea, principalmente), cuyo dirigente era el rey local pro-romano Agripa II, tuvieron todo el apoyo de Vespasiano en su lucha contra las células anti-romanas en esas zonas. “A la mitad de la semana”, o tres años y medio después, se interrumpió el continuo sacrificio: Tito Vespasiano —hijo de Vespasiano— ocupó Jerusalén en el 70 (tres años y medio después del inicio de la guerra), y destruyó el Templo.

¿Qué se supone que tenía que pasar durante los siguientes tres años y medio de la guerra?
Bueno, como ya se mencionó, la confrontación tenía que llegar a su fin, y la “desolación” tenía que terminar. Esto implica que Roma tenía que ser derrotada.
¿Cómo lo sabemos?
Porque en entre los Rollos del Mar Muerto se recuperó un documento que habla, en un lenguaje simbólico aunque bastante descifrable, de ESTA GUERRA DE SIETE AÑOS.
El texto se conoce como ROLLO DE LA GUERRA o LA GUERRA DE LOS HIJOS DE LA LUZ CONTRA LOS HIJOS DE LAS TINIEBLAS, y es una clara descripción de un combate entre los Judíos contras los ejércitos de los Kitim (y no caben dudas de que estos eran los Romanos), misma que estaría dividida en tres etapas: en la primera (“tres partes”), las tropas judías prevalecerían; en la segunda (“tres partes”), prevalecerían los enemigos; en la tercera “una parte”), D-os traería la milagrosa victoria.

Es un oráculo que falló. Tanto el de Daniel como el del Rollo de la Guerra. Por eso, EL JUDAÍSMO NUNCA INCLUYÓ A DANIEL COMO LIBRO PROFÉTICO, porque sus oráculos FALLARON: anunciaban la llegada del Reino Mesiánico tras la muerte de un Mesías (Anán II en 66), siete años de guerra (el levantamiento contra Roma: 66-73), y en el cual sería destruido el Templo (a la mitad: 70).

Como podrás darte cuenta, Jesús queda completamente fuera de lugar en el panorama “profético” del que habla Daniel.

Ahora la pregunta importante: ¿qué significa que Daniel haya fallado?
Complejo debate, pero —en general— la idea esta clara: tras la destrucción del Templo de Jerusalén, un grupo de extremistas exacerbados, bastante afines a la ideología Esenia-Qumranita, elaboró un texto que hicieron pasar como parte del libro de Daniel.
Ojo: no se trata de una falsificación. Los Esenios-Qumranitas tenían una costumbre muy compleja a la vista occidental moderna, pero muy normal para ellos: reelaboraban todo el tiempo los textos proféticos que conservaban (muchos más de los que los Fariseos admitieron en la Biblia que conocemos).
Seguramente, ya existía un texto sobre este período final de la Historia. De hecho, está claro —por las referencias del propio libro de Daniel contenidas en los versículo 9.1-19)— que se trata de una reinterpretación radical de la profecía de Jeremías, según la cual el pueblo judío estaría exiliado 70 años.
Lo que seguramente sucedió fue que en ese momento crítico (Jerusalén y el Templo destruidos, y los últimos combatientes resistiendo en Masada tras la caída de las fortalezas de Herodio y Maqueronte) estos místicos radicales plantearon esta alternativa de interpretación de un corpus profético pre-existente, y lo redactaron de tal modo que quedara incluido en el libro de Daniel.
¿Por qué Daniel? Porque el libro de Daniel, tal y como lo conocemos, es la versión Farisea. Entre los Esenios, está comprobado que hubo, por lo menos, cuatro diferentes libros dedicados a Daniel, y no estamos seguros de cómo estaban organizados.
Un estudio historiográfico nos revela que en este momento se escribieron los capítulos 2, 7 y 9.20-27 de Daniel, para hablar de la guerra que se estaba enfrentando, con la convicción de que la victoria estaba a punto de llegar.
No llegó. Los Esenios lo pagaron con su vida (esa secta desapareció después de esa guerra), y lo único que se conservó de Daniel fue la versión recogida por los Fariseos, que nunca le concedieron el nivel de libro profético.

Resumamos así el asunto:

¿Por qué el judaísmo no ve profecías sobre Jesús en Daniel 9?
Porque Daniel no es un libro profético.

¿De qué trata el oráculo de las 70 semanas?
De un intento de radicales Esenios de demostrar que, en el fragor de la guerra contra Roma, la victoria estaba a punto de llegar. No se lo inventaron de la nada. Es seguro que lo que conocemos es la versión más depurada de una tradición probablemente añeja, pero que sólo llegó hasta su versión definitiva en ese momento (seguramente, el año 73).
Claro, erraron en su cálculo, porque dijeron que “490 años” cuando, en realidad, ya habían pasado 517 (es el error de 27 años que mencioné previamente).
Pero piensa en esto: hicieron el cálculo en medio de una guerra, y sin los recursos que nosotros tenemos para cuantificar los procesos históricos.
En realidad, fue un cálculo notable, con un margen de error de un 5%. Personalmente, me impresiona la precisión que estos combatientes tuvieron en su información histórica.

Y, a fin de cuenta, su cálculo fue más exacto que el cristiano. El cálculo de los Esenios respecto al Fin de los Tiempos sólo iba a fallar por 27 años. El cristiano ya lleva casi 2000 de más.

miércoles, 27 de enero de 2010

Jesús de Nazareth: Deidad Solar pagana y greco-latina

JESÚS DE NAZARETH
LA DEIDAD SOLAR DEL IMPERIO ROMANO

Últimamente, hemos visto un considerable auge de grupos como los Judíos Mesiánicos o Judíos Netzaritas (Nazarenos). ¿Qué son estos grupos? Aparentemente, una tendencia del judaísmo (o, por lo menos, así es como ellos se quieren presentar), aunque hay un total rechazo de parte de las autoridades religiosas judías a reconocerles como judíos.
¿A qué se debe este rechazo? A que Mesiánicos y Netzaritas aceptan a Jesús (o Yehoshúa) de Nazareth como el Mesías. Desde la óptica del judaísmo, esto los hace cristianos, ya que se considera que aceptar a Jesús como el Mesías va en contra de las ideas básicas del judaísmo.
Pero ellos insisten en que no sólo son judíos, sino incluso judíos completos, porque tienen una experiencia personal de conocimiento del Mesías.
Hay varios aspectos con los cuales se puede demostrar fácilmente el perfil cristiano de estos grupos, pero uno —en particular— es contundente, y es el que vamos a analizar en esta nota: la identidad de Jesús de Nazareth como Deidad Solar, firmemente anclada en la tradición pagana heredada por el contexto greco-latino, a la cual el judaísmo siempre se opuso.

EL BRIT HADASHÁ O NUEVO TESTAMENTO

El meollo de la discusión está en el perfil judío o helénico que pueda tener el Nuevo Testamento (o, como Mesiánicos y Netzaritas prefieren llamarle, Brit Hadashá).
En los debates con este tipo de cristianos, siempre hay una insistencia de parte suya a que el Brit Hadashá ha sido malinterpretado para construir las doctrinas del cristianismo, y que lo primero que se tiene que hacer es releerlo en su “contexto original judío”, para entonces poder observar con claridad las verdaderas enseñanzas de Jesús, así como su perfil mesiánico indudable.
Esta postura tiene varios puntos débiles, y dos de los más relevantes son:
a) No es original ni aporta nada nuevo. La insistencia de que se debe hacer una “lectura correcta del Nuevo Testamento” es casi tan vieja como la Iglesia misma, y es el punto de arranque de cualquier movimiento renovador, reformador, restaurador o cismático. Si los protestantes se separaron de los católicos, o si los bautistas se separaron de los protestantes y católicos, o si los menonitas se separaron de los bautistas, o si los calvinistas se separaron de los luteranos, o si los anglicanos arminianos se separaron de los calvinistas, o si los metodistas se separaron de los anglicanos, o si los presbiterianos nunca estuvieron de acuerdo con los metodistas, o si los congregacionalistas se separaron de los presbiterianos, o si los Testigos de J. y los mormones hicieron lo propio, fue sólo porque pretendían recuperar el “verdadero modo de entender y seguir a Jesús” por medio de una “lectura correcta” del Nuevo Testamento. En el caso de los Mesiánicos y Netzaritas, el único detalle extra es la pretendida recuperación del contexto judío “original”. Naturalmente, nunca toman en cuenta las aportaciones de los especialistas que se dedican a debatir el tema del “contexto original” de los textos del Nuevo Testamento. Mesiánicos y Netzaritas son, por excelencia, rotundos desconocedores de la Crítica Bíblica.
b) Es un hecho de sobra comprobado que el Nuevo Testamento es un documento cristiano, no judío. Ciertamente, sus documentos más antiguos fueron elaborados en un contexto judío y para lectores judíos, pero la parte más trascendental de su esquema doctrinal —las Epístolas del Apóstol Pablo— fueron escritas en griego, y para públicos de habla griega y, por lo tanto, inmersos en la cultura helénica. Suponer que el trasfondo de esas epístolas es “judío” es un error, y pretender interpretarlas a partir de premisas judías es, en realidad, imposible.

Por encima de estas dos objeciones, hay una que no deja más opción que asumir que el Nuevo Testamento, en su forma final y que es la que conocemos, está definitivamente disociado del pensamiento judío, y refleja la herencia cultural y religiosa del mundo greco-latino. Y esta objeción gira en torno a la personalidad de Jesús de Nazareth que nos es presentada en el Nuevo Testamento en general, y los Evangelios en particular, no como el Mesías Judío, sino como una Dedidad Solar pagana.
He aquí los hechos.

LAS DEIDADES SOLARES EN LA ANTIGÜEDAD

El Sol ha sido un personaje reconocido como deidad desde la más remota antigüedad. Prácticamente, no existe región del mundo donde no se le haya dado culto.
Desde los petroglifos del Neolítico y de la Edad del Bronce, hasta Ra y Horus en Egipto, Surya en la India, Helios y Apolos en Grecia, Trundholm en las regiones nórdicas, Tonatiuh y Huitizilopochtili entre los Aztecas, Inti entre los Incas, o Amaterasu entre los Sintoístas, el Sol ha sido adorado como dios durante milenios.
No es difícil adivinar la razón: el ser humano tiene claro, desde muy antiguo, que el calor del Sol es esencial para el desarrollo de la vida en la Tierra. Por ello, el desarrollo de las religiones organizadas siempre fue a la par del desarrollo de las ciencias astronómicas y de la astrología, y el punto de partida siempre fue el movimiento aparente del Sol

El movimiento aparente del Sol

Con esto no nada más nos referimos a la idea de que es el Sol el que se mueve alrededor de la Tierra, sino a algo más complejo e importante.
Partamos de la idea antigua de que la Tierra está fija y es el Sol quien la circunda. Si marcamos un punto fijo, y desde allí observamos todas las mañanas los puntos por donde sale y se mete el sol, podremos percibir que conforme va acercándose el Invierno estos se van ubicando cada vez más hacia el sur; en contraparte, conforme va acercándose el verano se ubican cada vez más hacia el norte.
Esto fue la base para señalar los solsticios y los equinoccios. Los primeros son los puntos más extremos en el aparente viaje del sol, y se ubican en Invierno (el punto extremo al sur) y Verano (al norte); los equinoccios, en cambio, son los puntos intermedios de este movimiento aparente: primavera (cuando el sol “viaja” del sur al norte) y otoño (cuando “viaja” del norte al sur).
¿Cuál fue la utilidad de establecer estos conceptos básicos? Ante todo, agrícola. Todas las culturas desarrollaron la suficiente ciencia astronómica como para poder hacer marcas (a veces rudimentarias, a veces monumentales) cuyas sombras señalasen los solsticios o los equinoccios, para con ello poder optimizar su producción agrícola.

La explicación espiritual del movimiento del Sol

Todas las culturas crearon un aparato mitológico para explicar este “movimiento” del Sol, y con ello por qué hay seis meses en los que la vida parece extinguirse, y otros seis en los que parece renacer.
Nosotros podemos enfocar estas mitologías desde dos perspectivas:
a) La lectura literal, propia de la gente del pueblo, que realmente creía que el Sol era un personaje en constante combate con la oscuridad, que en un momento dado era “derrotado”, pero que eventualmente volvía a levantarse triunfante.
b) La lectura técnica, exclusiva de la gente vinculada con el poder y el conocimiento (generalmente, las castas sacerdotales), que muy probablemente no creían en la literalidad de los mitos, y que —en cambio— entendían su traducción astronómica.
Son dos ópticas diferentes sobre los antiguos mitos. La gente común y corriente veía el movimiento del Sol y lo interpretaba como una manifestación de una realidad espiritual, mientras que quienes controlaban el poder y el conocimiento veían en el mito una descripción alegórica del funcionamiento de los astros, información básica para que la agricultura funcionase correctamente, aspecto indispensable para la conservación del poder.

Los componentes del mito

La idea básica en el mito es la tensión entre muerte y renacimiento.
Para poder establecer conceptos claros al respecto, fue necesario que se hiciese una organización de los fenómenos astronómicos, y el resultado de ello fue lo que hoy conocemos como Zodiaco. Cada cultura tuvo su propia organización del Zodiaco, pero la más importante —hasta la fecha— es la elaborada por las culturas de Mesopotamia, que divide el mapa celeste en doce secciones o signos astrológicos.
Según esta perspectiva, el punto que señala la “derrota” del Sol está marcado por el equinoccio de otoño, que acontece durante el mes de Libra. En contraparte, el punto que señala la “victoria” del Sol está marcado por el equinoccio de primavera, que acontece en el mes de Aries. El punto donde el Sol “empieza a morir” es el solsticio de verano (en el mes de Cáncer), y el punto donde “renace” es el solsticio de invierno (en el mes de Capricornio).
¿De qué se trata, entonces, el mito solar?
De cómo el Sol, en tanto deidad, nace, se desarrolla, sufre una “derrota”, muere y resucita.
Pero, más allá del relato, el asunto es explicar los movimientos que hace el Sol en el cielo, relacionados con momentos precisos del año.
¿En qué momento “nace” el dios Sol? En el momento en que el Sol está más alejado de la Tierra y empieza su acercamiento (solsticio de invierno).
¿En qué momento “muere” el dios Sol? En el momento en el que está más cerca de la Tierra y empieza su alejamiento (solsticio de verano).
¿En qué momento “triunfa” el Sol? Cuando los días empiezan a ser más largos que las noches (equinoccio de primavera).
¿En qué momento es “derrotado” el Sol? Cuando las noches empiezan a ser más largas que los días (equinoccio de otoño).
Teniendo claros estos conceptos, los observatorios de la antigüedad tenían que ofrecer datos precisos para poder identificarlos correctamente en el calendario. Una serie de posiciones astronómicas facilita la identificación precisa del solsticio de invierno: ese día, el punto donde el Sol aparece queda en una alineación casi perfecta con cuatro estrellas muy fácilmente identificables, todas ellas hacia el oriente: Sirio, la más luminosa; y detrás de esta, las tres estrellas del Cinturón de Orión. En consecuencia, estas cuatro estrellas siempre jugaron un papel importante en los mitos sobre las deidades solares.
Mientras más se ubique uno al norte, el espectáculo ofrecido por el Sol es más sorprendente. Como sabemos, debido a la inclinación del eje del planeta, en los polos sólo hay un día y una noche en todo el año, cada uno con seis meses de duración. Tres días antes del solsticio de invierno, se da un fenómeno muy extraño en el hemisferio norte: parece que el Sol se detiene durante tres días en su punto más bajo; a partir del solsticio, el Sol empieza a “moverse” nuevamente hacia arriba, lo que marca el inicio del proceso hacia la primavera.
La constelación sobre la que parece “detenerse” el Sol durante este período es la llamada Cruz del Sur.
El solsticio de invierno se convirtió en un punto medular en la medición de las fases solares, ya que representa el punto de mayor alejamiento del Sol y la Tierra. Dicho en lenguaje mitológico, representa el punto donde el Sol se libera de las ataduras de la muerte o del inframundo.

Estos detalles astronómicos fueron los que definieron los contenidos básicos de los mitos sobre las deidades solares: una estrella del oriente señalando su “nacimiento”; tres estrellas “siguiendo” a esta estrella oriental; tres días “muerto” en una cruz; un renacimiento que empieza en el solsticio de invierno; un triunfo sobre la muerte que llega en el equinoccio de primavera.
¿Suena familiar?
Es inevitable. Es el esquema en el que la tradición cristiana expone la vida de Jesús. Su nacimiento se celebra el 25 de diciembre (fecha antigua del solsticio de invierno; la inexactitud del Calendario Gregoriano ha hecho que, actualmente, dicho solsticio suceda el 22). La imagen típica del nacimiento de Jesús es, además, con una “estrella del oriente” señalando el lugar de su nacimiento, y siendo adorado por los “tres reyes magos” (que llegaron allí “siguiendo” la estrella).
¿Cómo es la muerte de Jesús? En una Cruz. ¿Cuánto tiempo estuvo muerto? Tres días. ¿Cuándo se celebra su resurrección? En el equinoccio de primavera (Pascua o Semana Santa).

¿Hay más detalles de la vida de Jesús relacionables con la astrología? Seguro, y bastante importantes.
Durante el verano, se considera que el momento que más luz da el Sol es el tercer decanato de Virgo (los últimos diez días del mes de este signo). Es el momento del año con mayor esplendor del Sol.
Por eso, en las mitologías de los dioses solares basadas en la astrología caldea, la Virgen tiene un papel preponderante. Está de más decir que Jesús, según el cristianismo, nació de una virgen.
La contraparte Zodiacal de Virgo es Piscis. Nótese que, según la astrología, la contraparte no es lo opuesto, sino lo complementario.
¿Tuvo Jesús algo que ver con el signo de Piscis? La pregunta sobra: desde que llamó a cuatro pescadores para ser “pescadores de hombres”, pasando por el milagro de la multiplicación de cinco panes y dos peces para alimentar toda una multitud, hasta el definitivo establecimiento del Pez como símbolo del cristianismo en la época de la iglesia primitiva. Por no mencionar que, según los partidarios de la astrología, con Jesús inició la Era de Piscis.

No es, por lo tanto, un misterio el hecho de que Jesús está presentado por la tradición cristiana como una deidad solar.
En este punto, tanto Mesiánicos como Netzaritas se pueden deslindar sin mucho problema, porque ellos mismos sostienen que el cristianismo desvirtuó la imagen de Jesús, al punto de transformarlo en D-os. Naturalmente, ellos manifiestan abiertamente su rechazo a todo eso. Por lo tanto, razonan, acusar al cristianismo de hacer de Jesús una deidad solar es algo que, en estricto, no los afecta a ellos.
Salvo por un nada pequeño detalle: toda la identificación de Jesús como deidad solar la encontramos en el Nuevo Testamento, el compendio de textos que tanto Mesiánicos como Netzaritas pretenden debe ser leído en su “contexto judío original”.

Vamos revisando la evidencia.

Nacido de una virgen

“El nacimiento de Jesucristo fue así: estando desposada María su madre con José, antes que se juntasen, se halló que había concebido del Espíritu Santo. José su marido, como era justo y no quería infamarla, quiso dejarla secretamente. Y pensando él en eso, he aquí un ángel del Señor le apareció en sueños y le dijo: José, hijo de David, no temas recibir a María tu mujer, porque lo que en ella es engendrado, del Espíritu Santo es. Y dará a luz un hijo, y llamarás su nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados. Todo esto aconteció para que se cumpliese lo dicho por el Señor por medio del profeta, cuando dijo: he aquí, unavirgen concebirá y dará a luz un hijo, y llamarás su nombre Emanuel, que traducido es D-os con nosotros”. Mateo 1.18-23

“Al sexto mes, el ángel Gabriel fue enviado por D-os a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un varón que se llamaba José, de la casa de David, y el nombre de la virgen era María. Y entrando el ángel en donde ella estaba, dijo: ¡Salve, muy favorecida! El Señor es contigo; bendita tú entre las mujeres. Mas ella, cuando le vio, se turbó por sus palabras, y pensaba qué salutación sería esta. Entonces el ángel le dijo: María, no temas, porque has hallado gracia delante de D-os, y ahora concebirás en tu vientre, y darás a luz un hijo, yllamarás su nombre Jesús. Este será grande, y será llamado Hijo del Altísimo; y el Señor D-os le dará el trono de David su padre, y reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin. Entonces María dijo al ángel: ¿cómo será esto? Pues no conozco varón. Respondiendo el ángel, le dijo: el Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual también el santo ser que nacerá, será llamado Hijo de D-os”. Lucas 1.26-35

Resulta extraño que cada evangelio nos de una versión diferente de los hechos. Si se supone que ambos autores debieron, de uno u otro modo, investigar el supuesto origen milagroso de Jesús, lo lógico es que hubieran entrado en contacto con las dos versiones: la de José (recopilada sólo por Mateo) y la de María (recopilada sólo por Lucas).
Pero dejemos esto de lado. En realidad, hay algo todavía más interesante: Lucas nos cuenta el “milagro” de un modo simple y llano, aunque elegante en su estilo. Mateo, en cambio, ubica este “milagro” en relación a una profecía contenida en el libro de Isaías (7.14), sobre la cual ha habido muchas controversias, toda vez que es un hecho bastante claro que la versión de Isaías invocada aquí es la de la Septuaginta, y es incorrecta. El original dice “una joven está encinta, y dará a luz un hijo”. Es decir: el hebreo original no usa la palabra “virgen” (betulá), sino “joven” (almá). Más aún: no usa el futuro como tiempo verbal (concebirá), sino el presente (está encinta).
¿Depende Mateo de una ingenua traducción incorrecta, o se puede sospechar de una manipulación voluntaria del texto de Isaías (misma que no sólo sería parte de Mateo, sino de la misma Septuaginta; pese a que hay evidencia de que esta versión en Griego de la Biblia Hebrea pudo haber estado compilada hacia el siglo II o I AEC, lo cierto es que las copias más antiguas que tenemos datan de la Era Cristiana, e incluso de fuentes cristianas, por lo que tampoco se puede descartar una alteración premeditada de este pasaje en específico)?
La respuesta no es complicada: en el judaísmo, jamás existió el concepto de que el Mesías tuviera que nacer de una virgen. En los mitos sobre las deidades solares sí.
¿Por qué la alteración arbitraria de Isaías 7.14? Para poder incorporar en el judaísmo una idea que le es del todo ajena, propia de la mitología pagana y relacionada con aspectos zodiacales: el dios Sol y su vínculo con la constelación de Virgo.
En realidad, es dos días antes del final del mes de Virgo (21 de septiembre) que el sol entra en su fase de “ocultamiento”: es el equinoccio de otoño, y las noches empiezan a ser más largas que los días. Desde el punto de vista mítico, el Sol entra en el inframundo, preparándose para renacer más adelante. Dado el carácter cíclico de este proceso, el inframundo del Sol no sólo significa la muerte, sino también el útero femenino: el Sol está oculto, esperando el momento de volver a manifestarse.
Por ello, la idea del “nacimiento virginal” siempre fue recurrente en los mitos sobre las deidades solares.
Queda perfectamente claro que en estos relatos sobre el nacimiento virginal de Jesús, se está apelando a las ideas propias de los mitos solares del paganismo, y no a las profecías mesiánicas del judaísmo.
La mejor prueba nos la ofrece Lucas, el texto más griego de los evangelios, surgido en el contexto cultural helénico, elaborado —según la propia tradición cristiana por Lucas, un griego—, y hecho para ser leído por los cristianos de habla griega (y, por lo tanto, de cultura helénica): no hay ninguna referencia a “profecías” cumplidas. Simplemente, en un estilo literario perfectamente emparentado con el nacimiento “milagroso” de otras deidades griegas como Hércules, el ángel Gabriel aparece y le anuncia a María que, siendo virgen, concebirá y dará a luz al Hijo del Altísimo.

Las cuatro estrellas del Oriente

“Cuando Jesús nació en Belén de Judea en días del Rey Herodes, vinieron del oriente a Jerusalén unos magos, diciendo: ¿Dónde está el rey de los judíos, que ha nacido? Porque su estrella hemos visto en el oriente, y venimos a adorarle… la estrella que habían visto en oriente iba delante de ellos, hasta que llegando, se detuvo sobre donde estaba el niño… y al entrar en la casa, vieron al niño con su madre María, y postrándose, lo adoraron; y abriendo sus tesoros, le ofrecieron presentes: oro, incienso y mirra”. Mateo 2.1-2, 9 y 11

Tal y como mencionamos, en el solsticio de invierno hay cuatro estrellas que parecen señalar el punto donde surge el Sol al amanecer: Sirio y las Tres Estrellas del Cinturón de Orión (Miltaka, Alnilam y Alnitak). Al oriente, por supuesto.
De aquí se deducen dos elementos que no son mencionados textualmente por el relato de Mateo, pero que son inherentes a las celebraciones cristianas sobre el nacimiento de Jesús: que la fecha fue 25 de diciembre, y que los “magos del oriente” eran tres.
En consecuencia, mucho se ha especulado sobre la “verdadera” fecha de nacimiento de Jesús, y la imaginería de iglesias cristianas opuestas a las tradiciones católicas ha dibujado inmensas caravanas de “magos” de oriente llegando a Jerusalén para buscar a Jesús.
Pero la realidad es simple: dado que es muy claro el elemento astrológico en el relato, donde una estrella de Oriente (Sirio) es la guía para señalar el nacimiento del dios, y es seguida por otras tres (Miltaka, Alnilam y Alnitak), no quedan dudas: la fecha es el 25 de diciembre. Así fue entendido desde la antigüedad este texto, cuya redacción final debió ser bastante tardía.
¿De donde se deduce que eran “tres magos”? La idea la da el propio texto, al decir que los obsequios eran oro, incienso y mirra. Suficiente para que, tratándose de un mito cuyos elementos están aportados por la astrología, quede claro que se refiere a las tres estrellas del Cinturón de Orión. Todavía, en muchos contextos cristianos, se sigue diciendo que esas tres estrellas son los Tres Reyes Magos.

La era de los Peces

“Andando Jesús junta al Mar de Galilea, vio a dos hermanos: Simón, llamado Pedro, y Andrés su hermano, que echaban la red en el mar; porque eran pescadores. Y les dijo: venid en pos de mí, y os haré pescadores de hombres”. Mateo 4.18-19

Desde los inicios del cristianismo, el pez fue un símbolo fundamental, tan importante como la cruz misma. Aparte de la definida invitación de Jesús a Pedro y Andrés de convertirse en “pescadores de hombres”, está el acróstico en griego que los primitivos cristianos usaban sobre la forma griega para pez: (ICTUS: Iesous Christos Theos Uios Soter, o Jesús el Cristo Hijo de D-os Salvador).
La relación con la astrología es irrefutable. Según esta disciplina, hay períodos llamados “eras” (del griego EON) que duran un poco más de 2000 años, y que están gobernados por una constelación del zodiaco. El período en el que se ha vivido desde la época de Jesús, y que está en su fase final en nuestros días, es la Era de Piscis. Y Jesús es considerado, desde esta óptica, como su avatar.
Llama la atención que en Mateo 28.20, en donde dice “yo estoy con ustedes hasta el fin del siglo”, usa la palabra , cuya traducción correcta es “era”, no “siglo”. Como si Jesús estuviera diciendo “voy a estar con ustedes hasta que concluya la presente era”, y eso en lenguaje astrológico, significa “Era de Piscis”.
Hay que tomar en cuenta un dato importante: el judaísmo también tenía un significado especial para los “pescadores”:

“Vive el Señor que hizo subir a los hijos de Israel de la tierra del norte, y de todas las tierras adonde los había arrojado; y los volveré a su tierra, la cual di a sus padres; he aquí que yo envío muchos pescadores, dice el Señor, y los pescarán”. Jeremías 16.15-16

Hay un claro uso simbólico del concepto “pescador” en la literatura profética judía: alguien que participará en el proceso de reintegración de los exiliados de Israel.
Ahora, la pregunta obligada: ¿a qué se ajusta Jesús, según los evangelios? ¿Al inicio de una nueva era, o a la restauración de los exiliados de Israel?
Más aún: ¿qué sucedió después de Jesús? ¿Empezó una nueva era, o Israel fue restaurado?
En ambos casos, la verdad es más que evidente: Jesús no produjo la restauración de Israel. Por el contrario, fue el punto de partida para una nueva perspectiva de las cosas (o una nueva era). En todo momento, Jesús es presentado por el Nuevo Testamento como el iniciador de un Nuevo Pacto entre D-os y el hombre: “Por tanto, Jesús es hecho fiador de un mejor Pacto” (Hebreos 7.22).
Está claro: Jesús, tal y como es presentado por el Nuevo Testamento, no es el “pescador” (o líder de pescadores) en el sentido referido por Jeremías. Es, en cambio, el “pescador” (o líder de pescadores) de la astrología caldea, heredada por la cultura greco-romana.
Como ya se había mencionado, esto se debe a la importancia de Piscis como complemento de Virgo. Dado que el momento de mayor luminosidad del Sol, según la astrología antigua, es el último decanato del mes de Virgo, la Virgen y los Peces siempre jugaron un papel medular en los mitos sobre las deidades solares.
Y es claro que Jesús, lejos de ser una excepción, es sólo un caso típico.

Tres días muerto

Esta es una pregunta frecuente: si Jesús murió en viernes al medio día (según la tradición), y resucitó el domingo por la mañana (según la misma tradición), estuvo muerto unas 30 horas. Ni siquiera la mitad de lo que son, en realidad, tres días (72 horas).
Muchos se contentan con responder que “tres días” se refiere a una parte del viernes, el sábado y una parte del domingo, y que eso cuadra sin problema con lo dicho por Lucas 24.46 y I Corintios 15.4, donde se dice que la resurrección habría de ser “al tercer día” (no necesariamente “después de tres días”).
Pero hay un detalle: Mateo 12.40 no sigue esa lógica: “Porque como estuvo Jonás en el vientre del gran pez tres días y tres noches, así estará el Hijo del Hombre en el corazón de la tierra tres días y tres noches”.
Menudo lío.
Y, sin embargo, lo peor aún no se ha mencionado, y es lo siguiente: en Lucas 24.46, Jesús dice textualmente que él mismo tenía que morir y resucitar al tercer día “conforme a las Escrituras”. Esa idea la retoma Pablo en I Corintios 15.4 textualmente. La pregunta es simple: ¿dónde está profetizado, en la Biblia Hebrea, que alguien —más aún: el Mesías— tenía que resucitar al tercer día?
Generalmente, se ha citado Oseas 6.2 como dicha profecía, pero es evidente que este último texto habla de algo radicalmente diferente: “Venid y volvamos al Señor, porque él arrebató y nos curará; hirió y nos vendará. Nos dará vida después de dos días; en el tercer día nos resucitara, y viviremos delante de él” (Oseas 6.1-2).
Es perfectamente claro que aquí no se habla del Mesías, sino del pueblo de Israel castigado, en proceso de restauración.
¿De donde surge la idea de que el Mesías tendría que resucitar al tercer día?
En realidad, de ningún lado. Esa idea es ajena al judaísmo, y no tiene ninguna base bíblica.
Lo que sí existe es la doctrina de que las deidades solares mueren durante tres días, y luego resucitan.
Ya se mencionó el curioso fenómeno visual que se da desde tres días antes del solsticio de invierno en el hemisferio norte: el Sol parece “detenerse” en su punto más bajo. Es, además, el momento en el que más lejos está de la Tierra. Es, además, el punto culminante de su fase de “entierro”, iniciada al terminar el mes de Virgo, y simbolizada como la “concepción virginal”.
Son tres días durante los cuales el Sol “muere”, y luego empieza a moverse de regreso “hacia la Tierra”.
Tres días muerto, después de lo cual resucita.
Este es un tema del que nunca se habló en la Biblia Hebrea. Las referencias que Mesiánicos y Netzaritas hacen de Isaías 53 o del Salmo 16 son, a fin de cuentas, paliativos. En primer lugar, porque en ningún lugar de ambos textos se dice o insinúa que el tema sea la resurrección del Mesías. Pero más aún: en ninguno se asoma, ni por error, la idea de que esta se lleve a cabo después de tres días.
En cambio, en el Nuevo Testamento hay tres referencias contundentes de que esto así habría de ser: las de Jesús en Mateo 12 y Lucas 24, y la de Pablo en I Corintios 15.
Es claro, en consecuencia, que no están siguiendo ideas propias del judaísmo, sino de los mitos sobre las deidades solares del paganismo.

Muerto en una Cruz

Este es el único punto en el que el relato de deidad solar tiene una semejanza con el Jesús histórico y judío.
No es inverosímil que Jesús, el personaje real, haya muerto crucificado, del mismo modo que miles de judíos durante el gobierno de Poncio Pilato. Si esa fue su suerte, sólo lo fue por una razón: debió estar involucrado en acciones subversivas contra el poder romano.
Sin embargo, en los evangelios no hay rastro de que Jesús compartiera esa suerte con otros judíos, cuando la realidad es que —como ya se dijo—, fueron miles los que fueron asesinados de ese modo.
En los evangelios, pareciera que Jesús es el único cuya crucifixión importa, ya que incluso los dos ladrones crucificados junto a él son mera comparsa ante la supremacía del sacrificio de Jesús.
El dato relevante es que en los mitos sobre deidades solares, la muerte en la cruz es un dato recurrente, debido a que el punto sobre el cual el Sol se “detiene” durante los tres días previos al solsticio de invierno (los tres días que está “muerto”) es la constelación conocida como Cruz del Sur.

La fiesta de la Resurrección

Hay un fenómeno curioso: la “resurrección” del Sol inicia, astrológicamente, el 25 de diciembre. Sin embargo, las Fiestas de la Resurrección de las deidades solares no se celebraban en ese momento, sino hasta pasado el equinoccio de primavera, tres meses después.
¿Por qué? Porque la prueba de la “victoria” del Sol era el momento en que los días empezaban a ser más largos que las noches.
Es de sobra sabido que, según el Nuevo Testamento, Jesús resucitó el domingo de Pascua, que es la fiesta primaveral del judaísmo. Exactamente en la fecha que le corresponde resucitar a una deidad solar.
Pero hay otro detalle, que es el que más en claro deja el vínculo entre Jesús y las deidades solares.
Según el Nuevo Testamento, Jesús fue presentado en Pascua como “el Cordero de D-os que quita el pecado del mundo”. La idea es simple: el Cordero del Pesaj judío era una sombra de lo que habría de hacer Jesús como sacrificio final y definitivo.
Sin embargo, desde la óptica judía, hay una terrible y absurda confusión de temas en esta doctrina cristiana.
Pesaj no es la fiesta en la que se celebre la expiación de los pecados del ser humano. Esa fiesta es Yom Kippur, y se celebra seis meses después. Por lo tanto, sostener que Jesús fue el verdadero sacrificio de Pesaj, gracias al cual nuestros pecados fueron perdonados, es confundir flagrantemente a Pesaj con Yom Kippur.
Es obvio, entonces, que las doctrinas sobre el sacrificio y resurrección de Jesús no tienen que ver con el judaísmo. Si así fuera, su muerte y resurrección hubiesen tenido lugar medio año más tarde.
Si el relato de los evangelios señala la muerte y resurrección de Jesús en la fiesta de primavera, es sólo porque así es el molde de los mitos sobre deidades solares. Nuevamente, queda claro que el origen del concepto presente en el Nuevo Testamento es pagano, y específicamente greco-latino, y de ningún modo judío.

La venida del Hijo del Hombre

“Desde ahora veréis al Hijo del Hombre sentado a la diestra del poder de D-os y viniendo en las nubes del cielo”. Mateo 26.64

¿Se puede pedir una mejor descripción del Sol?
Aquí hay un uso del lenguaje apocalíptico propio del judaísmo, y eso nos da una pista de lo que pudo haber pasado para que Jesús se convirtiese en la deidad solar del cristianismo.
La literatura apocalíptica fue cultivada y conservada en riguroso secreto por la secta Esenia-Qumranita. Las ideas apocalípticas tuvieron, sin duda, un fuerte impacto en la imaginería popular judía, pero los textos apocalípticos requerían de un elevado nivel de conocimiento de la simbología profética, por lo que lo más lógico es suponer que estos fueron exclusivos de una élite educada, de ideas radicales.
Hasta donde la evidencia documental nos muestra, los únicos que se dedicaron a elaborar, copiar y conservar textos apocalípticos fueron los Esenios-Qumranitas.
El monasterio-fortaleza de Qumrán fue destruido por los romanos en 68 EC, en el fragor del levantamiento judío contra el Imperio. Los Esenios lograron esconder una gran parte de su biblioteca en las cuevas aledañas al Mar Muerto, aunque hay evidencia de sobra de que hubo textos apocalípticos que llegaron a manos cristianas.
Los evangelios de Mateo, Marcos y Lucas tienen como trasfondo documental textos netamente apocalípticos. Y, sobra decirlo, el Apocalipsis de Juan es la reelaboración y reinterpretación cristiana de textos apocalípticos judíos, a todas luces elaborados durante la guerra contra Roma.
Lo más probable es que las comunidades “cristianas” (gentiles prosélitos del judaísmo helenista) hayan tenido acceso a estos documentos después de que los Esenios hubiesen perdido el control de los mismos, y hayan descubierto la historia de un avatar que murió en la cruz, resucitó y prometió regresar (eso, en simbología Esenia, tenía un significado radicalmente diferente, del que hablaremos en otra nota).
Suficiente: los datos precisos para sugerir que Jesús era una deidad solar. Construir los demás detalles fue cuestión de que esos relatos tomaran la proporción de mito. Al relato de la muerte en la cruz y resurrección se le añadió la idea de los tres días, y la fecha de celebración del regreso a la vida de este avatar quedó fijo en la fiestas primaverales. Luego, las posteriores tradiciones fueron definiendo los relatos del nacimiento “milagroso” de Jesús, y poco a poco todos los elementos del mito solar se fueron incorporando.
Por eso, en los evangelios podemos rastrear el trasfondo judío y apocalíptico con el que debió estar relacionado el verdadero Jesús, el personaje histórico.
Pero también podemos hallar toda la elaboración teológica que sus seguidores posteriores hicieron, para convertirlo en una deidad solar.

Conclusión

Los relatos del Nuevo Testamento nos ofrecen, de modo claro y preciso, la identidad de Jesús como deidad solar. Por lo tanto, es evidente que el Nuevo Testamento no es, en tanto producto terminado, un texto judío, sino gentil y greco-latino, heredero de la religiosidad pagana que se amalgamó en el Imperio Romano.
Y ese es el punto donde Mesiánicos y Netzaritas fracasan en su intento de ser los “verdaderos seguidores del Mesías judío Yehoshúa”, ya que se obstinan en conservar los textos sagrados del paganismo romano.
Pero, seamos francos, es que no tienen otra alternativa. El único documento que fundamenta el Mesianismo de Jesús es el Nuevo Testamento.
Si se quiere ser seguidor de Jesús, se tiene que hacer uso del Nuevo Testamento, aunque esté presente a su Mesías como el Sol en su papel divino.
Y por eso el judaísmo tiene perfectamente claro que seguir a Jesús y aceptar sus enseñanzas en el Nuevo Testamento, es asumir la religiosidad pagana greco-latina. Quien lo hace, por lo tanto, no puede considerarse judío.

Aunque se pongan Talit y Kipá.